La Heredera del Fuego

001. El comienzo

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El Bosque de Tenebris era un lugar maldito, decían algunos. Otros lo llamaban sagrado. Solo quienes no temían a la muerte se atrevían a internarse allí.

Leo D'Argent no temía a nada... salvo a fallarse a sí mismo.Vivía en la ciudad, cerca y lejos del palacio a la vez, en una casa que su difunto padre había construido con sus propias manos. Con él vivían su madre, una mujer fuerte de mirada severa, y sus hermanos gemelos, dos muchachos de dieciséis años a quienes adoraba más que a su propia vida.

El bosque era su refugio.Iba allí para entrenar con la espada, descargar la rabia, dominar los poderes que apenas comprendía. El hierro parecía reconocerlo: espadas, dagas, herraduras... todo respondía a sus manos como si el metal recordara a su sangre.

Esa noche, el silencio era inusual. Sentado junto a una fogata, afilaba con calma una hoja nueva. La cicatriz que le cruzaba la ceja izquierda brillaba débilmente con el resplandor de las brasas. Sus ojos, grises como la niebla, se levantaron de repente.

El viento cambió.Un susurro atravesó las hojas. Los pájaros escaparon en bandadas. El aire, denso, olía a hierro caliente. El bosque quedó en un silencio que helaba la piel.Entonces la vio.

Un destello en el cielo, como una chispa que crecía. Al principio pensó en un meteorito. Pero no. Esa luz palpitaba. Caía demasiado recta, demasiado viva. No era magia común.

Era un alma envuelta en fuego. Su corazón empezó a golpearle las costillas. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Leo se puso de pie de un salto, con la espada envainada en la espalda y la mano lista sobre la empuñadura de su daga.

—No... —susurró, apenas audible.

La esfera descendió envuelta en llamas doradas, rompiendo el aire con un silbido agudo. El suelo tembló bajo sus botas. Las ramas se sacudieron violentamente. El calor le azotó el rostro como si hubiera abierto una fragua gigante.

El instinto gritaba: huye. Pero sus piernas no obedecieron.

La esfera explotó en un estallido de chispas. Y del fuego... emergió ella.

Una figura femenina. Su vestido desgarrado se agitaba como ceniza danzante. El cabello caía en cascadas rojizas, iluminado por las llamas. Su piel brillaba como porcelana al borde de romperse. Sus ojos, dos brasas líquidas, lo atravesaron por un instante.

Leo retrocedió, con la garganta seca. No era humana. No podía serlo."Llama a la guardia", le gritaba la mente.

"Corre, idiota. Si alguien la busca y te encuentra con ella, morirás."

Pero no se movió. Algo en esa visión lo clavaba al suelo.

Leo no sabia quien era ella. Pero estaba claro: no era cualquiera.

—¿Quién eres? — pregunto, su voz baja, firme, sin dejar de observarla.

La joven lo miro. No con miedo. No con arrogancia. Con una chispa de desafío.

—Depende...¿Estas de mi lado o de quienes me persiguen?

Leo parpadeo, confundido. Esa no era la respuesta que esperaba. Y aunque no le tenia miedo, no quería morir esa noche.

Dio un paso mas cerca. Podía ver que ella temblaba levemente, aunque lo ocultaba. Las alas de fuego que la habían traído se desvanecían, como humo que se niega a desaparecer.

Ella dio un paso tambaleante. Otro. Y entonces, sus piernas cedieron. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, desvaneciéndose.—¡Oye! —Leo reaccionó sin pensarlo, corriendo hacia ella.

La atrapó justo antes de que golpeara la tierra.

El calor le quemó las palmas como si sostuviera hierro al rojo vivo. Un jadeo escapó de sus labios. Todo su cuerpo gritaba que la soltara, pero no podía. Sus brazos se cerraron en torno a ella con una fuerza que no sabía de dónde nacía.

La miró.

Dormida, inconsciente, parecía una niña perdida. Nada en su rostro evocaba el monstruo que había imaginado segundos antes.

¿Quién demonios era? ¿Una fugitiva? ¿Un arma? ¿Un presagio?

Leo apretó los dientes, el pecho ardiendo de adrenalina.

"Si la dejo aquí, morirá. Si la llevo conmigo, me condeno. ¿Qué diablos hago?"

El bosque crujió a su alrededor como si escuchara sus pensamientos. No había tiempo para dudar. Con un gruñido, la levantó en brazos y echó a correr hacia su cabaña. Las ramas le azotaban el rostro. Cada ruido lo hacía voltear, convencido de que alguien más había visto caer a la muchacha.

Al llegar, la depositó sobre la cama improvisada con pieles suaves. La observó. Su respiración era rápida, agitada, como si una batalla invisible siguiera librándose en su interior.

Leo se apartó un paso, con el corazón en la garganta.—¿Qué demonios eres, chica de fuego? —murmuró, la voz ronca.

Como respuesta, en el centro de su pecho brilló una marca: un círculo ígneo, como un sol atrapado entre líneas.

Leo sintió que el miedo lo atravesaba.

Poco a poco su pecho se tranquilizaba, sus parpados temblaron débilmente y, sin abrirlos, la mano de la joven busco la suya con desesperación.



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En el texto hay: princesa, fuego, boyslove

Editado: 07.10.2025

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