La Heredera del Ciclo

La Heredera del Ciclo Capítulo 16: El Jardín de los Ciclos

El Santuario, ahora convertido en parque emocional, comenzó a transformarse una vez más.

No por decisión.

Por juego.

Los Hijos del Silencio, que habían nacido de emociones no vividas, comenzaron a cavar con sus manos pequeñas. No buscaban tesoros. No buscaban respuestas. Solo querían plantar.

Kael los observaba desde el centro del Santuario.

—¿Qué están haciendo? —preguntó.

Una niña respondió sin mirar:

"Estamos sembrando lo que sentimos."

Thalen descendió desde el cielo. —¿Y qué florece de eso?

La niña sonrió. —Ciclos nuevos.

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Cada niño comenzó a plantar una emoción.

- Una niña enterró una piedra que había sostenido mientras lloraba: tristeza transformada.
- Un niño dejó caer una risa en el suelo: alegría sin forma.
- Otro sopló un suspiro sobre una raíz: deseo sin urgencia.

Los aprendices se acercaron.

- Neris entregó una sombra que había guardado por años.
- Solan dejó una chispa que nunca se atrevió a encender.
- Eira enterró un sueño que no necesitaba cumplirse.
- Thalen soltó un vuelo que no buscaba altura.

Kael se arrodilló.

Y entregó algo distinto.

Un recuerdo que nunca vivió.

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Kael cerró los ojos.

Y recordó algo que no había ocurrido.

Una tarde bajo un árbol.

Lyra a su lado.

Sin palabras.

Solo respirando juntos.

No era memoria.

Era posibilidad.

Kael la tomó entre sus manos.

Y la enterró.

El suelo vibró.

Y al instante… brotó una flor.

No tenía pétalos.

Tenía pulsos.

Cada uno latía con una emoción distinta.

- Amor sin forma.
- Presencia sin propósito.
- Silencio compartido.

Kael la sostuvo.

Y lloró.

Porque entendió que no todo lo vivido necesita haber ocurrido.

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El Santuario se convirtió en jardín.

- Las raíces se entrelazaban como vínculos nuevos.
- Las flores cantaban sin voz.
- Las hojas susurraban decisiones no tomadas.
- El aire olía a ternura.

Los Hijos del Silencio corrían entre los brotes.

No para recoger.

Para cuidar.

Los aprendices caminaban sin marcar rutas.

Porque el jardín no necesitaba caminos.

Solo pasos.

Aelira, desde los sueños, susurraba:

"Cada flor es un ciclo que no repite. Cada brote, una emoción que eligió florecer."

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Eira fue la primera en notarlo.

—Cada vez que jugamos, algo cambia —dijo—. No aquí. Allá.

Thalen voló hacia el cielo.

Y vio constelaciones nuevas.

Solan encendió una llama.

Y el fuego se volvió danza en otro plano.

Neris proyectó una sombra.

Y en el plano del error… alguien recordó.

Kael tocó la flor que había brotado de su recuerdo no vivido.

Y sintió que Lyra… sonreía.

No desde el pasado.

Desde el ahora.

Porque el juego no solo crea.

Deja huellas.

En el tejido del universo.

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El Jardín de los Ciclos floreció sin control.

Los Hijos del Silencio se convirtieron en jardineros de lo invisible.

Los aprendices, en cuidadores de lo posible.

Kael, al recibir la flor, entendió que el ciclo no necesita girar para existir.

Solo necesita florecer.

Aelira, desde los sueños de quienes aún no han nacido, susurraba:

"El próximo ciclo no será historia. Será jardín. Y cada emoción… una semilla."

En el cielo, no apareció una luna.

Apareció una flor.

Y en su centro… una palabra.

“Florecer.”

Porque el ciclo… ahora brota.

Y cada brote… es una nueva forma de recordar.

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En el texto hay: magia arcana

Editado: 19.10.2025

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