La Heredera del Fuego

007. Modales de princesa

El amanecer aún no llegaba cuando Katheryn, o Aerlyss como se llamaba durante su amnesia, abrió los ojos. El fuego cercano aún daba un calor tenue. La cabaña estaba en silencio y en penumbra, y el único sonido era la respiración tranquila de Leo, que dormía en el suelo con una manta sobre los hombros y una expresión calmada. Su barba estaba más crecida que antes y tenía el ceño levemente fruncido, como si soñara que peleaba y protegía al mismo tiempo.

Katheryn lo observó largo rato, con un nudo en el pecho. Leo había sido su guardián sin saberlo. La cuidó cuando no sabía quién era y la protegió cuando no podía hacerlo sola. ¿Qué pasaría ahora que él supiera la verdad? ¿Seguiría bromeando como siempre? ¿La vería diferente por ser princesa y él solo un chico del bosque? No quería que nada cambiara. No quería perder esa torpe ternura que solo él sabía dar.

Se levantó con cuidado, sin hacer ruido, y salió de la cabaña. El bosque la recibió con su calma habitual. Caminó hasta un claro donde el rocío todavía mojaba las hojas. El aire olía a tierra húmeda y savia. Se arrodilló entre los helechos y, por primera vez desde que despertó, lloró. No de desesperación, sino de resignación.

—No sé qué hacer... —susurró al cielo.

Sabía que tenía que volver. Que su padre, el rey, la estaría buscando en el palacio. Que su ausencia causaba un vacío, aunque nadie más lo supiera. Pero no podía regresar y arriesgar a quienes la protegían. El bosque la cuidó, sí, pero Leo la salvó. Y volver podía ponerlo en peligro. ¿Cómo decidir entre su deber y su corazón?

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La mañana llegó con olor a pan viejo y café improvisado. Leo despertó con el cuello rígido por haber dormido mal y se estiró con un suave gruñido. Giró la cabeza y la vio sentada en su cama improvisada, con la espalda recta, las manos en el regazo y la mirada perdida en la ventana abierta.

—¿Te levantaste antes que yo? —preguntó rascándose la cabeza.

Ella le sonrió con suavidad.

—Hace rato. Preparé té, ¿quieres un poco?

Leo parpadeó sorprendido. ¿"Preparé té"? ¿Dónde estaba el "oye tú, chico salvaje, tráeme agua"? Se levantó despacio sin dejar de mirarla.

Durante el día algo cambió. Ella caminaba distinto, con delicadeza, casi como flotando. Ayudaba con los quehaceres con torpeza, sí, pero con una elegancia extraña. Incluso usaba palabras como "por favor" y "gracias".

—¿Dónde están las servilletas limpias? —preguntó mientras doblaba unas mantas.

Leo volvió a parpadear.

—¿Servilletas? Eh... arriba del estante. ¿Desde cuándo pides servilletas?

—Desde que descubrí que secar platos con la camisa no es una costumbre universal —respondió con media sonrisa.

Más tarde intentó barrer el polvo de una esquina, pero usó la escoba al revés.

—Creo que estoy arruinando más de lo que ayudo —dijo mirando el desastre.

—Sí, pero lo haces con tanta elegancia que hasta el polvo parece agradecerlo —bromeó Leo.

En silencio, Leo empezó a sospechar. ¿Había recordado quién era? ¿Por qué no se lo decía? ¿Confiaba en él o ya no?

Al atardecer, cuando el cielo tenía tonos dorados, la encontró afuera sentada sobre una piedra mirando el río. Se sentó a su lado y guardaron silencio.

—¿Te pasa algo? —preguntó en voz baja.

—Lo recuerdo todo —dijo ella sin rodeos.

Leo la miró, parpadeó y solo pudo decir:

—Vaya... sabía que eras rara. Pero princesa real rara, eso es otro nivel.

Ella rió, y él también. Por un momento todo fue como antes. Luego bajó la mirada.

Leo le contó lo que pasó después de que se desmayó, cómo sus hermanos la reconocieron y mostraron fotos y comunicados sobre sus vacaciones reales.

—No quiero volver, Leo... pero debo hacerlo. Hay cosas, personas que amo. No puedo arrastrarlos a este peligro. Ni a ti...

Leo quiso bromear, pero no pudo. La garganta se le cerró. Dolía. Porque sabía que cuando una princesa dice "volver", casi nunca regresa igual.

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Esa noche, mientras revisaba sus cosas guardadas en una bolsa tejida, Aerlyss encontró algo en las costuras internas de su vestido. Un collar. De oro blanco, sencillo, con una piedra dorada como el sol.

—Era de mi padre... —susurró.

Y entonces tuvo una visión rápida. Su madre flotando en el aire, el viento moviendo su cabello como llamas, quitándole el collar del cuello antes de empujarla lejos. Tal vez para que no la reconocieran.

—Protege tu fuego —decía su madre en la visión—. Cuídalo... y cuídalos.

Katheryn cayó de rodillas abrazando el collar contra el pecho. Todo tenía sentido. Todo empezó por amor.

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Al día siguiente, los gemelos estaban tirados sobre el pasto, haciendo apuestas sobre qué tan alta sería su puntuación en la App de linaje real si se casaban con Aerlyss.

—Yo seré príncipe consorte —decía Dorian.

—Tú no puedes ni consolar a tu gato —le respondió Elian.



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En el texto hay: princesa, fuego, boyslove

Editado: 07.10.2025

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