La Visión de Rusia
Demir Volkov
El mármol de la cámara de observación estaba tan frío que hasta la esencia de Demir Volkov, un antiguo de su estirpe, lo sentía. No era el gélido invierno ruso lo que le incomodaba, sino la visión proyectada en el estanque de obsidiana: fuego y ceniza, sangre sobre hielo y el final de su linaje. Una carnicería que ni siquiera los vampiros podrían sobrevivir.Pero en medio de esa pesadilla, había un faro. Una joven con la piel besada por el sol y ojos color avellana, gritando en español, con un aura de magia oscura que, en lugar de matarla, la hacía invencible. El nombre se grabó a fuego en la mente del vampiro: Amelia Luna de Solís.La necesitaba. No por deseo, sino por supervivencia. Su fría obsesión se encendió como un rayo en el corazón de un invierno eterno.
Demir miró a su posledniy (su fiel) sirviente, con el rostro impasible.—Prepara el viaje. A la Península. La joya de Andalucía debe ser mía. Viva. Intacta. Y sin tocar.
A lo largo de los siglos, el pueblo gobernado por el Príncipe Volkov había gozado de una paz helada. Sin tragedias, ni lamentos. Pero hace un mes, una peste negra arrasó con una parte del territorio ruso. Los lugareños, desesperados, exigían explicaciones. El peso de la tragedia caía directamente sobre los hombros de Volkov, el gobernante.
Demir no cree en el amor. Piensa que es una distracción, un lujo que el mando que ejercía no le permitía. Era un hombre frío, no solo por la especie que era, sino por convicción.
Al ser un vampiro de sangre pura, su poder radicaba en la Visión. Le había ayudado a lo largo de su inmortalidad. Pero esta vez, su visión le había mostrado una salvación para su pueblo y para el mundo entero.
En el mundo existían miles de especies, desde lobos y hadas hasta sirenas y hechiceras, todas ocultas de la vista humana. Su propia raza, pálida y longeva, pasaba desapercibida, aunque evitaban a toda costa cruzarse con las demás.
—Señor, todo está listo para zarpar —anunció su más fiel sirviente.
—Ya bajo, Iván.
Iván era más que un sirviente; llevaba siglos con él. Era la única persona que conocía los secretos más oscuros de Demir y a quien profesaba un cariño paternal, pues Iván lo había alentado tras la muerte de su padre.
Demir se quedó un rato más. Amelia Luna de Solís. Su nombre resonaba en su cabeza. Ella era la clave para detener la masacre. Tenía que traerla para averiguar cómo acabar con la peste. Tenía que poseerla antes que nadie más.
Los días transcurrieron sobre las intensas olas del mar. Tres días separaban el gélido puerto de Rusia del cálido destino.
Iván se posó a su lado en cubierta.
—Lo que viste es la salvación para que el pueblo ya no sufra más.
—Sí. Y sabes que mis visiones no se equivocan —respondió Demir, con voz tosca.
—Dijiste "la joya". Eso quiere decir una mujer.
—Es lo que he visto. Pero eso no es todo. He visto que no solo yo la busco. Personas con maldad la quieren. Solo que no he visto su propósito.
Iván se quedó en silencio, observando el horizonte.
—Entonces, hay que prepararnos para lo que viene.
Demir asintió. Esto no le gustaba nada. Lo que su poder le había mostrado era que esa persona planeaba algo grande, algo destructivo. Y eso no lo iba a permitir.Tres días después, tocaban suelo español. Un territorio de hechiceros, pero con poca maldad visible.—Señor, los centinelas están listos.
—No sabemos con quién vamos a toparnos, ya que otros buscan lo mismo que nosotros —advirtió Demir a sus hombres—. Solo estén en alerta.
Armó un plan de búsqueda. Diez hombres al sur, ocho al norte, un grupo al oeste, y su grupo, al este.
—Iván, quiero que estés en alerta máxima. No importa la situación, usa tus poderes. Tenemos compañía. No se tocarán el corazón para matar.
—Así será, señor. Yo lo protegeré.
Mientras avanzaban por un pueblo al este, la gente se quedaba viéndolos. El porte ruso, la piel pálida, contrastaban con el ambiente local. Algo en Demir le dijo que estaba cerca.A lo lejos, divisó a unos hombres vestidos de negro, con ropas extrañas, vigilando una casa. Una punzada de certeza le encendió el pecho: la casa de Amelia.
Hizo señas a los centinelas para que rodearan la zona. Se escondió en una casa cercana y observó cómo intentaban entrar a la fuerza. Escuchó gritos. Era el momento de atacar.
Demir dio la señal y el combate comenzó. La mayoría de los atacantes murieron rápidamente, pero unos cuantos huyeron.Tiró la puerta de la vivienda. Dentro, dos mujeres estaban abrazadas, una a la otra. Una de ellas, la más joven, lo miró con ojos enormes.
—Amelia Luna de Solís —habló con voz rasposa, el nombre sintiéndose como una posesión.
La mujer mayor, su tía, habló primero, interponiéndose: —¿Quién es usted? ¿Es uno de ellos?
—No soy uno de ellos —respondió Demir, dando un paso adelante. No era el momento para sutilezas. Tenía que asegurar su salvación—. Soy el que las vino a salvar. Me presento: soy Demir Volkov, Príncipe de Volkovgard. He venido a salvarte, Amelia.
Amelia lo miró, su pánico mutando en una fría certeza. Las sombras viscosas que habitaban en su interior le susurraron: Peligro. Pero, justo entonces, uno de los atacantes que había huido regresó, lanzando un objeto brillante y silbante. El dardo se dirigía directamente al cuello de Amelia.
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Editado: 20.10.2025