La Heredera de la Muerte [los Cuatro Reinos I]

01 - Primavera.

VANCOUVER – CANADÁ (ACTUALIDAD)

 

La primavera en Vancouver desde tiempos inmemorables y probablemente para siempre, seria fría, quizás no fría al punto de congelarse, pero sí; fría. Y no solo eso si no que el aire era terriblemente furioso y ella estaba tan acostumbrada que no lo pensó dos veces antes de salir de su casa en aquella bicicleta vieja con un fino suéter amarillo, el cabello chocaba con su cara y cada vez que intentaba arreglárselo, perdía el control de aquella bicicleta logrando unas cuantas caídas simples, en momentos así pensaba en ¿Por qué no había llevado nada para atarse el pelo suelto? Pero rápidamente recordaba lo tarde que se le hacia usualmente para llegar a su trabajo y aquel pensamiento se borraba de su mente, tan rápido como la última caída que se dio llegando a la puerta de la florería en donde trabajaba medio día al ser propiedad de su familia.

Por el impacto cerro sus ojos con fuerza y el cuerpo había quedado de costado junto a la bicicleta, lentamente abrió sus ojos esperando encontrarse con que nadie había visto tan vergonzosa escena y con la poca suerte que tenía le sorprendió encontrarse una calle semivacía donde las únicas personas presentes se encontraban distraídos con sus celulares y pláticas ajenas a la situación.

Pero se sintió triunfante demasiado pronto, ya que apenas ponerse de pie, encadenar su bici y entrar a la florería vio como Gia, su hermana, y unas personas desconocidas que supuso eran clientes la observaban entre preocupados y con ganas de reírse.

 

-¿Estas bien?- pregunto Gia apretando los labios para contener la risa, la accidentada bufó con enojo pasando por su lado sin siquiera responder pero antes de alejarse lo suficiente dijo con un tono leve “buenas tardes”, logró escuchar como su hermana hacia unas bromas sobre ella y pensó seriamente en no volver a prestarle aquel labial nude que a Gia le quedaba precioso pero a ella no.

 

El color de sus pieles y rasgos eran tan diferente que muchas personas a lo largo de su vida habían dudado que fuesen familia y tenían razón, no eran familia de sangre, la señora Narahe y su esposo Bhaltar se habían hecho cargo de ella a una corta edad, tras la muerte de sus padres biológicos, criándola como su propia hija junto a sus hijos de sangre, Behtan, el mayor, seguido por Kaius y finalmente Gia, esta familia, -además de los extravagantes nombres- tenía un característico y precioso color de piel que parecía caramelo y algo que Gennady envidiaba pero jamás lo diría en voz alta, y por supuesto el color de ojos de cada uno de ellos, eran un azul profundo que hacían un contraste perfecto con el tono de piel que tenían, ella se sentía común, piel trigueña sin llegar a parecer bronceada y ojos con el tono celeste casi verde, algo que afortunada y raramente habían tenido similar había sido el tono de cabello: un castaño oscuro, pero sin embargo era demasiado normal ver gente trigueña o blanca con ojos de color mientras que a su punto de vista, su familia era perfecta.

 

Suspiró intentando alejar el enojo y la vergüenza mientras se dirigía al fondo del local, donde Kaius se encontraba cortando algunos tallos de flores silvestres y Behtan armaba grandes ramos, sus padres; Narahe y Bhaltar no trabajan en la florería pues cada uno de ellos contaban con un trabajo fuera del negocio familiar, su madre era una excelente chef en unos de los restaurantes máscaros de la ciudad y su padre trabajaba como entrenador de educación física en el bachillerato donde hasta hace poco estudiaba.

-¿Qué sucede?-cuestiono Kaius al ver la cara larga de su hermana, esta lo miro a los ojos con el ceño fruncido y respondió.

-Me caí.

 

-Te caíste- repitió detenidamente y aunque era demasiado claro él lo analizó y ella lo miró extrañada, después de unos segundos volvió a hablar-¿acaso ayer no caíste también?- Gennady cerro los ojos y respiro profundo intentando mantener la calma mientras que no solo Kaius se reía a desvergonzadas carcajadas si no que Behtan que se había mantenido al margen, también lo hacía.

 

Y si, el día anterior se había caído de una manera similar, era torpe unas dieciséis horas al día ya que en las ocho restantes se dedicaba a dormir.

-iré a ver si algún cliente me necesita-se excusó para no seguir siento el blanco de burla de sus hermanos mayores.

Ya en la sala principal de la florería encontró a Gia aún ocupada, pero con distintos clientes y como ella no tenia ganas de trabajar solo se sentó a observar y esperar que alguien necesitara de su ayuda.

Podría jurar que las horas pasaban más lento cuando se encontraba en su trabajo, pero después de un largo y aburrido día, era hora de irse a casa.




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