La Hechicera De Sangre Andaluza

Capítulo 1

El Eco del Poder

Amelia Luna de Solís

El aire en la Plaza de la Luna olía a azahar, a especias y al sudor feliz de la gente en plena feria. Una vida vibrante que se negaba a ser tocada por mi secreto. Mordí mi labio mientras ayudaba a mi tía a empacar turrones caseros, con la vana esperanza de que nadie notara el temblor en mis dedos.Había una cosa que el sol andaluz no podía quemar: el escalofrío que me recorría cada vez que la emoción se desbordaba. Justo ahora, un joven había chocado conmigo, derramando un jarro de agua helada sobre el suelo de barro, y el repentino shock me hizo sentir un zumbido profundo, como un gong golpeado en el centro de mi pecho.Miré al suelo, sintiendo el pánico escalar en mi garganta. El agua debería haberse evaporado bajo el calor de octubre, pero no lo hizo. Vi algo imposible: una sombra negra y viscosa, más densa que cualquier noche, se extendió por un instante. Absorbía no solo el agua, sino también la luz misma, dejando el lugar bajo una negrura absoluta antes de que mi respiración cortada la hiciera desaparecer.Otra vez. Era mi secreto, esa oscuridad que me seguía como una maldición. Por eso, Amelia Luna de Solís nunca se permitía amar demasiado, ni soñar con un futuro, ni mucho menos experimentar ese algo que solo le sucede a las vírgenes. O eso había creído hasta ahora.

El joven, sintiéndose avergonzado, se disculpó a toda prisa y se fue. Mi pánico se disparó al pensar: ¿me habrá visto? Pero la gente seguía charlando y riendo. Nadie había notado la oscuridad. Solté un suspiro tan pequeño que se perdió entre el bullicio.Sentía un profundo mareo, como si esa sombra me hubiese succionado parte de mi propia energía.

Le dediqué a mi tía, Martha, una sonrisa forzada.—Ya terminé, tía. Me siento un poco mareada, iré a tomar un poco de aire.

—¡Ay, Amelia! —me reprendió con su dulzura—. Otra vez te saltaste el desayuno. Sabes que eso te puede hacer daño. Pero bueno, ve a dar una vuelta, la feria está mucho mejor que el año pasado.

Asentí.—Solo será un paseo rápido, tía.

Salí del puesto, adentrándome en el corazón de la Plaza de la Luna. Este no era un pueblo cualquiera; era un lugar mágico. Lobos, ninfas y hasta alguna criatura de fuego venían en familia a celebrar, mezclados con los humanos.Se preguntarán qué soy. Soy hechicera, o eso pienso. Mi madre murió al darme a luz, por lo que fui criada por mi tía Martha, una hechicera cuyo poder se limitaba a la sanación. De mi progenitor, solo sabía que era un elfo. Hace años, mi tía me dijo que él solo había usado a mi madre; no era "suficiente" para gobernar un reino. Si él era un príncipe elfo, ahora debe ser un rey. El reino elfo domina el lado oeste.Pero todo eso se sentía ajeno.

Lo que me consumía era mi propio cuerpo. Hace un mes, descubrí que de mis manos fluía una espesa masa negra, como si fuera sombra. Tengo miedo de no saber qué es, o qué peligro conlleva. Sé que este es mi poder, pero no sé cómo activarlo o controlarlo. Por miedo, no he querido comentarle nada a mi tía.Mientras caminaba por las pequeñas calles estrechas, sentí una presencia. No era la presencia de una ninfa o un lobo de la feria; era una presencia... oscura. Aceleré el paso, escuchando unos pasos que seguían el ritmo de los míos.

¿Quién me está siguiendo?Me detuve en un lugar apartado, arrinconándome tras un árbol enorme, con la esperanza de que solo fuera mi imaginación.

Escuché crujir las hojas secas.—La maldita se nos escapó —dijo una voz destemplada, con un acento que definitivamente no era de Andalucía—. Te dije que hicieras menos ruido.

—Tal vez se dio cuenta que la seguimos y se escondió por aquí.

—Entonces, hay que buscarla. El Señor se enojará si no la llevamos con él.

Escuché sus pisadas dirigirse hacia el bosque. Mi cuerpo temblaba. Esos hombres me estaban buscando a mí. ¿Pero por qué? ¿Y quién era el Señor al que querían llevarme?Salí de mi escondite y corrí hacia la multitud. Llegué al puesto de mi tía echa un manojo de pánico.

—¿Por qué vienes corriendo? ¿Qué sucede? Parece que te vienen persiguiendo —preguntó mi tía, alarmada.

Respiré y exhalé, soltando el aire contenido. Le conté a Martha lo sucedido: los pasos, el acento extranjero, y la frase sobre "el Señor" que se enfadaría.Un silencio denso se esparció por el lugar. El bullicio de la feria se volvió un ruido lejano.

—Tenemos que irnos de aquí inmediatamente. No sabremos quiénes son ni qué buscan —dijo mi tía, empacando apresuradamente—. Si te seguían, no es por buenos motivos, mi niña. Anda, ayúdame.

Ya refugiadas en casa, cerramos cada ventana y puerta con seguro. Mi tía me miró con una seriedad que nunca le había visto.—Dime algo, Amelia. Algo en ti ha cambiado.

Le conté sobre el shock en el bosque de hace un mes, y cómo los insultos hirientes "huérfana", "fea" fueron el detonante para que la masa oscura se creara en mis manos. Confesé mi miedo, mis lágrimas.Pero la mirada de mi tía me confirmó lo que temía: ella sabía de qué poder estábamos hablando.

—No puede ser cierto. Ese poder hace siglos que ya no existe —murmuró, casi para sí misma—. De hecho, fueron pocos los hechiceros que lo tuvieron.

—Entonces, ¿tú sabes qué poder tengo? ¿Espera, dijiste hechiceros? Eso quiere decir que no hubo una mujer con el poder que dices tener.Mi tía se sentó, el rostro pálido.

—Así es. Hace siglos existió un pueblo cruel gobernado por un rey hada. Tenía a los mejores hechiceros, pero uno era especial: tenía un poder llamado Éter Oscuro. Un poder destructivo, pero también de luz, según cómo se utilice. El rey Kiran Novikov era cruel y quería gobernar cada especie en la tierra. El poder del hechicero era tan grande que causó un caos. Pero el hechicero fue asesinado. Desde ese entonces, no se sabe de nadie con el Éter Oscuro.

Me quedé en shock. No entendía por qué yo tenía ese poder si se suponía que no existía. Lo único que tenía seguro era que cosas grandes estaban por venir. Y no serían buenas.




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