La Heredera del Ciclo

La Heredera del Ciclo Capítulo 8: La Luna Sin Forma

El nuevo Santuario no tenía centro.

No tenía altar, ni paredes líquidas, ni lunas compartidas. Era un espacio vivo, moldeado por quienes lo habitaban. Cada emoción creaba una ruta. Cada decisión, una constelación. Cada silencio, una puerta.

Y en el cielo, flotaba una luna.

No creciente.

No llena.

No invertida.

Una luna sin forma.

Aelira la observaba cada noche. No brillaba. No giraba. Solo… esperaba.

—No es símbolo —dijo—. Es espejo. De lo que aún no hemos sentido.

Kael la escuchaba en silencio. Su vínculo, aunque liberado, comenzaba a vibrar con una intensidad que no reconocía. No era dolor. Era posibilidad.

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Los aprendices comenzaron a notar que el Santuario reaccionaba a sus estados internos.

- Cuando Neris dudaba, el suelo se volvía niebla.
- Cuando Solan se enfurecía, el aire se volvía fuego.
- Cuando Eira soñaba, los muros se convertían en estrellas.
- Cuando Thalen deseaba volar, el cielo descendía.

Cada emoción era arquitectura.

Cada pensamiento, estructura.

Pero también… cada herida era grieta.

Una noche, Eira lloró en silencio. El Santuario se partió en dos. No por fragilidad. Por empatía.

—Nos está escuchando —dijo—. Pero también nos está sintiendo.

Kael frunció el ceño. —¿Y si no podemos sostenerlo?

Aelira respondió:
—Entonces debemos aprender a sostenernos… entre nosotros.

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Desde que el Santuario comenzó a responder, Aelira empezó a cambiar.

No físicamente.

Espiritualmente.

Su marca, antes estable, comenzó a dividirse en fragmentos de luz. Cada vez que un aprendiz creaba una ruta, un fragmento de Aelira se desprendía y se unía a esa emoción.

- Una parte de ella vivía en la sombra de Neris.
- Otra, en el fuego de Solan.
- Otra, en los sueños de Eira.
- Otra, en el vuelo de Thalen.

Kael lo notó.

—Estás repitiendo lo que Lyra hizo —dijo.

Aelira lo miró. —No por sacrificio. Por expansión.

Kael tembló. —¿Y si te pierdes?

Aelira sonrió. —Entonces me encontrarán. En cada uno.

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Una noche, mientras el Santuario dormía, Kael caminó solo hacia la luna sin forma. Al acercarse, el cielo se volvió espejo. Y en él… vio a alguien.

No era Lyra.

No era Aelira.

Era él.

Pero distinto.

Más joven. Más oscuro. Más cerrado.

—¿Quién eres? —preguntó Kael.

La figura respondió:
—Soy lo que nunca elegiste ser. El Kael que no soltó. El Kael que convirtió el vínculo en prisión.

Kael retrocedió. —No eres real.

La figura avanzó. —Soy posibilidad. Y mientras no me enfrentes… seguiré siendo opción.

Kael cayó de rodillas. —¿Qué quieres?

La figura se arrodilló frente a él. —Que me perdones. No por lo que fui. Por lo que no pude ser.

Kael lloró.

Y el Santuario… se estabilizó.

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Al amanecer, la luna sin forma comenzó a moverse.

No en círculos.

En espiral.

Cada giro mostraba una emoción distinta.

- Culpa.
- Deseo.
- Perdón.
- Amor.
- Elección.

Aelira la observó. —Está despertando.

Eira se acercó. —¿Qué significa?

Aelira tocó el aire. —Que el ciclo está listo para cambiar de forma. No para repetirse. Para reinventarse.

Thalen voló hacia la luna. Al tocarla, vio un plano que no existía. Uno donde los vínculos eran líquidos. Donde las decisiones eran visibles. Donde el tiempo… era emoción.

Solan encendió una llama. La luna la absorbió. Y brilló.

Neris proyectó una sombra. La luna la abrazó. Y giró.

Kael se acercó.

Y la luna… se volvió espejo.

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El Santuario respiró.

Los aprendices se convirtieron en arquitectos emocionales.

Aelira, cada vez más fragmentada, se volvió parte de todos.

Kael, al mirar su reflejo, vio a Lyra.

No como recuerdo.

Como posibilidad.

La luna sin forma giró una vez más.

Y en su centro… apareció una palabra.

“Elegir.”

Porque el ciclo no es destino.

Es decisión.

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En el texto hay: magia arcana

Editado: 19.10.2025

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