La Heredera

33. De vez en cuando se dice una mentira

Susana

El fin de semana terminó dando paso nuevamente a la rutina del H.A.: levantarse temprano, desayunar e ir ocho horas a sentarse para escuchar las clases y aprender. Bueno, ese es el objetivo, aprender y luego, con todo ese conocimiento, poder rendir el examen de ingreso a la universidad.

—Creo que hoy pensé demasiado —me quejo—, me duele la cabeza.

Apoyo mi mentón sobre la palma de mi mano y observo fijamente a Lisbeth, esperando su respuesta.

—Ve a la enfermería entonces.

—Eso iba a hacer —respondo complacida.

—Y luego de que te atienda la enfermera, ve a la casa de tu abuela.

Abuean adelantó un día su regreso de Londres, arribó esta madrugada y por la mañana llamó al señor Bruce para comunicarle que estoy invitada para ir a visitarla a su mansión. ¿Por qué no me llamó a mí directamente? Por su formalismo y  por muchas otras razones no quiero ir a saludar. Cada vez que la veo solo recibo sus sermones y críticas, estoy harta de ellas.

—Pero si me siento mal no puedo ir —gruño y restriego mi rostro sobre el pupitre. Bruno que está a mi lado aprovecha para revolver mi cabello.

—Ir a visitar a los abuelos es lo mejor, a mí siempre me consienten. La última vez que fui a Rusia, me regalaron un dron de última generación.

—Qué suerte la tuya…

—Sabemos que tu abuela es muy irascible, Su —vuelve a hablar el dron consentido— Un millón de veces te he aconsejado que seas cariñosa con ella y la manipules. Muéstrate tierna e inocente y ¡zas! La conquistarás.

—Eso no funciona —afirmo con cansancio—. Es una vieja muy sagaz.

—Oye, no hables así de tu abuela —me corrige Ray.

—Tú no la conoces —espeto—, ella es peor que Amelia. No, Amelia es un ángel al lado de Abuean.

—No creo que ella sea así —comenta nuevamente con incredulidad el Runin. Lis, Bruno y yo nos miramos las caras— Ella es tu familia.

Él no sabe nada.

No tenía ganas de continuar con la conversación, así que me dirijo a la enfermería. No me dolía la cabeza, pero sentía que en mi estómago se formaba un nudo; él también estaba de mal humor. La enfermera no me recetó ningún medicamente porque mi estómago estaba irritado; sin embargo, me hizo un pote de manzanilla con toronjil para ir a casa a descansar, ya que Bruce había solicitado el permiso de las últimas horas de clase para ir a la casa de mis ancestros.

Vi a Flavio en la entrada, después de tanto tiempo se sintió extraño y agradable a la vez. Ver un rostro conocido y sonriente, me alivio un poco. No podía mentirme a mí misma, estaba con los ánimos por los suelos. No había razón para ver a mi abuela. Lo peor era que, con razón o sin razón, las visitas, desgraciadamente, era incómodas.

Conversé con Flavio sobre el H.A. y mi estancia en el departamento del Gelado. El chofer de la mansión estaba muy curioso por mi nueva vida y también me preguntó cuándo regresaría. Le respondí que eso sería en el momento que tenga todo en orden.

En otras palabras, cuando tenga el poder suficiente de hacer lo que yo quiera.

—Madame me dijo que regrese por usted en una hora. A las dos en punto estaré aquí por usted, señorita.

Entonces, almorzaré con ella y mi visita tiene las horas controladas.

Los sirvientes de la casa me recibieron y llevaron hasta el living. Estaba ordenado y luminoso, un lugar en el que el tiempo parece no transcurrir. Conserva su toque victoriano y novelesco. Al frente esta la escalera secundaria por donde Abuean desciende para recibir a los invitados.

Yo soy una invitada así que debo esperar a que la anfitriona haga su entrada.

Trago fuerte un sorbo del té verde sin edulcorante y me mantengo en mi posición de reposo en el mueble.

Desde que tengo recuerdos, la mansión de mis abuelos me ha parecido tétrica y no era de mi gusto el venir aquí. Papá era el que me traía, por eso, no tengo bonitos recuerdos con ellos, que digamos.

Practico mi sonrisa mientras espero, mis músculos están algo tiesos y repito el ejercicio de gesticulación dos veces y aún tengo suficiente tiempo para hacer un saludo al sol. Abuean aparece después de quince minutos.

Está usando un traje semi formal y tiene maquillaje fino en el rostro, su cabello está suelto. Se ha puesto extensiones, la última vez que la vi no tenía un cabello tan largo ni voluminoso.

—¿Qué haces aquí? ¡My godness! —exclama— Todos ya están en el salón.

Realizo una ligera inclinación y luego le brindo las buenas tardes señalándole que su sirvienta me había guiado hacia aquí a esperar por su presencia.

—Ya no importa, Susana. Ven conmigo al salón —me había llamado con su mano como atrayéndome hacia ella para seguirla. Por supuesto, soy su nieta y la conozco, me ha dado un barrido visual total, y noté ese gesto de disgusto al ver mi atuendo deportivo. Lo supe también al verla con ese vestido mostaza. Es un almuerzo medianamente importante y como es usual, no tengo la maldita idea de qué tema se iba a tratar.




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