🔮Amelia🔮
Me detuve ante la puerta. Mi cuerpo se debatía: ¿entrar o rendirme y volver a la seguridad de mi alcoba?
Llamé con cautela a la madera oscura. Un "Pase" ronco y gélido me dio permiso.
Mis manos temblaron al girar el pomo. —Señor Demir.
Me adentré. La habitación era un estudio de tonos grises, desprovisto de calidez. La cama, inmensa, estaba vestida con sábanas color rojo sangre. Dos puertas adicionales prometían un baño y un armario. La habitación, en su fría y descolorida austeridad, era el reflejo perfecto de él.
—¿Qué haces husmeando en mi habitación?
Salté, sobresaltada. Me giré: él estaba parado en el umbral, recortado contra la penumbra.
—¿No te han enseñado que entrar sin ser invitada es de mala educación, niña?
La indignación me encendió. —Solo quería saber cómo se encontraba —le repliqué—. Y no soy una niña. Deje de llamarme así.
Caminó hacia un sillón de lectura en la esquina. —Te llamaré como mejor me parezca.
Su mirada me taladraba, sus ojos brillando con un fulgor que cortaba la oscuridad.
—También vine para que me diga usted mismo la razón por la que tengo prohibido salir de este castillo.
—Eres ingenua. Sabes que el enemigo acecha afuera, ¿y pretendes pasearte por ahí tan campante?
—Y eso qué. No creo que nos vaya a encontrar aquí.
Lo vi negar lentamente, y por una fracción de segundo, un destello casi imperceptible de burla cruzó su rostro.
—Mi orden es inamovible. Cuando un líder establece una regla, todos deben acatar.
Avancé hacia él, sintiendo una oleada de furia. —Usted no es mi líder, y yo no soy su sirvienta.
Giré en mi sitio, sintiéndome atrapada. Me agarré unos mechones de cabello con frustración.
—No soporto este encierro. Hace una semana que sus guardias me tienen vigilada. ¡Esto es un secuestro! Me siento como en una jaula —grité lo último, al borde de la desesperación.
Él se limitó a observarme, pero su aura se volvió densa, eléctrica. Grité. Peligro. Amelia, estás en verdadero peligro, me advertí en mi mente.
Antes de que pudiera reaccionar, y con una velocidad vampírica que desafiaba la lógica, su cuerpo estaba pegado al mío. Su mano se cerró suavemente sobre mi cuello. Su voz me azotó: fría, potente, cargada de rabia controlada.
—Espero que esta sea la última vez que te atrevas a levantarme la voz. —El susurro hizo que cada vello de mi piel se erizara.
Nuestras miradas chocaron. Sus ojos eran cautivadores, un marrón intenso que parecía absorber el calor del sol. Descendí mi vista a sus labios, tensos y apretados por la fuerza. ¿Serán suaves? Me reprendí por la absurdidad de mi pensamiento.
La cercanía de su cuerpo frío contra el calor del mío era explosiva. Sentí mariposas revoloteando en mi estómago, una reacción traicionera que no pude detener.
—Entonces, déjeme salir al menos al lago —murmuré apenas, su mano aún presionando mi cuello.
Apretó un poco más, sin llegar a herirme.
—Te lo diré por última vez: no estoy para caprichos de niña. Esto es serio. Si él te llega a atrapar, créeme, desearías con todas tus fuerzas estar aquí, en esa jaula de la que tanto te quejas.
Soltó mi cuello y caminó hacia la alta ventana. Era un hombre tan inmenso que a su lado yo debía parecer un pequeño duende.
—Cada vez que desees salir al patio, Iván te acompañará —dijo, sin voltear a verme—. Mañana también vendrá Amadeus, un hechicero. Él se encargará de tus entrenamientos.
—Gracias... por salvarme y no dejar que esos hombres me llevaran.
El silencio fue su única respuesta. Salí de su alcoba con una sensación extraña, un pequeño alivio por la promesa del entrenamiento. Por fin sabría cómo manejar mi poder.
Llegué a la cocina, donde varias señoras preparaban la cena. —Hola, ¿han visto a mi tía Martha? —les pregunté. Negaron con la cabeza.
Me dirigí al patio trasero. Allí, vi a mi tía y al señor Iván en una conversación confidencial.
—Los brebajes que he preparado no son suficientes. Si no encontramos una cura... puede morir.
Hablaba en un susurro apenas audible, pero el eco de la última palabra me alcanzó.
—¿Quién morirá, tía?
Se volteó, con los ojos muy abiertos.
—¡Ay, por todas las hadas! Niña, no me asustes así. —Alcé una ceja, esperando su respuesta. Miró a Iván antes de mirarme a mí.
—El príncipe Volkov está muy grave. El veneno de esa daga está minando su fuerza.
—¿Y cuál es la cura? Me imagino que existe alguna, ¿verdad?
Iván intervino. —Sí, señorita. Solo que la dosis para combatirlo está en posesión de una sola persona.
Entonces, ¿por qué no la buscan? Me pregunto
—Si la cura existe, ¿por qué no van por ella y se la dan a Demir? —Saboreé el sonido de su nombre en mis labios.
—Porque quien la posee es un enemigo acérrimo del señor. Y créame, el lugar donde se esconde su guarida no es nada agradable.
Fruncí el ceño. —Espere, ¿eso quiere decir que él está detrás de mi secuestro...bueno casi secuestro? ¿Cómo se llama?
—Eso sospechamos, aunque no tenemos certeza absoluta. Ciro Drago.
Al escuchar ese nombre, un escalofrío horrible me recorrió el cuerpo.
—Pues debemos hallar una solución —dijo mi tía, visiblemente preocupada—. El señor Demir está débil.
El resto de la tarde me la pasó deambulando por el lugar mágico que sin lugar alguna es mi favorito.Sentada a la orilla del lago, la duda me carcomía. ¿Fue buena idea venir aquí? ¿Qué pasará si ese tal Ciro nos encuentra? Todavía no estoy preparada para enfrentarlo. ¿Qué quiere de mí? ¿Qué clase de veneno contenía esa daga?
#1097 en Fantasía
#179 en Magia
poderes raros, poderes y magia sobrenatural, poder ambicion y amor
Editado: 03.11.2025