La Heredera

36. Impropio

Ray

Le temo más a su Susana que a su abuela, por eso la observé antes de abrir la puerta. Pero sus ojos estaban nublados como si no estuviera en el presente. La abuela dio un grito chillón apurándome, me sentí como si fuera uno de sus lacayos, y de inmediato, introduje la llave y giré el pomo.

Ann Mery ingresó primero, luego el joven Valentín. Todavía tuve que esperar a Susana y al verla imperturbable, rogué por que ingresara y no le haga un desplante a su abuela.

—No me mires, idiota —ella masculló cuando no pude dejar de ver la parte roja de su mejilla.

Dio un paso para ingresar y me golpeó con su hombro.

—Espero que esta mierda termine rápido —pronunció descuidadamente.

La señora se sentó en el sillón individual, mientras que Val con la culpa e incomodidad en el rostro estaba en el sillón más amplio a la espera de que la abuela aperturara la conversación.

Una vez que Susana se plantó a un costado de ellos, la abuela me pidió una taza de té. Aquí no debemos té, ¿cómo le decía eso a la señora?

—Solo para que lo tengas claro. Es una coincidencia habernos encontrado. Vine por mi cuenta a hablar contigo y verificar en qué lugar habitas —la señora hizo un barrido visual a todo el departamento.

Susana emitió un bufido— He estado viviendo aquí desde hace varios meses, abuela. Gra.ci.as, por tu preocupación, aunque un poco tardía ¿no crees?, ¿Quieres que hagamos un recorrido? —le dice con sorna.

La mirada de la abuela era de indignación, parecía que no esperaba aquella frivolidad por parte de su nieta y creo que no era algo que iba a soportar.

—Este lugar es tan pequeño, no podríamos ni dar vueltas —criticó— Con solo darle un pequeño vistazo he comprobado que no es adecuado para ti, Susana. ¿Por qué no entiendes la imperiosa necesidad de cambiar de ambiente?

—Si concuerdo, es pequeño, por eso tenía planeado regresar a la mansión de mi padre después de diciembre.

Susana suavemente tomó asiento en el sillón restante, colocó su bolso a un lado y me recordó el ir por té para su abuela. Cuando volví del dispensador que estaba instalado en la recepción, ellos ya se habían retirado.

*

Recuerdos de Susana

Gustavo tiene serios problemas, pese a lo que hace es mi mejor amigo. ¿Qué clase de amiga sería si no lo ayudo con esto?

Esa arpía logró casarse con su padre y ahora viven juntos. La madre de Gustavo se fue del país y aceptó que el señor Heinrich se quedara con la custodia de su hijo.

Son muchas situaciones nuevas y definitivamente dolorosas, pero, hermano, eso no es motivo para entregarte a vicios, ni que se acabara el mundo.

—Te lo devolveré a la salida, ¿okey? Me da nervios tenerlo en mi mochila —le dije a Gustavo.

—Okey, pero baja la voz. Me lo entregarás a las espaldas del Coliseo. Solo quedan dos horas para el recreo, no estés nerviosa.

—Oye, pero ¿no crees que otros lo pueden oler? —pregunté angustiada.

—¡No!, solo es cuando lo queman. Ya, por favor, Su, tranquilízate.

—No puedo. De verdad, Gustavo, esta será la primera y última vez.

—Sí, sí, ya te lo dije. Esto es solo porque esa zorra le dijo a mi papá que rebuscara en mi cuarto. No encontrará nada.

Estuve ansiosa toda la mañana, ya faltaba poco para entregarle su maldita mercancía. Ayer había venido a dejármela en mi casa, explicándome todo el meollo del asunto.

Poco a poco me estaba dando cuenta que Gustavo era un chico que vivía atormentado y no solo era por su madrastra, pero no podría adivinar cuáles podrían ser los otros motivos.

El middle School, tenía una mascota de raza labrador retriever, se llamaba Lucas y era un encanto. Lucas además de jugar era un perro guardián que mayormente se encontraba en el Coliseo, allí no se estresaba demasiado.

Pues, Lucas demostró no ser solo una cara bonita; su talento era sorprendente. Ni siquiera ingresé al Coliseo, pero tal vez estuve cerca de su radio y él no perdió tiempo delatándome.

Fue la peor experiencia de mi vida porque involucraba al Colegio, la Policía y la Fiscalía de menores. Obviamente, yo fui encontrada con la sustancia y yo debía rendir cuentas. Hubo mucho ruido, todos hablaban y, por unas horas, los adultos me dirigieron miradas aterradoras. Dispusieron mi declaración, exámenes, fotos y aún no estaba mi padre. Cuando él fue llamado yo tenía ganas de llorar e ir a encerrarme a mi cuarto.

Junto al señor Bruce las cosas se apaciguaran, yo no había mencionado el nombre de Gustavo para nada porque sabía que esto era grave, la cantidad rebasaba los límites a pesar de no lograr llenar una cajita musical. Entonces, el señor Bruce fue claro y dijo que contara toda la verdad.

“Eso no era mío”, fue lo que siempre repetí.

Y creo que sí me creyeron, al menos mi papá y los exámenes de sangre lo corroboraron.

Cuando la familia Heinrich fue emplazada, yo ya no figuré más allí. Gus se enojó conmigo, pero debía hablar, seguro su padre lo golpeó y su madrastra iba a estar muy feliz. Mi padre me dijo que eso no era problema mío.




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