El Santuario Dormido respiraba en calma.
Las lunas compartidas no giraban. La luna sin forma no brillaba. El plano del no tiempo se había aquietado. No como pausa. Como cuna.
Los aprendices caminaban en silencio. No por temor. Por respeto. Cada rincón del Santuario respondía a emociones suaves, no pronunciadas. Y en el aire… algo comenzaba a cambiar.
Kael lo sintió primero.
—Hay algo nuevo aquí —dijo—. No es magia. No es memoria.
Eira se acercó. —¿Entonces qué es?
Kael cerró los ojos. —Presencia.
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Una mañana, mientras Thalen meditaba bajo el cielo sin forma, escuchó una risa.
No suya.
No de los aprendices.
Una risa pequeña.
Infantil.
—¿Alguien más escuchó eso? —preguntó.
Neris asintió. —Yo también. Pero no vino de afuera. Vino de adentro.
Solan encendió una llama. En su centro, apareció una figura diminuta. No era fuego. Era emoción encarnada.
Eira soñó con una niña que le decía: “No tengo nombre. Pero tengo ternura.”
Kael caminó hacia el centro del Santuario.
Y allí estaban.
Niños.
No nacidos de cuerpos.
Nacidos de emociones no vividas.
Los Hijos del Silencio.
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Los aprendices entendieron que no eran padres.
Eran cuidadores.
Cada niño representaba una emoción que había sido negada, olvidada o temida.
- Neris cuidó a una niña que lloraba sin lágrimas: la tristeza contenida.
- Solan abrazó a un niño que temblaba sin frío: el miedo no expresado.
- Eira cantó a una niña que no dormía: la esperanza no permitida.
- Thalen voló con un niño que no hablaba: el deseo no nombrado.
Kael se sentó junto a un niño que solo lo miraba.
—¿Quién eres? —preguntó.
El niño respondió:
"Soy el amor que no pediste. Pero que siempre estuvo."
Kael lloró.
Y el Santuario… vibró.
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Desde su forma dispersa, Aelira comenzó a susurrar.
No en palabras.
En sueños.
- Neris soñó con un bosque que crecía al ritmo de sus suspiros.
- Solan soñó con una llama que se apagaba para descansar.
- Eira soñó con un jardín que florecía sin ser visto.
- Thalen soñó con un cielo que no necesitaba altura.
Kael soñó con Lyra.
Pero esta vez, ella dormía.
Y en su sueño… el ciclo giraba.
—¿Está soñando? —preguntó Kael.
Aelira respondió:
"Sí. Y lo que sueña… puede convertirse en mundo."
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Una noche, mientras los niños dormían en silencio, Kael caminó hacia el centro del Santuario.
El suelo se volvió líquido.
El aire, espejo.
Y en él… vio una luna.
No sin forma.
No compartida.
Una luna nueva.
—¿Es señal? —preguntó.
Aelira susurró:
"Es posibilidad. El ciclo está soñando con su próximo despertar. Pero no lo hará solo. Necesita ser llamado."
Kael tembló.
—¿Y si no estamos listos?
Aelira respondió:
"Entonces el sueño se volverá semilla. Y esperará."
*
Kael tocó el suelo.
No para activar.
Para sentir.
Y el Santuario… respiró distinto.
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Los Hijos del Silencio comenzaron a crecer.
No en edad.
En emoción.
Los aprendices se convirtieron en cuidadores de lo que nunca fue dicho.
Kael, al recibir la señal, entendió que el ciclo no despierta por voluntad.
Despierta por ternura.
Aelira, desde los sueños de quienes aún no han nacido, susurraba:
"El próximo ciclo no será legado. Será juego. Será abrazo. Será elección sin miedo."
La luna nueva brilló una vez.
Y en su centro… apareció una palabra.
“Llamar.”
Porque el ciclo… está soñando.
Y espera ser invitado.
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