La Heredera

42. ¿Qué te sucede?

Susana

Aníbal dijo que vendría para la hora del break, y este está a punto de terminar. ¿Esta será otra de sus mentiritas? Desde hace mucho tiempo que no me presta atención y solo he escuchado sus excusas.  Aun así, yo sigo esperándolo como una idiota.

Su prioridad siempre ha sido Soraya. Maldita sea, no debo tener expectativas. Antes nos iba de maravilla, pero ahora... ¿Por qué se alejó silenciosamente de mí? Fue tan lento que no me di cuenta, al voltear solo vi su ausencia. Siendo él quien me gusta, fue doloroso.

—Ray, voy a la enfermería, volvió el malestar —le dije—, ¿Lis me acompañas?

—Claro —respondió ella.

Mientras caminábamos le pregunté sobre su repentino viaje a Francia. Me comentó que era para acompañar a Sara y pasar solo dos semanas en compañía de su familia por el cumpleaños de su bisabuela. La abracé aprovechando el tiempo y luego se me ocurrió preguntarle si ella sentía dolor. Nuestros períodos casi siempre coincidían; sin embargo, esta vez fue diferente. Lis me respondió que ya le había pasado e inmediatamente se apresuró a enfocarse en mí.

—¿Has tomado alguna pastilla?

Obviamente, le respondí que no. Ya tomo todos los días esas tontas pastillas que me da Mori, no quiero consumir más drogas si no es de vida o muerte.

—Además, Runin me está preparando infusiones que me calman, solo que ya me la acabé la de hoy.

—Veo que también le cuentas de estas cosas.

—¿Cómo no iba a saberlo? Si hacemos las compras juntos, él es quién cocina y el que regresa al mercado si me he olvidado algo.

—Creo que te está malcriando —comentó Lis.

Reí— no para nada. Estoy aprendiendo mucho de él. Algún día haré esas cosas por mí misma, siempre lo observo, así que lo superaré.

Mi comentario pareció sorprenderla porque abrió los ojos ampliamente.

—Me alegro que pienses superarte cada día. Esa es mi Susana —afirmó orgullosa.

Lis habló con la enfermera y luego me recosté en la cama lisa y blanca. La señorita Luz también me ofreció unas pastillas, pero me negué. Soportaré el dolor hasta que nos vayamos a casa.

**

Me había quedado dormida y cuando advertí la hora en mi celular me di cuenta que faltaban treinta minutos para la salida. ¡Oh!, también había seis llamadas perdidas de Aníbal. Le escribí un mensaje diciéndole que ahora estaba disponible por si quería llamarme y me alarmé cuando apareció su nombre en la pantalla casi al instante.

—Suuu, ¿dónde estás?

—En el H.A. ¿y tú?          

—¿Estás durmiendo?

—No, me estoy levantando.

—Estoy en el estacionamiento, ven a verme, quiero conversar contigo.

—Okey.

Colgué y me levanté de la cama. La enfermera no estaba así que no había obstáculos para ir a caminar por allí. Llegué al estacionamiento y me sentí un poco mareada, ya estaba corriendo una brisa fría de invierno.

Aníbal estaba afuera de su auto fumando un cigarrillo. Lo vi y no tuve fuerzas para llamarle la atención. ¿Qué le está preocupando ahora? Si me lo cuenta estará bien, y si no, no tenía porqué exigírselo.

—¿Cómo has estado? —le pregunté mirando sus ojos verdes.

—¿Bien? Normal, como siempre. ¿Tú?

—Vamos mejorando… ¿puedo entrar? Tengo frío.

Aníbal me guio hacia el asiento del copiloto, abrió la puerta y me deslicé en el asiento. Luego él procedió a entrar, el ambiente se sintió algo incómodo, poco natural, pero extrañaba estar así de cerca.

—Susana, ¿de verdad estás con mi hermano?

¿Debo decirle que es un noviazgo falso? No, sí lo hago Soraya se enterará y le puede contar a mi abuela. Lo más prudente es guardar silencio.

—Eh… Sí, estamos juntos —lo miré de soslayo esperando que no fuera insistente.

—¿Y por qué? —su tono fue algo cínico— Digo, ni siquiera lo conoces y es mayor que tú, ¿desde cuándo te gustan las personas de ese tipo? —la tranquilidad de Aníbal parecía menguar. No creí que esto le afectara. ¿Estará celoso? Lo miré fijamente, no parece, más bien lucía contrariado.

—Cierto, tú hermano es un imbécil —respondí—, pero le estoy dando la oportunidad de conocerme. Solo espero llevarnos bien y pasar un buen rato —para poder librarme de mi abuela y sus malignas intenciones de casamentera.

—Susana, no puedo creerlo, ¿él? ¡Él! De entre tantos chicos, elegiste a mi hermano. No puedo concebir esa idea. Lo siento —confesó con las manos apretadas en el volante.

—Relájate, no es que me vaya a casar con él, ¿qué es lo que te molesta? ¿Solo porque es tu hermano? —solo pensé en pequeñas justificaciones para que esto no se vuelva más incómodo de lo que ya era.

Aníbal me observó con una expresión compleja—. ¿Tú lo quieres o al menos te gusta?

Recordé el rostro del Gelado con su cabello rebosante de Gel —Solo soy generosa. Él es una buena persona y muy cálida, me ha ayudado mucho y es confiable.




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