La Heredera

17. Soledad

Susana

Lo siento por Stephan. Realmente pensé en tener la mejor noche y bailar en un círculo los cuatro y reír con las ocurrencias de Bruno y luego invitar al cumpleañero a nuestro "cuadrado perfecto" y emborracharnos hasta quedar rendidos.

¡Pero, no!

Lisbeth tuvo que traer al imbécil, mal parido e idiota de Pierre. El peor. ¡Él de todos los hombres! Precisamente, la persona que fue el tormento de Lisbeth en toda la primaria y parte de la secundaria. ¡Si será de tonta!

Camino indignada conteniendo las lágrimas hasta salir de la fiesta. Lloro porque me importa ella. Es mi amiga, la quiero. Yo estuve a su lado cuando él la acosaba solo porque ella tenía una contextura más gruesa. ¡Solo por ser gordita! ¡Qué rabia tengo ahora! ¿Y si regreso y le tiro una patada en la cara?

No sé cómo es el amor, a las justas me amo a mi misma. Y desde que murió papá, cada día me quiero menos. No logro entender, cuánto ama Lisbeth a Pierre para que le haya perdonado tantas humillaciones.

Cielos, ya se me hace imposible retener mis lágrimas, mi vista se hace borrosa y miro a todos lados buscando a donde ir. De repente me detengo…

En verdad, es cierto, no tengo a dónde ir.

¿Ni siquiera tengo quien me dé un abrazo en estas ocasiones?

Inhalo el frío aire de la noche y espabilo.

—Ja, ¿qué hago enojándome? Es la vida de Lisbeth de todos modos —me digo a mí misma para reconfortarme, pero ya no puedo volver a la fiesta, he perdido todo mi ánimo fiestero.

Entonces, ¿qué hago? Decido ir al parque cercano, donde antes jugaba con Stephan. Es silencioso y casi nadie viene a jugar en él; sin embargo, los columpios están bien cuidados y la vegetación también. Es una zona residencial después de todo.

Reviso mi celular y ya eran las dos de la mañana. Miro al cielo y siento que él me envuelve en su vastedad. Doy un fuerte suspiro y medito hacia dónde ir.

¿A mi mansión o al departamento del Gelado?

Si voy a la mansión serían como dos horas de viaje y ya estoy con sueño. Así que, llamo a un servicio de taxi y al cuarto de hora viene un auto a recogerme. El señor era un conductor de edad avanzada, pero muy educado. Le dije que sea honrado y me llevase a dónde le señalé y si me quedaba dormida, que me despierte. Él señor comprendió y aseguró que jamás haría algo indebido porque su trabajo es solo transportar. Pasó la media hora hasta el departamento del Graham. No me dormí, más bien fui conversando con el señor. Ahora sé que tiene dos hijas, tiene sesenta y cinco años, se llama Julio y es viudo. Me despidió amablemente y pagué la tarifa, dejándole una buena suma como propina, personas como él se lo merecen.

Nuevamente me sumo en un completo silencio, pocas personas transitas por esta hora y solo veo a los trabajadores del hotel parados en guardia ante cualquier requerimiento de los huéspedes. No voy por el ascensor, es preferible estirar las piernas, nada me apura para llegar al departamento, así que las escaleras me parecen más útiles. Llego al tercer piso, y me detengo frente a la puerta 101. Saco la llave y la giro. Inmediatamente, al poner un pie dentro escucho algo inusual.

¿Unos quejidos? ¿De mujer? ¿Es un fantasma? Ya son casi son las tres de la madrugada, pero más que lamentos estos son… Con cierto temor, voy acercándome a mi habitación y he indudablemente me convenzo de que esos lamentos fantasmales provienen de la habitación del fondo, la del Gelado. Mi cara cambia a una de incredulidad y casi me dan ganas de ir por la escoba y sacar a esas personas de la habitación por indecorosas, cuando escucho otros quejidos obscenos.

Entro a mi habitación y no puedo con el ambiente. ¡¿Por qué tengo que escuchar a una chica gritar por estar con el Gelado?! ¡Qué horror! Salgo de mi habitación sin hacer ruido, y le dejo una nota plegable en la puerta del Gelado para finalmente salir del departamento.

Esta situación me convence en que debo crecer y conseguirme una casa para mi sola. ¿Cómo es que he terminado estando afuera sola y con mucho sueño? No quiero ir a la sala de espera, quiero estar dentro de mis sábanas. Volteo hacia la puerta que hace instantes había cerrado con precaución y observo fijamente el número 101 meditando nuevamente hacia dónde ir.

¿Y si bajo al restaurante? No, sería vergonzoso quedarse dormida allí. Así que voy hacia la esquina, me apoyo en el rincón de la pared y reviso las fotos de mi celular hasta quedarme dormida.

**

Graham.

Las tres y media.

Ya me aburrí y ella se ha quedado dormida sobre mi cama. Levántate de una vez y vete a casa, si tan solo pudiera decirlo…

Me dirijo al baño y me observo en el espejo. Estoy hecho un desastre... Me ducho y me coloco solo mi bata de dormir. Salgo de mi habitación y me dirijo a la cocina por una taza de café. Rebusco en la alacena y luego, por costumbre, abro el refrigerador. La sensación de calidez es tan extraña, hace mucho tiempo que no lo veía tan lleno y ordenado. Ese muchacho hace un buen trabajo. Se siente agradable, no lo negaré, ha logrado que desee venir a almorzar a casa.

Pienso en los niños mientras sostengo mi taza de café caliente, seguro este café colombiano es de Susana. ¿Ray estará divirtiéndose? ¿Se habrá vestido adecuadamente? Suspiro y me dirijo a mi habitación luego de terminar de beberlo, si bien estaba algo adormilado, al percatarme de una nota color rosa en forma de globo de diálogo en mi puerta recobro todos mis sentidos.




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