La Heredera

37. Destino

Susana

Los tres estábamos dentro del auto. La mediadora Abuean en el centro y nosotros, los chiquillos inmaduros, a los costados viendo las ventanas.

Siempre había buscado culpables cuando estaba molesta. Echar la culpa a otros nos hace sentirnos momentáneamente libres, pero al final, terminamos más molestos con nosotros mismos. En mis distintas circunstancias pasadas, las que ya no quiero recordar, he reconocido a fuerza mi responsabilidad; sin embargo, ahora no soy culpable de nada y aún así estoy llena de impotencia.

Mi abuela me invitó a almorzar con ella en su casa. Ella me ha invitado…

Su amabilidad me habría hecho muy feliz si me lo hubiera pedido mucho antes; por supuesto, la hubiera rechazado de todas maneras, solo que ya dejaba una prueba de su aprecio y preocupación por mí. No estoy buscando su aprobación, mucho menos me pondré en bandeja de plata. Acepté para dejar en claro que ya soy una mujer capaz de tomar buenas decisiones.

Ella ve en mi un ser inferior, uno que jamás hará nada bien, inútil, tal vez, pero llevo sangre de su precioso hijo. Al menos, debo agradecerle que ha sabido tolerarme. En su lugar, habría roto cualquier trato con personas que no me agradan o les habría hecho la vida un poco más difícil. De cualquier manera, ya estoy aquí y debo avisarle también al amo de casa.

El auto estaba todavía en marcha y nosotros estábamos en silencio, ¿qué tema en común teníamos? Ninguno.

La llamada de Ray entró primero y sin esperar me preguntó a qué hora llegaría para almorzar. Recordé la deliciosa pasta que iba a preparar y eso me irritó. ¡Por la culpa y capricho de mi abuela no probaría mi pasta! Respondí amargamente que almorzaría en casa de mi abuela y que probablemente regresaría en la noche. Sin nada más que decirle le colgué.

—Susana, ¿no necesitarás al menos productos personales? —preguntó Abuean. Después de pedirme que la acompañara a su mansión, solo salí con la ropa que estaba puesta sin llevar alguna otra cosa más que mi teléfono.

—No, solo necesito mi celular. y además no me gusta cargar bolsos —respondí mirando a la ventana y los otros carros que circulaban.

Sentí que tenía sus ojos sobre mí y comenzaba a inspeccionarme como acostumbraba. Mi rostro no estaba hacia un lado, aún así comentó sobre mi rosácea, ¿qué he dejado de controlarla?, ¿por qué he descuidado mi cutis? ¿Y esas ojeras? ¿Esas protuberancias? La postura, recuerda que debes estar erguida. Tu cabello a perdido brillo, ¿qué clase de comida te ofrecen?

—Esto es normal… —corté sus comentarios, me llevó al borde del hostigamiento, no por sus palabras, sino por cómo las decía—. Estoy en período de exámenes, estoy estresada y mi cuerpo cambia, para mal, pero cambia... Por qué mejor no interroga al chico genio. Oí que ellos, aún en vacaciones, dedican su tiempo a estudiar o hacer otras actividades que les otorgue placer intelectual, ¿qué estás haciendo tú por la vida ahora? —desvié la atención hacia Val.

—Estoy inscrito en un Diplomado Internacional de E-commerce y, por el horario, atiendo las clases en las madrugadas, además, practico todos los días natación para mantenerme saludable —respondió sin un ápice de soberbia.

Cuando llegamos a la mansión la mesa estaba preparada, inmediatamente nos dirigieron al comedor, porque Abuean no puede comer a destiempo. Vi varios tipos de platillos tropicales, pero no eran pasta.

El abuelo fue llamado y al poco rato nos dio el encuentro. Saludé sin entusiasmo y volví a la mesa. De atuendo lúgubre, pero de mirada amable, ese es mi abuelo. No dejó de sonreírme cada vez que mis ojos se cruzaban con los suyos, aún era tratada por él como una pequeña niña.

Masticaba el filete y miré hacia el otro extremo. Abuean era muy estricta con la etiqueta, una cabeza va a rodar por haber colocado un plato de más.

No habría sospechado nada si Valentín no preguntaba por Soraya. La abuela le contestó que se había retrasado.

—¿Ella también estaba invitada al almuerzo de hoy? —cuestioné. Todo mi apetito se terminó de morir.

—Sí —respondió tranquilamente Ann Mery—, pero se ha retrasado por su equipaje.

La miré confundida— ¿Se va a mudar aquí?

—No, querida. Ya está preparando su equipaje le daremos el encuentro en el aeropuerto. No tenía idea de que ella tenía programado algún viaje. ¿Iría a ver a su madre?

—¿Le daremos el encuentro? Prefiero no ir —anuncié.

—Irás, iremos. Todos —Abuean estaba tranquila, muy serena y satisfecha.

—No, no iré —reté.

Colocó la servilleta sobre la mesa, quiso hacerlo despacio, pero estaba intentando controlarse, por lo que su gesto fue rápido y nada delicado.

—Susana, hoy iremos todos al aeropuerto —repitió con un tono cortante.

—No necesito despedirme de ella. Le puedo enviar un mensaje. Además, tengo tarea —me excusé. Ni siquiera miraba a mi abuelo porque sabía que no iba a interferir.

—Tampoco tendrás necesidad de hacer esa tarea. En la academia de Oxford aprovecharás más tus clases y tendrás a un tutor particular para que te ayude con tus tareas.

Se formaron pliegues en mi frente y me levanté de la mesa causando que toda la loza temblara— ¡¡¿ABUELA, DE VERDAD QUE—?!! ¿De verdad, piensas enviarme así nada más? ¿Sin avisarme, sin pensar en mis planes?




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