La Heredera

40. Pena

Ray

do you like my cousin?”

No sabía cómo, pero Sara me había descubierto. Agitado, me levanté de la cama a punto de huir hacia un lugar desconocido, pero ¿a dónde? Sara no estaba aquí, aún así sentí sus grandes ojos celestes sobre mí. Por supuesto, ella se estará preguntando cómo es que alguien como yo podría fijarme en alguien como su prima. No tendría ningún derecho, seguramente, me iba a dejar en claro varias cosas.

Sara tiene una mirada aterradora.

Por el nerviosismo, ingresé al chat dejando claro el hecho que leí el mensaje, pero no podía concebir una respuesta sensata. A parte de ello, ingresó una llamada de mi hermano. Lo noté triste cuando me saludó y desgraciadamente, no estaba en mis cabales. Dejé que mis sentimientos confusos desplazaran la atención que le debía a mi hermano y, después de pocos minutos de escuchar sobre su día, me justifiqué diciéndole que tenía un trabajo urgente que hacer y que lo llamaría más tarde.

Al colgar tenía un profundo remordimiento, ¿estaba loco? ¿qué me pasaba? ¿Por qué mi pecho se sentía apretado y mis ojos a punto de traicionarme?

Diablos, sí, me gustaba Lisbeth, pero no puedo hacer nada al respecto. Ella ya ha dejado las cosas claras. Sara, con una pregunta, ha hecho que regresaran todas esas inseguridades que estaba reprimiendo para no pensar en Lisbeth.

Además de que ahora debía lidiar con el examen, mi cabeza estaba hecha todo un lío.

Después de cubrirme con las sábanas, contesté una llamada de Aníbal. Me asombró que, sin siquiera saludarme, él empezara a reclamarme el porqué no le dije que Susana y su hermano se convirtieron en novios. No pude explicarle que eran novios falsos, solo me permitió balbucear unas cosas sin sentido para calmarlo y luego colgó.

Mi rostro estaba contra la superficie de la cama boquiabierto por lo que estaba pasando. ¿Qué le pasaba a todo él mundo? Parecía un caos total.

Vi la hora, ya casi eran las siete de la noche, entonces volví a saltar de la cama para ir directo a la cocina y preparar la cena. Mientras cortaba la fruta en cuadritos como a Susana le gustaba, escuché voces y pasos, hasta que, de pronto, la puerta se abrió.

Susana ingresó primero, pensé que no estaría de buen humor, por eso le estaba preparando su cena favorita; sin embargo, tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Runin, mira! —dijo señalando la pequeña cajita. Ya veo por qué estaba feliz, fue a comer su postre preferido— Te traje un poco.

—Gracias. Buenas noches, Graham —saludé mientras recibía el paquetito y lo colocaba en la alacena.

—¿Todo en orden? —preguntó Graham. Lo miré fijamente, también parecía de buen humor.

—Uhm. Sí… —esquivé su mirada para que no pensara que me enfocaba mucho en él—. Estoy preparando la cena.

Susana ya estaba espiando las ollas— Runin, ¡qué rico! Apura, voy preparando la mesa.

Me quedé perplejo por un rato para entender a esos dos, ¿por qué estaban trasmitiéndome otro tipo de vibra, diferente a la habitual? Aunque me gusta este ambiente, así podremos digerir mejor la comida.

—¡Oh! —Susana dejó los cubiertos a un lado— ¡Es una llamada de mi bebé, ya vuelvo!

Cuando ella ingresó a su habitación, Graham me preguntó con su ceño fruncido y un aura terrorífica, ¿quién era ese “bebé” de Susana?

Por suerte, sabía la respuesta.

—Es mi hermanito —le respondí.

**

—Apúrate, sino llegaremos tarde, el desayuno está listo.

—Hace tiempo que no vamos tarde, por una vez más no pasará nada. Además, se siente genial romper las reglas —bromeó Susana.

Le tiré en la cara una almohada que se había caído al piso— Apúrate, apúrate.

No le había preguntado acerca de su abuela, ni de lo que piensa de mí. Sabía que no era nada bueno, pero podría haber una esperanza. Susana, solo me dijo que no me preocupara. Y siendo sincero, su palabra no era tan confiable.

Por otro lado, había algo que no me dejaba tranquilo, ¿qué podría decirle a Sara? Seguramente, la veríamos esta tarde, o tal vez ya le haya preguntado directamente a Lisbeth. Estaba muy ansioso por eso y no tenía con quién hablarlo.

**

Apreté el asa de la mochila antes de ingresar al aula, el profesor ya estaba dentro hablando sobre la clase. Había suspirado para esfumar mi preocupación, y algo me sujetó del cuello y me hizo retroceder, era Susana—¿Tas bien, muchacho? —me preguntó en un susurró—. ¿Tienes diarrea o también estás en tus días? Te ves pálido. Si estás mal, saltémonos la clase.

Le di un golpe en su frente y le sonreí— Estoy bien, ¿y tú cómo estás?

—Está que me lleva el chanfle, tengo nauseas. Creo que ya me embaracé.

—No digas esas cosas, no son para nada una broma. Tómate esa infusión y te pasará, ya si te sientes peor, te vas a la enfermería.

Susana río— ¿Por qué no nos vamos ahora? Yo tengo descompensación y tú estás con el corazón partío, ¿qué más justificación quieren?




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