La Heredera

44. Patéticos

Ray

Se podría decir que la primera vez que vi a Susana mostrar su lado más débil fue cuando discutió con su padre por anunciar que iba a casarse con la señora Kate. Perfectamente, recuerdo esa terquedad suya. A pesar de que era evidente que estaba triste, no quería lucir vulnerable, no dejaba ir sus lágrimas, las contenía en su garganta y seguía con el ceño fruncido y la mirada oscura.

Me tomó por sorpresa verla en ese estado. Susana no era de las personas que se desmoronaba por algo. Si esto ha ocurrido significaba que sea lo que le haya pasado ha rebasado todo lo que podía tolerar.

Lisbeth me dijo que cuidara a Susana, pero no tenía la menor idea de cómo hacer eso. Esta chica ocultaba muchas cosas y no era capaz de verter un poco de sus preocupaciones en nosotros, sus amigos. Ha crecido de esa forma y parece que será difícil cambiarle esa perspectiva de vivir.

Aunque ganas no me faltaban, dejé de marcar el número de Lis para avisarle. Esto estaba fuera de todo pronóstico: ¿Susana llorando como una niña pequeña afuera de la casa?

Ay, Dios.

Sentí una punzada en el pecho. Con la carga en sus hombros de ser la heredera, no podría imaginar lo que la pudiera estar atormentando. Ella no confiaba en mí como para contármelo. Nuevamente, esa impotencia me consumía.

Tampoco quería sentirme como un inútil frente a Lisbeth, todo menos eso. Debía enfrentar las cosas como era debido y alejarme de mis pensamientos cobardes que me frenaban, aún no superaba mi sentimiento de inferioridad por eso temía entrometerme en la vida de mis amigos, con todas sus riquezas, ¿yo qué podía aportar en ella?

Crujieron mis dientes al verme sentado y solo en esta sala vacía, me han ofrecido tantas cosas y yo no podía retribuirlas. Lo único que seguía haciendo era dar vueltas, pero debía ayudar, aunque sea un poco.

**

 

Susana

Le pedí a Graham el favor de guardar silencio, no quería gastar mi energía en una conversación de taxi incómoda, ya era suficiente el haber tenido que recurrir a Mori voluntariamente. No había cosa en el mundo que podía calmar ahora mis sentimientos.

Las últimas palabras que Ann Mery le dijo a Kate aún resonaban en mi cabeza: “Me desocuparé y te iré a ver”.

¿Acaso yo era solo un molesto asunto de rutina, del que podría librarse rápidamente?

Todo se había concentrado en mi pecho como una erupción de sarpullido, quería rascarme y desgarrar mi piel solo para distraerme con el dolor físico.

No lo había experimentado hasta el día de hoy; sin embargo, hace mucho tiempo fui alertada por Mori. “Ven inmediatamente si sientes eso”, me dijo. Pensé que jamás entendería a qué se refería con ese “eso” y, paradójicamente, lo he sentido vivamente, tanto que estaba a punto de hacerlo.

Mori cerró la puerta blanca y vi como la figura de Graham desaparecía de mi vista poco a poco. Él ya nada tenía que hacer aquí, simplemente podía irse y dejarme. Me atormentaba toda esa repentina emoción por ayudarme. No necesitaba su ayuda, jamás se la pedí.

Comencé a rascarme el pecho sin cesar, sentía la ansiedad dentro de mí y mis ganas de gritar.

—No me entenderás.

—Puedes explicármelo, por favor —dijo Mori—. Yo estoy aquí para apoyarte.

¿Qué debía decirle? ¿Debe ser un problema que alguien no te quiera? ¡Por supuesto que no! ¿Y qué tal si ese alguien era tu abuela?

Me dio el ataque de ansiedad antes de que pudiera contarle algo a Mori. Empezaron las palpitaciones, el sudor, la sensación de no poder respirar y ahogarse. Luego de los ejercicios que me hizo practicar, ya había pasado más de veinte minutos y mis ganas de compartir mis pensamientos se habían esfumado. Después de todo ese remolino de garabatos en mi corazón, solo quedo un enorme agujero y tuve mucha sed.

No estaba bien, y Mori se lo dijo a Graham para que tenga los cuidados adecuados conmigo. Yo no estaba enferma, pero me trataban como una.

…Quizás, lo estaba, a ninguna chica que conocía le pasaba esto. Algo en mí no debe estar funcionando.

Graham me observó con detenimiento después de despedirse de Mori, no vi ninguna expresión en ello, aunque tampoco indiferencia. A pesar de que mis pasos eran lentos y parecía estar en estado etílico, él no me tomó del brazo ni fingió ser mi bastón. Caminó delante de mí, sin voltear hasta el auto y abrir la puerta del copiloto.

—Vamos a casa.

Yo no tengo una “casa”.

Volvimos al silencio mientras me mordía las uñas. Esta estúpida manía, la odiaba, pero aún sentía ese cosquilleo horripilante en mi estómago.

Graham se percató del sonido de mis labios en mis uñas. Al sentir que me observaba yo también lo observé y luego dejé mi mano en paz.

—¿Crees que parezco una drogadicta? —mire hacia la ventana para ver su expresión reflejada en el vidrio. No quería ver sus ojos.

Tardó en responder— Solo veo a una linda jovencita esforzándose por no morderse las uñas.




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