La Heredera

5. Preparaciones de una buena boda

Ray

¿Te has sentido alguna vez así?

Incómodo.

Incómodo después de haber tenido una charla, no precisamente por lo que hablaste, sino con quién la tuviste. Pues así me siento ahora, no tengo idea de cómo serán las cosas entre nosotros de ahora en adelante. Tal vez, soy yo el único que le da vueltas al asunto, y al recuperarse de este mal momento, ella vuelva a ser la de antes y continuemos nuestra relación perruna y gatuna.

¿Gentileza u hostilidad? Yo no soy irrespetuoso con las chicas, es ella la que me obliga a ser así. Jamás tuve inconvenientes con ellas; sin embargo, Susana no es como las otras. Ella parece un remolino o una cotorra con mil bocas; esa mujer no puede mantenerse callada, ni siquiera tiene control de sus propios pensamientos que, sin anestesia, salen de sus labios. Sin duda, esta puede ser nuestra oportunidad de llevarnos bien y hasta ser amigos. He visto la ternura con la que trata a mi hermano, también el cordial trato que le da a Aníbal, en ella hay amabilidad, solo que conmigo no la muestra. Todo se debe por la forma de conocernos. No debí haberme escabullido de esa forma en plena madrugada, pero no puedo retroceder el tiempo y ella no puede perdonarme, así que, si nuestra pequeña charla ayudó en algo, me esforzaré por ganar su simpatía.

Entro a la casa, Amelia aún no sale del despacho y no veo por ningún lado a Aníbal. Voy a la cocina para encontrar a Marco e irnos a casa para ya no ser una molestia y no intervenir en el problemita. Él está en la sala junto a la señora llamada Kate, sentado en el mueble color caoba, tiene entre sus manos un celular táctil y la señora le está indicando cómo jugar con él.

—Marco —llamo—, es hora de irnos. La señora voltea a verme y esboza una sonrisa.

—Él se está divirtiendo, déjalo aquí un rato más —sus palabras fueron pronunciadas suavemente tal como hablan las madres a sus queridos hijos.

—No... Lo siento. Pero, ya debemos irnos —digo sonando condescendiente, deseando que mi madre pudiera decir esas palabras— Marco, despídete de la señora.

Él le da un besito en la mejilla y le entrega su celular, también le da las gracias por prestárselo. Ese es mi hermanito, muy educado como yo. Antes de salir, le pido a la señora que le agradezca a Doña Amelia de mi parte por la deliciosa comida y le avise que mañana volveré para ayudar al señor Jason. La señora me asegura que lo hará. No parece mala y mirándola bien, tiene aspecto agradable, uno mejor para las señoras de su edad. Sus cabellos son ondulados y negros, tiene la piel trigueña clara y su cuerpo se ve que está en forma. ¿Qué tiene esta mujer que a loca de Bumsu no le agrada?

Caminando en dirección a mi casa, Marco me pregunta cuándo tendré yo un celular así. Me rasco la cabeza como señal de vacilación y le respondo: «¡Cuando me gane la lotería!» y él seriamente me asegura «Bien, si te ganas la lotería también me podrás comprar un celular a mí y podré jugar Temple Run» Yo solo muevo mi cabeza de arriba a abajo y le sonrío preguntándome. "¿Qué mierda es Temple Run?".

—Oh, ya son las cuatro, ¡prende la radio! —Grita mi hermanito. Le gusta escuchar la música que pasa a esa hora, son exclusivamente baladas y boleros. A mí no me gustan, pero las escucho por él.

Enciendo la radio y busco la emisora correspondiente, él se acomoda en el sillón. Yo voy a la cocina para preparar la cena. Hoy decido hacer hot dogs revueltos con huevos, con un delicioso vaso de avena. A mi hermano le encanta la avena sumamente espesa.

Los días se sienten más vacíos aquí en esta gran casa, la soledad es tan grande que es abrumadora, pero no dejo que él sienta eso. Si nosotros no somos culpables de nada, ¿por qué tendríamos que sufrir?

**

Susana

No quiero entrar a la casa, no quiero oír lo que me dirán ni quiero ver a la novia. Entonces ¿Qué hago? ¿A dónde me voy?

Dejo de acariciar a Apolo y volteo hacia la casa, veo a lo lejos a Soraya conversando con su madre y, obviamente, ya sé a dónde voy: ¡Me voy a la mierda!

No, calma, Susana, calma. Respira, inhala y exhala.

Mucho mejor.

Finalmente, decido quedarme sentada viendo directamente al granero contándole algunos chistes a Apolo, pero él no se reía con ninguno ni relinchaba. Ya está anocheciendo y siento mucho frío. Había salido corriendo solo con una camiseta de mangas cortas. Espero que a Aníbal, por lo menos, se le ocurra traerme una casaca; deseando aquello y pasando solo algunos minutos, siento que alguien se aproxima, pero no volteo a verlo. Una casaca negra cae sobre mi cabeza.

—Oye, ¡así no se dan las cosas! —Exclamo estando segura de que es Aníbal.

—Y así como le hablaste a tu padre no se le habla tampoco —me regaña. Es mi abuela.

Suspira y se sienta a mi lado— Y ahora, ¿qué tienes en mente?

—Fugarme. Me iré cabalgando a Apolo —respondo, obteniendo un pellizco de mi abuela en mi muslo izquierdo.

—¡Au! —Chillo y me mantengo cabizbaja— Y bien... ¿No me dirás nada, gritarme o pegarme quizás?

—No, no haré nada de eso. Ya tienes dieciocho años y no interferiré en lo que decidas porque tu decisión ya no influenciará en lo que decida tu padre o más bien en lo que ya ha decidido.

—¡¿Qué?! ¿Cómo estás tan segura, abuela? Y si le digo que me niego rotundamente y jamás me volverá a ver si se casa; él accederá —digo ofuscada, sus palabras me han alterado.

—¿Eso crees? —Suspira— Él sabía muy bien que tú te ibas a oponer, pero igual lo anunció. Tu padre nunca deja de cumplir las cosas que asegura ni promete.

—¡¿Y si le digo que me suicidaré si se casa?! —Contrarresto sin pensar claramente.

—¡Susana! —Amelia eleva su voz como nunca antes lo había hecho: con miedo— Deja de comportarte como una niña mimada. ¿Cuántos años crees que tiene tu padre? ¿Cuánto tiempo él estuvo solo? ¿Crees que yo quiero que se case? Es lo lógico, pero también me duele que el esposo de mi hija se case de nuevo. Para mí es como otro de mis hijos, eso me hace quererlo mucho y por ese cariño hacia él, no interferiré en su decisión porque lo hace feliz.




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