Susana
La primera tutora en presentarse fue Loren Wine; su hoja de vida ocupó más de cinco minutos y su disertación habría continuado si mi paciencia fuera infinita; por desgracia, no lo era. Le agradecí amablemente haber aceptado ser nuestra tutora privada para enseñarnos el arte de las matemáticas y los números cardinales y los que no lo eran.
El Gelado se mostró muy atento con ella. Mencionó orgullosamente que se conocieron en la universidad y desde ahí su amistad seguía vigente. Loren era una mujer de semblante suave y pacífico, cabellos rizados elevados en una coleta firme e infantil, rodeada toda ella de un aura de santa paciencia. En conclusión, trasmitía mucha tranquilidad como una muñeca de porcelana con dos maestrías y un doctorado en curso.
—Excelente elección —felicité a Gelado y brindé mi más cálida sonrisa de bienvenida a la doctora, disculpándome también por haber retrasado casi media hora la clase—. Le prometo que seré cuidadosa con mi puntualidad en las siguientes sesiones.
Ante mi amabilidad, Loren se mostró tímida, pero, de forma meticulosa, me dejó en claro que daba por hecho mi puntualidad porque no tendría sentido que fuera su pupila si ocurriera lo contrario.
—Mi tiempo es valioso —afirmó—, al igual que el de ustedes. Graham me habló de su meta y trabajando juntos sé que lo lograremos. Tenemos menos de tres meses y un temario que culminar, así que seremos los más rápido y eficientes posibles. El compromiso no es solo conmigo, sino con ustedes mismos.
El Gelado reforzó el comentario, dándonos una pequeña referencia de ella, sus habilidades, lo genial que era y muchas cosas más. Estaba maravillado de tenerla en su departamento y mientras hablaban se vertían miradas de divertida complicidad que a Ray y a mí nos parecía extraño.
—Creo que se traen ganas —Ray estaba tan cerca de mí que escuchó mi murmullo y, como de bromista este muchacho tenía muy poco, me dirigió una mirada severa idéntica a las que me regalaba mi abuela Amelia.
Sonreí con burla y lo reté con la mirada. Teníamos un arreglo pendiente, así que él no debía atreverse a corregir mi imprudencia cuando se había ido de boca con un secreto tan importante como el de mi noviazgo falso.
A estas alturas no sabía si Runin seguía siendo ingenuo o, tan solo, siempre fue un idiota. Sin embargo, eso ya no importaba, sea imbécil, un genio o una basura, ahora era mi amigo y ambos estábamos en el mismo bote y teníamos que remar juntos. El Gelado nos dejó a solas con la profesora y así la clase inició.
A pesar del temor y ansiedad que sentía por la reacción de Ann Mery cuando Soraya le revele la excusa para no comprometerme con Val Arkozonobel, pude concentrarme en lo que estaba haciendo. Dejé de lado todo ello y me enfoqué en las explicaciones de Loren. Definitivamente, podía palpar su expertis y su preocupación por nuestro aprendizaje. Tanto Runin como yo nos sentimos cómodos, ella nos hacía sentir así.
A Loren solo le correspondían dos horas y media, luego de ella, proseguía la tutora de razonamiento verbal y lenguaje, quien demostró ser otra buena elección.
Al terminar la siguiente semana ya habíamos pasado por las manos de las cuatro tutoras. Todas resultaron ser amigas cercanas o lejanas del querido y estimado representante legal de Runin. Podría haber sido una selección parcial considerando las inclinaciones del Gelado, pero al final comprobé el profesionalismo de las señoritas, que, a decir, eran mujeres muy atractivas.
Acabado el mes estaba realmente exhausta. Estudiar me había absorbido por completo. La mayor parte del día tenía el trasero pegado a la silla y mis únicos momentos de distracción eran los recreos y mis clases de karate.
Al final, Ray terminó por inscribirse a las clases y comenzó su entrenamiento. Era realmente torpe, Adriano y yo nos escabullíamos a su clase para burlarnos de él y ejercen presión como sus superiores; y mis recreos habrían sido más divertidos si Lisbeth no estuviera en Francia.
Las preocupaciones que ocupaban mi cabeza poco a poco fueron disminuyendo. Después de nuestra última llamada Soraya no volvió a molestarme, Ann Mery no me llamó ni visitó, aunque eso no era sorpresa, y la dinámica del H.A. estuvo en calma. Fue como si por ese mes, todo hubiera conspirado para que me concentrara en estudiar.
Por otro lado, mi relación con Gelado andaba viento en popa. Como lo había dicho, comenzó a ir por mí y Runin a la salida de la academia. También reservamos los domingos para nuestras “citas” y, para evitar la monotonía, decidimos hacer una lista de las cafeterías más decentes de la ciudad para poder visitarlas a todas. Si queríamos terminar el listado, debíamos tener veinte citas, eso se volvió un reto, íbamos recién cuatro.
Naturalmente, mi desempeño académico se elevó al igual que el de Runin. Si bien no ocupábamos los primeros puestos, al menos sabíamos lo que teníamos que saber para resolver las preguntas más valiosas. Para nosotros no fue sorprendente salir del promedio para llegar al medio superior, pero causó asombro a varios de nuestros compañeros como Luis, Bruno y Adriano, y, tal vez, de más personas a las que no era tan cercana como Caesar Zamin .
Lo había notado observándome más de la cuenta y su mirada de serpiente me incitaba a ir a darle unos golpes. Por suerte para él, mi persona estaba en una temporada contemplativa y la feminidad de las grandes mujeres que me enseñaban con su ejemplo en las tutorías me estaba alcanzando. Me resultó asombroso su forma de transmitir ideas y explicar términos complejos con una elocuencia simple y concisa, utilizando su palabra y no la fuerza. Además de compartir su experiencia en espaciosos auditorios exponiendo los temas de sus investigaciones.
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Editado: 16.02.2024