La Heredera del Fuego

Prólogo: El Fénix Silencioso

No había luna. Solo un viento extraño que arrastraba secretos entre las torres del castillo. Una figura encapuchada corría entre los jardines, apretando contra su pecho un bulto que lloraba bajo las mantas.

—Shhh.. —susurro—. Perdóname, pequeña.

La dejo en la entrada, toco una sola vez la puerta y murmuro:

—Protégela, queda en tus manos.

Luego desapareció en la oscuridad de la noche, llevándose consigo secretos que durante años nadie podría descifrar.

___

Diecisiete años después...

Katheryn vivía en un mundo de reglas y apariencias. Despertaba con el sonido de la campana del ala este, desayunaba bajo el techo abovedado del comedor real, y pasaba la mañana en clases de política, historia o etiqueta. Era una princesa en todo el sentido de la palabra: modales suaves, vestidos impecables y una sonrisa bien ensayada.

Pero por dentro... algo no encajaba.

Cuando la rutina la asfixiaba, buscaba refugio en el jardín trasero. Esa noche, mientras el viento agitaba las hojas con un murmullo inquietante, Katheryn salió descalza y caminó hasta el lago artificial. Dejo las zapatillas a un lado y sumergió los pies en el agua helada, esperando que esa frescura le apagara la inquietud que llevaba dentro desde hacía semanas. Cerró los ojos y respiró profundo, pero aquella sensación de fuego latente no desapareció.

—¿De verdad pertenezco aquí? —susurro, mirando su reflejo temblar en el agua.

Un reflejo que, a veces, no reconocía como suyo.

Por las mañanas, Lady Isolde, su dama de compañía, la recibía siempre con paciencia envuelta en severidad.

—Recuerde, Katheryn, la gracia y la precisión no son negociables —le repetía mientras acomodaba un mechón rebelde.

—Sí, Lady Isolde —respondía ella, aunque sabia en lo mas profundo que aquella rigidez no era parte de si.

—¿Estás bien? —insistió la dama en otra ocasión, notando el brillo cansado en sus ojos.

—Solo un poco fatigada—mintió Katheryn, sin querer preocupar a nadie.

La verdad era otra. Algo dentro de si se agitaba, como un secreto que no podía contener. A veces, escuchaba susurros que nadie más oía, ecos lejanos que la estremecían. Y en otras ocasiones, un calor extraño recorría su cuerpo: no quemaba, pero que la desestabilizaba, como si intentara despertar algo.

"Aerlyss...
Te están buscando. No por lo que eres, sino por lo que puedes despertar."

Esas palabras regresaban una y otra vez en sus sueños, persistentes, urgentes, como un llamado imposible de ignorar.

Esa noche no podía dormir. Caminaba de un lado a otro por su habitación, la bata de seda enredandose en sus pasos, las manos humedas, la mente hecha un torbellino. Finalmente, decidió: abrio la puerta y bajo descalza por el pasillo silencioso hasta hasta las estancias del rey.

Tocó la puerta dos veces, suave.

—¿Padre? —susurro, casi con culpa.

La puerta se abrió poco después, aún con el abrigo encima del pijama. Tenía el cabello despeinado y el rostro cansado. Pero al verla, sus facciones se suavizaron de inmediato.

—Katheryn —dijo en un suspiro— ¿Tuviste otra pesadilla?

Ella negó con la cabeza, pero no hablaba. No encontraba palabras.

El no insistió. Simplemente corrio la puerta.

—Ven, pasa.

Entraron al estudio del rey, con ese olor familiar a madera. Se sentó en uno de los sillones y palmeo el asiento frente a él, Katherine se sentó, doblando las piernas contra el pecho, como cuando era niña y buscaba refugio en el.

—No sé qué me pasa, papá —dijo al fin en voz baja—. Es como si algo dentro de mí estuviera... cambiando. Como si ya no fuera yo.

El rey la observo en silencio. Con esa mirada que decía mas que cualquier consejo. Había pasado diecisiete años leyendo cada gesto de su hija, cada sombra de duda en sus ojos.

—¿Te duele algo? ¿Te sientes enferma? — pregunto con cautela, intentando no sonar alarmado.

—No —respondió rapido, pero luego dudo—. Bueno... quizá un poco. Es... como un fuego que llevo dentro. No duele pero esta siempre ahí, latiendo. Y los deberes reales también me pesan. A veces siento que no encajo en lo que esperan de mi.

El rey solto un soplido, cansado pero con ternura, y se inclinó hacia ella.

—Katheryn.. —murmuro, y sonrió con ironía—. ¿Sabes que he leído mil libros sobre como ser un buen rey? Pero ni uno sobre como ser un buen padre.

Katheryn lo miró fijamente, como si quisiera decirle algo más.

—He cometido errores, hija. Exigir demasiado, esperar demasiado. Pero no porque seas una princesa... sino porque eres lo mas valioso que tengo. Y porque quiero que el mundo nunca pueda hacerte daño.

Katheryn sintió un nudo en la garganta.

—¿Y si no puedo con todo lo que esperan de mi? ¿Me querrás igual?

El rey soltó una carcajada ronca, entre cansada y defectuosa, y la atrajo hacia el con un gesto firme.



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En el texto hay: princesa, fuego, boyslove

Editado: 07.10.2025

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