La Heredera

20. Son solo niñas

Graham.

Había olvidado el fascinante poder que tienen los adolescentes de volver un pequeño problema en uno colosal. Sus hormonas en apogeo los vuelven más locos y sensibles. Pero eso ya me trajo problemas con dos niñatas.

Me levanto de mi despacho para darle el encuentro a Bruce quien trae consigo un paquete de papeles.

—¿Más expedientes? —pregunto con cansancio.

—¿Qué comes que adivinas? —responde con diversión— ¿Y cómo vas con tus huéspedes?

Dirijo mi mano derecha a mis sienes y le respondo— Por lo menos, aún siguen con vida. Dime, por favor, que el fallo de la demanda de desalojo saldrá para la siguiente semana...

Bruce suelta una risilla y dice— sabes que por lo menos serán dos meses. Esa propiedad es una belleza, estuvo en litigio y Frederick la recuperó solo para su hija, pero ya sabes lo que ha pasado.

—Sí... —volteo hacia la derecha, mirando hacia el pasillo y la practicante, la bella practicante, cruza miradas conmigo, por ello dejo de prestarle atención a Bruce.

—Graham... —Bruce aclara su garganta y yo devuelvo mi vista hacia él, me lanza una mirada de regaño y agrega—. No hagas de nuevo lo que pasó el mes anterior, te suspenderé esta vez si lo haces.

—No ocurrirá de nuevo —le aseguro advirtiendo la seriedad de cada palabra. Me despido de él y tomo mi maletín para, finalmente, salir de trabajar.

Logro ignorar a la practicante, pero Julia, mi compañera en el trabajo, me espera en el parqueadero con una sugestiva mirada.

Abro la puerta de mi auto y ella trata de entrar.

—¿Qué haces, Julia? —pregunto con molestia.

—¿Cómo qué? ¿qué hago? —responde con irritación—. Es lunes, me dijiste que hoy me llevarías a mi casa —asegura mientras me mira seductoramente detrás de la puerta del copiloto.

—Oh, no podré. Debo cuidar niños hoy —. La dejo con la palabra en la boca y arranco mi auto.

***

Llego a casa cerca de las doce de la noche, y aunque el cansancio me mate, tengo que dejar bien en claro a esas niñas que todo es un mal entendido.  Al llegar a casa descarto esa idea, ellas también deben descansar. No es adecuado levantarlas y perturbar su sueño. Por lo menos, puedo tener la tranquilidad de la noche y el silencio tan relajante propicia para una ducha caliente.

Después de media hora, salgo de la ducha y me dirijo a mi habitación. Yo estoy convencido de que antes de entrar a la ducha dejé mis luces encendidas; no le doy importancia y comienzo a colocarme mi camisón. Me sumerjo entre las sabanas y de pronto, mi pequeña lámpara se enciende mostrando la silueta de una mujer. A su costado.

— ¿Qué haces aquí? —susurro un poco alterado y brinco de la cama.

—Vine a hablar... ¿No puedo?

—¿A estas horas? ¡Estás loca! Regresa a tu habitación con la niña y mañana hablaremos.

—Sabes, Aníbal no está —dice acercándose más a mí—. Y es de noche. ¿No sería mejor si aprovechamos el tiempo como esa vez?

—¡Cállate, tonta! Y lárgate de aquí —le reprocho y tomo sus manos que ya estaban alrededor de mi cuello para echarla de mi cuarto. Pero al abrir la puerta, me doy cuenta de que la luz de la cocina estaba encendida.

¿Quién podrá ser?

Realmente, un sudor frío atraviesa mi cuerpo al pensar que pueda ser Aníbal.

—¡Quédate aquí! Ya vengo...

Ella obedece y yo salgo. En la cocina estaba Ray tomando un vaso de agua. Siento alivio y le pregunto por su día y si Aníbal ya estaba aquí. Él responde con una parsimonia triste y al final me dice que Aníbal posiblemente regrese en la tarde.

Me despido y vuelvo a mi habitación. Soraya se había recostado sobre mi cama, no sé si está dormida de verdad o finge hacerlo, pero de lo que no dudo es que ella es capaz de gritar si no le hago sus caprichos.

Dirijo mis manos a mis sienes y decido ir al sofá. Bueno, ya saldrá de allí...

Casi a las tres de la mañana y sin poder dormir, me dirijo a mi habitación para ver si Soraya por fin salió de allí.

¡Pero no! ¡Maldita sea! ¡La mocosa aún seguía allí! Y para rematar las cosas, siento la puerta abrirse y en la desesperación entro al cuarto de la niña amargada. No sé ni porque me oculté, sino estoy haciendo nada malo, aunque esta vez no hay duda de que es Aníbal.

Husmeo en la habitación con sigilo, la hija del señor Fred duerme como si nada pasara. Ya estando frente a ella, le saco un mechón de cabello que está dentro de su boca. Qué horrible forma de dormir.

Parece que este día será el peor de todos para mí. La puerta de esta habitación vuelve a abrirse, no puedo detenerme y tentar a la suerte de que no sea Soraya. Sin saber que hacer me introduzco dentro de la cama al lado de Susana y me cubro con las sábanas.

Escucho unos pasos y una voz que dice: "Buenas noches" y siento una mano acariciar mi cabeza sumergida entre las sábanas. Ese idiota ha pensado que yo soy su novia.

La cama es cómoda, las sábanas huelen a frutas, no puedo creer que esa mal educada sea tan ordenada y puntual para lavar sus sábanas. Creo que ni ella misma imaginó hacerlo. Este cuarto era un lugar donde almacenaba mis libros de la universidad, mis recortes, periódicos, toda mi papelería empolvada. Ahora es un rincón de colores vivos y aniñados.




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