Graham
Estaba junto a Ray esperando a Susana y observaba con incredulidad sus esfuerzos por mantener la comida caliente. Midiendo el fuego de la cocina, preparando con anticipación los platos, cortando la fruta y asegurándose que todo luzca impecable. Ya lo había dicho él, le gustaba la gastronomía.
Me había dado cuenta que este chico poseía un gran talento, de hecho, lo he subestimado presionándolo para que primero eligiera una carrera universitaria. Tal vez, debí ser más comprensivo.
—¿Escuchas ese ruido molesto? —inquirí dejando a un lado mis pensamientos.
—No escuché nada —respondió Ray sin dejar de mover el cucharón.
Me levanté con molestia pensando que los hijos de la pareja del piso superior estaban rayando de nuevo las paredes, pero al abrir la puerta vi una joven con la cabeza agachada y los cabellos disueltos como los de un trapeador, la mano extendida tratando de mover las llaves en sus manos.
Mi pecho se contrajo pensando que algo le pudo haber pasado. Coloqué mi mano en uno de sus hombros y elevé con la otra su fina barbilla para inspeccionar su rostro. La punta de su nariz estaba roja, así como la esclerótica de sus ojos. Vi brillar sus pupilas de color miel y su tez parecía resplandeciente con todas esas gruesas lágrimas viajando por sus mejillas dejando hilos transparentes.
La culpa pronto me alejó de la contemplación de su bella tristeza y mientras presionaba su frente y cejas para que dejaran de arquearse de esa forma tan dolorosa, le pregunté—¿Por qué estas llorando?
Aspiró todo el fluido de su nariz para responder que su psiquiatra se había equivocado y que no era importante.
¿Cómo alguien se atreve a decirle a Susana Clive que no es importante?
—¿Quién te dijo eso? —no me di cuenta que le había infligido presión en sus brazos.
Ella intentó alejarse, ocultando su rostro; sin embargo, yo la acercaba a mi cuerpo. Susana comenzaba alterarse pidiéndome que la soltara. Si lo hacía estaba seguro que iba a correr a esconderse a un lugar fuera de mi vista. No quería volver a pasar por lo mismo.
—¡Tonto, déjame!
—¡¿Qué sucede?! — exclamó Ray, tenía puesto el mandil y sus manos estaban mojadas— ¿Susana? —pronunció con sorpresa y luego preguntó con furia si alguien le había ofendido.
—¡Cállense los dos, déjenme sola! —no la iba a soltar jamás.
Ray se acercó a nosotros y me desplazó. No fue una cuestión de fuerza, sino que sentí el impulso de Susana de ir hacia él. No lo quería admitir, pero ella podría sentirse segura a su lado por eso dejé libres sus muñecas.
Ray y Susana estaban arrodillados sobre el suelo, él tratando de tranquilizarla como a una niña y ella dejándose mimar. A pesar de eso, sus lágrimas seguían brotando sin cesar.
—Guíala hacia adentro —le señalé al muchacho. Él procedió a levantarla cuidadosamente y Susana lo siguió como un corderito. Verla en ese estado era peor que oírla decir groserías y estar en líos.
Ya en el sillón, ella se acurrucó en el mueble con los cojines en su regazo.
—Ahora, dime, Susana, ¿qué ha pasado? —le preguntó Ray tratando de no sonar molesto y mostrando una conmiseración excepcional— ¿Alguien te ha hecho daño?
Susana miró hacia el vacío. No tenía idea sobre el tema de su divagación, sin embargo, ya había cambiado de expresión a una de irritación y rabia, frustración y melancolía, sumamente compleja. La señorita observó de reojo a Ray y lo ignoró.
—Olvidarán lo que acaban de ver, no quiero que lo mencionen nunca —amenazó, los caudales cargados de sal habían secado y solo quedaban manchas largas y negras sobre su piel.
Realmente, cuando estoy con Susana no sé cual sería una “conducta adecuada”, ella es tan impredecible que a veces me saca de mis casillas, pero también me hace sentir una gran paz. Así que me atreví a ser impertinente.
—Últimamente, te has vuelto muy chillona —afirmé. Ella me clavó una mirada poco amigable, continué al sentarme a su lado cuidando mi naturalidad y mi sonrisa— Está bien llorar, no es debilidad, es la limpieza del espíritu. No lo mencionaremos si lo deseas, pero no te engañes. Hay un problema, acéptalo, no lo escondas de ti misma, sino enfermarás.
—¿Quién eres tú para decirme esto? ¡Gelado entrometido! —su voz era nasal.
La ignoré y agregué mis siguientes palabras— Siempre nos han dicho: ¡No llores, aguanta! Nos hemos acostumbrados a eso, sin cuestionarnos por qué debemos aguantar si, en realidad, por ser humanos percibimos y sentimos. En algunos momentos, estamos felices y por ello sonreímos, pero también podemos estar tristes y, en consecuencia, llorar se convierte en la salida perfecta para dejar ir y volver a empezar. Al igual que puedes reír estando sola o rodeada de gente, ¿por qué debe resultarnos vergonzoso el llorar cerca de alguien? No existe una emoción buena o mala, sino las reacciones y acciones. Depende de ti. En tu poder está el decidir qué acción tomarás después de sentir tristeza o alegría.
Los ojos de Susana se volvieron acuosos otra vez y ella contuvo un lastimero gemido. Agachó de nuevo su cabeza. No me gustó verla cabizbaja.
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Editado: 16.02.2024