El Santuario Dormido comenzó a despertar.
No como ciclo.
Como juego.
Las lunas compartidas seguían apagadas. La luna sin forma no había regresado. Pero los Hijos del Silencio, nacidos de emociones no vividas, empezaban a moverse con una energía distinta. No buscaban respuestas. No pedían guía. Solo… jugaban.
Kael lo observaba desde el centro del Santuario.
—No están repitiendo el ciclo —dijo—. Lo están reinventando.
Eira sonrió. —Y lo hacen sin miedo.
Thalen voló en círculos. —Y sin propósito.
Solan encendió una llama que se convirtió en mariposa.
Neris proyectó una sombra que se volvió cometa.
El Santuario… comenzó a reír.
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Los Hijos del Silencio no hablaban.
Pero cada gesto era una historia.
- Una niña dibujó constelaciones en el aire con sus dedos, y el cielo respondió con estrellas nuevas.
- Un niño saltó sobre una piedra, y el suelo se convirtió en puente.
- Otro giró sobre sí mismo, y el viento creó una espiral que conectaba emociones.
Los aprendices intentaron entender.
Pero el juego no se explicaba.
Se vivía.
Eira se acercó a una niña que pintaba con luz.
—¿Qué haces?
La niña respondió:
"Estoy jugando a lo que podría ser."
Eira se arrodilló.
Y comenzó a pintar con ella.
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Los aprendices comenzaron a participar.
Pero pronto entendieron que el juego no obedecía reglas.
- Neris intentó guiar a un niño, pero él se convirtió en sombra y desapareció.
- Solan quiso encender una llama para mostrar algo, pero la llama se volvió lluvia.
- Thalen voló para enseñar, pero el cielo se volvió espejo y lo reflejó como niño.
Kael se sentó en silencio.
—No podemos enseñarles —dijo—. Solo podemos jugar con ellos.
Aelira, desde los sueños, susurró:
"El juego no es método. Es emoción libre. Y en él… el ciclo se reinventa."
Los aprendices soltaron sus marcas.
Y comenzaron a jugar.
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Kael caminó hacia un niño que lo observaba.
No con expectativa.
Con curiosidad.
—¿Quieres que te enseñe algo? —preguntó.
El niño negó.
—¿Quieres que te escuche?
El niño negó.
—¿Entonces qué quieres?
El niño sonrió.
"Que juegues. Sin razón."
Kael tembló.
Nunca había sentido alegría sin propósito.
Su vínculo siempre había sido guía, deber, equilibrio.
Pero ahora…
Era invitación.
Kael se arrodilló.
El niño le entregó una piedra.
Kael la lanzó.
Y el cielo… se rió.
Kael también.
Por primera vez.
Sin razón.
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El Santuario Dormido comenzó a cambiar.
- Las raíces se volvieron columpios.
- Las sombras, escondites.
- Las llamas, fuegos artificiales.
- Los sueños, laberintos.
No había peligro.
No había destino.
Solo juego.
Los Hijos del Silencio guiaban sin guiar.
Los aprendices seguían sin seguir.
Y el ciclo… comenzaba a girar.
No como estructura.
Como danza.
Aelira susurraba:
"El juego es el origen que no necesita explicación. Y mientras alguien juegue… el universo florece."
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Kael se convirtió en jugador.
Los aprendices, en compañeros.
Los Hijos del Silencio, en creadores.
El Santuario, en parque emocional.
Y el ciclo… en juego eterno.
Lyra, desde todos los planos, sonreía.
Aelira, desde los sueños, reía.
Y en el cielo, apareció una palabra.
“Imaginar.”
Porque el ciclo… ahora juega.
Y cada juego… es un nuevo comienzo.
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