La Heredera

54. Algunos recuerdos del pasado

Susana

Los rumores dentro de nuestra sociedad se difundían con una rapidez asombrosa. Más aún en nuestro círculo social, en el que cualquier defecto podía desviar la atención de algún tema más vergonzoso, sobre todo, porque nadie quería estar en la mira. Al parecer, antes de que Kate tuviera relaciones con mi padre, entabló una cercana amistad con Francisco Queirolo, un hombre comprometido con una señorita de buena familia a quien no era posible despreciar, y al parecer la boda estaba en peligro.

Ese tema fue muy controvertido, pero con la celebración del matrimonio todo quedó en el olvido. Aún después de que Kate regresara de Inglaterra y volviera a estrechar amistad con mi padre, hasta posteriormente, asentarse en mi casa, nada había repercutido sobre su “honor”.

Pero antes de cumplir mis doce años, antes de que Soraya compartiera conmigo vivencias en la misma casa y estuviéramos asignadas en la misma aula. Fue solo una persona quien me alertó de las prácticas poco morales de la madre, quien, en ese momento, estaba frecuentando a mi querido padre.

Como siempre, Amelia me pedía comprensión y paciencia, pues mi padre necesitaba a una mujer a su lado. Por supuesto, que yo era comprensiva y lo hubiera sido aún más si esa mujer no hubiera sido Kate, pero el viejo tenía gustos desastrosos.

De cualquier manera, esos años no fueron nada agradables para mí, porque me obligaron a compartir el escaso tiempo parental con otras mujeres que no eran de mi familia ni tenía mi sangre.

Entonces, cuando la impertinente de Sofía Queirolo, que se manejaba unos aires de princesa antipática se acercó a mí para atormentar a Soraya. Yo acepté con gusto. Sofía fue la que me contó del pasado de mujerzuela de Kate, del escándalo que perjudicó la honra de su familia. Kate fue la manzana en discordia de un matrimonio a poco de consumarse. La mujer que hizo añicos los sueños de otra. Era realmente una mala mujer, más si la pareja de Francisco Queirolo estaba embarazada y se iban a casar, precisamente, por encubrir esa “deshonra” para ella.

No era un caso similar al mío, porque mi padre era viudo, pero estaba imponiéndose sobre mí, que era la única hija que todavía necesitaba amor y tiempo de calidad con su padre. Además de que gozaba de muchas comodidades sin estar legalmente casada.

Nos divertíamos haciendo pequeñas bromas como esconder su cartuchera, burlarnos de su cara y de sus peinados. Algunas veces fuimos más rudas y ello me garantizaba una gran reprimenda por parte de Lisbeth, nada físico, por supuesto. Soraya no sabía pelear y yo no podía usar el karate para lastimarla.

Un día retornaba de educación física, estaba empapada de sudor porque había competido con Bruno en el subir y bajar las escaleras del Coliseo en el menor tiempo posible. Mientras corríamos hacia la salida, observamos a un grupo entre chicas y chicos que corrían en dirección al pasaje trasero, en donde regularmente, no había supervisión.

Aunque estábamos contra el tiempo, porque la clase de educación física ya había culminado y debíamos ir a la siguiente, Bruno y yo, seguimos al grupito que entre risas susurraban y alentaban a correr más rápido, porque había una pelea y todos querían verla.

Mi chismoso compañero y yo corrimos más rápido que los demás, pero al llegar no vimos una pelea, sino una golpiza. La pobre perdedora se encontraba de cuclillas mientras la chica más desarrollada y bravucona de la promoción jaloneaba sus cabellos, siendo alentada por su banda. Podía observar los raspones en sus rodillas y brazos, y la ropa blanca de educación física mezclada con el ocre suelo y la vegetación. Pero estaba en silencio, no gritaba, no pedía ayuda, solo miraba el suelo, como esperando que ello pasara. Sola entre tanto bullicio.

En ese tiempo, la altura de Kassandra Kleir y la mía distaban en una cabeza. ¿Eso habría de importarme? Reaccioné en unos diez segundos y fui hacia Kassandra jalándole de sus enmarañados cabellos. Tal vez fue por la situación y la ira, o, quizás, porque ella se encontraba en una posición inestable y la tomé desprevenida; mi fuerza fue suficiente para hacerla caer de espaldas, y en el momento en que cayó, salté sobre ella, para hacerle los mismos rasguños que vi en el rostro de Soraya.

En seguida, sentí otros golpes llegar desde lejos, eran las niñas que siempre están alrededor de una bully, estaban defendiendo a su abejita reina. Allí entró a tallar Bruno que bloqueaba esos golpes con su propio cuerpo, sin herir a las niñas que gritaban improperios.

Al estar, chicas como yo, comprometidas en peleas, los auxiliares aparecían en un abrir y cerrar de ojos, así que, en cuestión de violentos minutos, llegaron dos auxiliares y la pelea terminó. Primero nos llevaron a todos a la enfermería y luego nos encaminaron hacia la oficina del director, en donde ya se encontraban nuestros tutores.

Fui suspendida por una semana porque, logré la nariz a Kassandra sangrara. Ella también estuvo suspendida por el mismo periodo por golpear a Soraya. En mi tiempo de reflexión, encerrada en mi alcoba, pensé que aquello sucedió porque a Kassandra tampoco le caía bien Soraya. Y, como esa chica también arreglaba con los puños las cosas, la situación se había salido de control.

Ni siquiera pude hablar con Soraya del asunto, porque mi padre también estaba molesto y muy ocupado con el trabajo. Kassandra Kleir era una delincuente juvenil en potencia, de las tradicionales, de esas que arregla las cosas de frente y a la fuerza. Su definición de la vida y de las cosas se estaba estructurando, y nadie podía negar que era una muy hábil estratega. Le iba bien en matemáticas y en razonamiento lógico. Esa niña, sabía muy bien de los juegos de poder, y me lo dijo, claramente, el día que volvimos a incorporarnos y yo sentía que todos me miraban con ojos incordiosos.




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