La Heredera

28. Pequeña fiesta

Graham

Dejé el documento sobre mi escritorio, pero no se lo dije a Julia. Mañana a primera hora tendré que ingresar el escrito. El plazo de la contestación también vence mañana, y aún debo llamar al Dr. Lubardy para que me proporcione las partidas. El traje que ordené no estará listo hasta el lunes. La entrevista de los nuevos practicantes es el viernes, debo pasar los oficios…

—¿Por qué arrugas tanto la frente? Disfruta por hoy esta joven compañía, Sáenz, relaaajatee —dice el joven Arbatov.

Es fácil decirlo. Le sonrío cortésmente y parece que con ello gano su confianza, porque viene a colgarse de mi hombre y me susurra.

—Seguro conoces a chicas muy lindas, preséntame a alguna, eh. Te he traído un excelente vino, sé agradecido.

El joven Arbatov es muy alegre y además le gusta invadir el espacio personal de las personas, baila sin pudor al ritmo de la música y camina por toda la sala, cantando los coros de las canciones, mientras roba de la mesa algunos bocaditos. El otro muchacho, es más apagado, dobla las servilletas con melancolía y se la pasa observando de soslayo a la distraída muchacha. Sé que es tonta, pero no creí que fuera tan densa.

Son muy ruidosos, aun así, me hacen despejar mi mente de tantas cosas. ¿Cómo es que no me divertí de esa forma a su edad?

—Lisbeth está fuera de la ciudad —Ray le comenta a Susana y ella rueda los ojos— ¿Y Aníbal? —voltea hacia mí, ¿le avisaste? ¿vendrá?

—No lo sé —le respondo. No quiero compartir con ellos la relación entre mi hermano y yo. Tampoco creo que él venga aquí.

—Le llamé, pero su celular está apagado. Ya son las nueve. Cantaremos solo los que estamos presente.

—¿Cantaran? —replico.

—¡Por supuesto! Venga vengan, apaguen las luces.

Susana enciende las velas que están sobre la torta de chocolate. Ray cambia de lugares los números porque Susana los había colocado de una manera que formaban el número cincuenta y dos, en vez de veinticinco.

—No soy tan viejo —increpo, Susana ríe y le regala una mirada de complicidad a Ray.

Una vez que empieza la introducción de la canción, los niños comienzan a aplaudir y a cantar. El que graba la escena es Bruno Arbatov, canta a todo pulmón disfrutando de la música, y Susana, pensando que no estoy atenta de ella, canta y trata de acercarse a mi sigilosamente.

—¡Te deseamos a ti!... —termina al unísono y luego me exigen que pida un deseo. ¿Qué puedo pedir? Por supuesto, lo que más deseo, tranquilidad…

—¡Que muerda! ¡Qué muerda! —canta Susana y Bruno Arbatov.

—No, no, no. Nada de eso —rechazo—. Sé lo que quieren ustedes.

—¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo! —todos los chicos comienzan a incitarme y a chiflar.

—Hazlo o te aventaré la torta en la cara —amenaza Susana perdiendo la paciencia, pero a la vez está deseosa de ya cortar el pastel y comenzar a comer. Ray me mira con cara de perrito suplicante.

—No quiero nadie atrás mío —exijo como condición. Pero estos muchachos se las ingenian para mantener presionado mi cabeza por más de cinco segundos, con ello siento que la torta entra hasta mis fosas nasales.

Las carcajadas no cesan por al menos unos minutos, todo esto ha quedado grabado y registrado en la cámara. Ray me da un pañuelo para limpiar, pero antes de eso, todos ellos se acercan a mi alrededor y se acomodan para sacar una foto.

—¡Whisky!

—¡Los platos, Runin, los patos! ¡Vamos a comer! ¡Torta, torta! —Las luces ya están encendidas y Susana es la primera en acomodarse en la mesa, esperando su tajada.

—Nop, primero al cumpleañero —Susana me mira con su ceño fruncido y con desdén. Todo por un pedazo de torta.

—¿Y bien? ¿Qué deseaste? —pregunta Arbatov.

—Eso no puedo decirlo. Es un secreto.

—Seguro anteriores cumpleaños han sido celebrados en sitios exclusivos rodeado de elegantes señorita, por esta vez tendrás que contentarte con nosotros —comenta Arbatov—. ¡Ya quiero ser universitario! —exclama con desesperación penosa.

—Solo quieres avanzar para conocer más chicas, serás idiota —lanza como ponzoña Susana.

—Oye, no critiques mis motivos y yo no criticaré los tuyos —dice Arbatov de forma relajada.

—Vamos, Sáenz, ¿qué se siente cumplir veinticinco?

—Normal —respondo, tampoco sé que responder—. Es algo natural, pero cada año sentirás que cargas con más responsabilidades.

—Qué aburrido —susurra.

—Yo quiero felicitarte, Graham, eres un gran profesional y gran persona, sin ti no sé qué hubiera hecho, me has ayudado demasiado —Ray sonríe con sinceridad, volviendo a agradecerme por hacer mi trabajo.

—Descuida, lo hago gustoso. Y el pastel casero que preparaste también está delicioso.

Después de la saborear el pastel, Arbatov se levanta y cambia la música a una con más ritmo. Prepara sus pasos en medio de la sala y comienza a bailar mientras se graba con su celular.




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