El Encuentro Inevitable
Amelia
No si era el poder que emergía en mí o si el destino, por fin, venía a cobrar lo suyo. Desde que esos hombres me siguieron, no había dormido bien. Ahora, mientras la figura pálida del Príncipe Volkov llenaba la entrada destrozada de mi casa con su presencia helada, el aire se cortó.Mi tía, la protectora Martha, se interpuso entre el vampiro y yo, pero mis ojos estaban clavados en Demir. Eran de un oro fundido, pero la mirada era de hielo ruso. Él habló: "Soy el que las vino a salvar. Me presento: soy Demir Volkov, Príncipe de Volkovgard. He venido a salvarte, Amelia."Antes de que mi mente pudiera procesar si era un salvador o un depredador, un silbido agudo cortó el aire. Uno de los atacantes había regresado. Un dardo negro, brillante y con punta de obsidiana, se dirigía directamente a mi cuello.El tiempo pareció detenerse.Mi tía lanzó un grito. Yo solo vi la sombra negra y viscosa —mi Éter Oscuro— intentar levantarse para bloquear el proyectil. Pero era demasiado lenta.Demir fue una ráfaga. No una persona, sino un borrón. En un parpadeo, estuvo frente a mí. Su mano, enguantada de cuero oscuro, interceptó el dardo a centímetros de mi piel. El impacto resonó como un disparo.El Príncipe se desplomó de rodillas, el dardo clavado en la palma de su mano. Su piel palideció al instante, volviéndose del color del papel. La sangre, sin embargo, era roja y densa.—Maldición —gruñó, su acento ruso intensificándose con el dolor. La voz era profunda, desesperada.Mi tía corrió hacia él, intentando aplicar una curación, pero Demir la apartó con un movimiento brusco, su mirada fija en mí.
El dolor no le había quitado el control; solo lo había hecho más urgente.—El veneno es rápido. No hay tiempo. Nos vamos ahora. ¡Iván!Un hombre alto y robusto, con ojos leales y una expresión de pánico contenido, irrumpió por la puerta destrozada.
—Señor, ¿está herido?
—Lleva a las damas. Al coche blindado. ¡Ya!
Demir se levantó, arrancándose el dardo con una mueca que fue mi primer atisbo de vulnerabilidad. El veneno no lo mataría, pero lo debilitaría. Sabía que los hombres de ese Señor volverían, y pronto.
Mi tía, viendo la letalidad de la amenaza, no dudó. Me tomó del brazo y me arrastró hacia el sirviente.
Yo, aún en shock, me resistí.—¡Espera! No me iré con un... un...
—¡Soy tu única oportunidad, Luna! —Demir cortó la palabra, su voz grave como el hielo agrietándose. Se acercó tanto que sentí su aliento frío en mi rostro. Su mirada dorada me penetró—. Ellos volverán por ti. Y no vienen a proteger tu inocencia. Vienen a desatar el poder que no sabes controlar.
Esa frase me golpeó más fuerte que cualquier veneno. Él sabía de mi Éter Oscuro.
Martha me empujó hacia Iván. —Amelia, vámonos. Confía en mí, mi niña. Es un demonio, sí, pero es nuestro único escudo.Iván me tomó con firmeza, llevándome afuera. Cuando cruzamos la puerta, miré por última vez la Plaza de la Luna, el olor a azahar, la paz rota. Era el adiós a la vida que conocía, el fin de la ignorancia, y el comienzo de mi destino.
En el coche, el silencio era ensordecedor. Me giré para ver a Demir, sentado en el asiento delantero. Su herida aún sangraba. En la mano libre, sostenía un comunicador, hablando con sus hombres en un ruso rápido y autoritario. Por primera vez, entendí que no era solo un Príncipe. Era un general. Un depredador herido. Y por la forma en que me miró por el retrovisor, supe que no me había salvado por nobleza. Me había reclamado.
Las horas se hicieron eternas. El aire fresco golpeaba mi rostro en el barco. No sabía si debía confiar en él. Miré a mi alrededor: estábamos en su barco, zarpando quién sabe a dónde. Solo rogaba que el destino no nos dañara.Oí pisadas. Volteé el rostro, y ahí estaba él, observándome. Su rostro era tan hermoso que me quedé hipnotizada, como una boba.
—¿Cuánto tiempo llevas con ese poder? —preguntó, acercándose a la barandilla.
—Bueno, hace como un mes. Recién cumplidos mis veintiún años.
No dijo nada. Solo enfocó su vista a lo lejos del océano. El silencio era denso, pero extrañamente tranquilo a su lado.Estábamos parados en la barandilla, y por inercia, mi mano rozó la suya. Una electricidad helada recorrió mi cuerpo. Aparté la mano rápidamente, como si me hubiera quemado. Mi mirada se dirigió a su rostro: estaba tenso, su mandíbula marcada se contraía. Él también lo sintió, pensé.
—Se acercan días oscuros —dijo, sin mirarme—. Necesito encontrar a alguien que nos ayude a entender tu poder.Lo dijo como si yo fuera una amenaza. Un malestar, casi furia, se instaló en mi estómago.
—No soy un bicho raro que haya que entender —le respondí—. Solo quiero saber el riesgo que conlleva este poder, y lo dañino que puede ser. Hace una semana, un chico chocó conmigo en la feria, derramando agua. Una sombra espesa y negra salió de mis manos. Me dio miedo, pero así como salió, desapareció. Luego me sentí mareada, debilitada.Le relaté mi experiencia. No sabía por qué lo hacía, si apenas lo conocía. Pero algo me decía que podía confiar un poco.
—Hace siglos existió un hechicero con ese mismo poder: el Éter Oscuro —confirmó—. Luego, nadie más con ese mismo poder ha nacido. Pero creo que sí. Tú.
—Entonces, ¿me ayudarás a controlarlo y saber cómo utilizarlo?
—Sí, pero no seré yo. No sé nada de magia, mi deber es gobernar mi reino. Pero tengo en mente quién sí.
Lo observé. Se veía joven, de unos treinta años, aunque sabía que era un inmortal. Sin pensarlo, solté la pregunta:—¿Qué edad tienes? —Oh, qué vergüenza, pensé—. Disculpa, no era mi intención.
Su mirada dorada se posó en mí. —Eres curiosa. Tengo quinientos años. Algo viejo, ya.
—Bueno, no tan viejo que digamos.
Me fijé en su cuerpo: alto, musculoso, pero sin exagerar. Cabello oscuro y ondulado, piel pálida, ojos dorados intensos, labios rosados carnosos. Salí de mi inspección al notar que su piel blanca estaba ligeramente diferente.
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Editado: 20.10.2025