Es un cuento corto, así que lo subo completo.
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Azalia guardó los ramos de lavanda en su delantal y se encaminó a su casa, se aproximaba una fuerte tormenta y prefería que la encontrara en la comodidad de su hogar. En realidad, ella amaba las tormentas de verano pero esta vez prefería ponerse a resguardo, además tenía mucho trabajo que hacer.
Su casa estaba junto al bosque y algo alejada de la aldea, pero era un lugar cálido y se alegró de poder refugiarse allí.
Dejó las hierbas que había juntado y se puso a preparar un ungüento para Alana.
Azalia había sido criada por una bruja, con el tiempo la mujer le había señalado que debía continuar con su propio camino, y la muchacha se había marchado para encontrar su senda. Se había instalado en aquella cabaña y se había convertido en la herbolaria del pueblo. A pesar de su juventud y de lo alejada que estaba su casa, las personas del poblado se habían acostumbrado a recurrir a ella. Brebajes para los resfrios, ungüentos para los dolores, para los niños y los adultos, para los males del cuerpo y del alma. Sauce, retama, heliotropo, lavanda, menta, todas las hierbas pasaban por sus manos y se convertían en bálsamos para sus destinatarios.
Las hierbas no guardaban secretos para ella, sus manos siempre estaban perfumadas y su mayor felicidad consistía en ayudar a los demás y vagar libremente por el bosque.
Todas las personas tienen habilidades especiales y la tutora de Azalia había descubierto que la muchacha tenía un contacto especial con la naturaleza, desde pequeña recordaba los nombres de plantas y flores, sabía sus propiedades, y bajo su atento cuidado todo crecía y brotaba jubilosamente. Desde niña se paseaba entre los árboles como una ninfa que buscaba su hogar, se deleitaba con los sauces, los robles y los abedules altivos, ahora que era una joven muchacha y vivía cerca del bosque aún amaba a los árboles con la misma pasión que en la infancia.
Le gustaba adentrarse y recorrer la foresta, conocía los árboles viejos y los jóvenes brotes, pero había uno al que quería especialmente. Era un álamo plateado que estaba en el centro del bosque. Se erguía allí, orgulloso, en la profundidad, donde el cielo apenas se veía. Era un ejemplar hermoso y muy viejo, probablemente era el árbol más viejo del lugar, Azalia adoraba al longevo álamo, se adentraba en el bosque sólo para verlo y descansar bajo la protección de sus ramas. Le gustaba en verano cuando sus hojas relucían, y cuando estaba desnudo en invierno, le parecía tan frágil que la acometía una extraña melancolía.
Es así como la vida de la joven transcurría pacíficamente mientras dividía sus horas entre la gente del pueblo y los silenciosos habitantes del bosque.
Aquel día, Azalia sintió como la tormenta se desataba furiosa y evocó la imagen del álamo bebiendo la lluvia del verano. Pasó un rato observando a través de la ventana, hasta que retomó su trabajo. Debía continuar preparando el remedio para las jaquecas de Alana, sus hábiles manos mezclaron corteza de sauce triturada con flores de lavanda y hierbas que sólo ella conocía. Alana era la amiga más cercana que tenía, así que a la preparación le agregó todo su cariño, este último ingrediente siempre surtía efecto.
La aldea era un lugar muy tranquilo, la mayoría de los habitantes eran campesinos. Eran personas amables y bondadosas que la habían aceptado rápidamente. La aldea se encontraba bastante alejada de los demás poblados así que estaban un tanto aislados del resto del mundo, aunque últimamente habían llegado rumores de una gran guerra en el norte. Sin embargo, la vida transcurría pacíficamente sin que los ecos de una lejana guerra la alterase.
Las estaciones se sucedían una a otra sin grandes acontecimientos, niños que nacían, parejas que se unían, bailes de primavera, muertes.En aquel lugar la vida era simple ,y por ello hermosa.
La tormenta había pasado, Azalia salió y respiró profundamente. El aire tenía un perfume delicioso a tierra mojada que se mezclaba con los múltiples aromas de su propio jardín. Las rosas, jazmines, retamas agradecían la lluvia y se desplegaban agradecidos .Guardó el ungüento en su delantal, cortó un ramillete de lirios y se fue al pueblo.
Los niños de Alana estaban jugando y fueron los primeros en darle la bienvenida, se abalanzaron sobre ella para contarle sus pequeñas aventuras y llenarla de besos. La herbolaria adoraba a los niños, pero los hijos de su amiga eran su debilidad, sobre todo el pequeño Aiden, al que había ayudado a nacer.
Se quedó varias horas en casa de su amiga, le dio el remedio que le había preparado y le ayudó en las labores cotidianas, mientras charlaban despreocupadamente. Su amiga le contó sobre los rumores que había oído sobre una guerra en el norte, una guerra que avanzaba y destruía todo a su paso. Un escalofrío recorrió a Azalia y no supo a qué atribuirlo.
Antes del anochecer se encaminó a su casa, las primeras estrellas refulgían y bañaban al valle con una clara luz. Luz que se perdía en el bosque absorbida por el silencio que allí reinaba.
Llegó a su casa y el pequeño gato negro la recibió con caricias, Azalia, por primera vez en mucho tiempo, añoró que alguien más esperara su regreso. A veces, ni los árboles eran remedio para la soledad. Pensó que a esa hora las familias del pueblo se reunirían en sus casas para comer y compartir su vida. Pero había algo más que la preocupaba, el escalofrío que había tenido en casa de Alana había cobrado la forma de un mal presagio que se le había instalado en el alma.
Los días transcurrieron lentamente con la dulce pereza del verano, sin embargo en la tierra resonaban ecos de destrucción y Azalia los sentía cada vez más cerca. Antes jamás había reflexionado sobre los pueblos que existían más allá de la aldea, pero había escuchado cosas horribles de la gente del norte, eran codiciosos, no sentían amor por la naturaleza y tejían alianzas con las fuerzas oscuras. Ahora estos pensamientos volvían continuamente y la desconcertaban. No sabía que aires traería el invierno pero juntaba más hierbas de las acostumbradas, las secaba y guardaba con cuidado pensando en un futuro no muy lejano.