La Hechicera De Sangre Andaluza

Prólogo

EL HILO DEL DESTINO

El frío era absoluto. No el frío que quema los pulmones en el invierno de Volkovgard, sino el vacío que perfora el alma. Era el miedo.

Demir Volkov, el Príncipe, se arrodilló sobre el mármol gélido de su cámara de observación, con la mirada clavada en el estanque de obsidiana. El agua no reflejaba la luz, sino la verdad. Y esa verdad era el Fin. Fuego.

Un rojo vivo que devoraba su castillo, su linaje, la nieve y el honor. Sangre que manchaba el hielo y los cuerpos de sus últimos centinelas.

Su inmortalidad se sentía como un suspiro frente a la magnitud del apocalipsis. La plaga que había azotado a su pueblo era solo el preludio de esto.—El último de los Volkov... —murmuró con una voz rasposa que no toleraba la piedad, ni siquiera para sí mismo.Pero, entonces, el carmesí de la visión se agrietó. En el centro del caos, una figura humana, pequeña y vibrante, apareció.

No luchaba con espadas o colmillos, sino con una oscuridad líquida que danzaba alrededor de sus manos.Su cabello era negro como la tinta. Su piel, besada por un sol que jamás tocaba su reino. Y gritaba. Gritaba en un idioma cálido, extraño, que olía a tierra y a vida...Español.

El nombre resonó en la mente de Demir como una orden antigua, más fuerte que el hambre de sangre: Amelia Luna de Solís.No era una aliada. Era la cura. La llave. La única forma de evitar que la visión se cumpliera. Su poder oscuro, el Éter, era la única fuerza capaz de contraponerse a la peste y a la locura de su antiguo rival.Su corazón de vampiro, frío y latente, se encendió con un propósito gélido. No era amor, no todavía. Era una obsesión pura, alimentada por la supervivencia de su estirpe. Tenía que poseerla antes que la muerte. Antes que su enemigo, el que había profetizado su encuentro.

Demir se puso de pie, el borrón de la visión aún persistiendo en el aire helado. La urgencia lo quemaba, una sensación desconocida y peligrosa.—Que nadie la toque. Que nadie la mire. Que nadie siquiera respire su nombre —ordenó a la sombra que lo custodiaba—. Ella es mía.

Su visión había terminado. Su caza acababa de empezar.




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