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Aerlyss y Leo compartían el desayuno más raro del universo.
-¿Esto es pan? -preguntó ella, levantando una masa amorfa.
-Pan rústico -dijo Leo con orgullo-. Con esencia de humo y desesperación.
-Mmm... huele a desastre emocional.
-Perfecto. Igual que yo sin ti.
Ella lo miró de reojo, divertida. Sonrió.
-No eres muy bueno cocinando.
-¡Pero soy excelente abrazando!
-Y pésimo peinándote. Pareces una escoba romántica.
Mientras comían, él le enseñó a usar una daga pequeña. Ella la sostenía con delicadeza exagerada, como si fuera porcelana. Leo se reía sin parar.
-¡Por favor! ¡No es una copa de cristal! Vas a invocar a un espíritu del bosque con esos movimientos tan lentos.
-¡Disculpa si no soy una leñadora bárbara como tú!
-No me insultes con cumplidos.
Ella le lanzó una ramita. Él fingió caer herido.
Más tarde, mientras ella lavaba ropa en el río, Leo apareció con una flor en la oreja.
-¿Qué es eso?
-¿Coqueteo forestal?
-¿Eso existe?
-Ahora sí.
Se sentaron en el porche, con el atardecer dorando todo a su alrededor. Ella apoyó la cabeza en su hombro. Él besó su mejilla con suavidad.
-Gracias por dejarme volver.
-No te dejé. Solo no cerré la puerta.
Ambos se rieron.
Y en ese instante... un crujido. Luego, pasos.
Leo se puso en pie de inmediato.
Del bosque surgieron tres figuras. Encapuchadas. Silenciosas.
-¿Quiénes son? -preguntó Aerlyss, su mano rozando el brazo de Leo.
Él no respondió. Ya lo sabía. Lo sintió. Su pecho se tensó.
Uno de los hombres desenrolló un pergamino. Lo alzó. El símbolo del Reino del sol brilló en tinta dorada.
Aerlyss alzó las llamas alrededor de Leo en un instante, protegiéndolo como una leona mágica. Pero al ver el sello... vaciló. Las llamas se dispersaron.
-Por orden de Su Majestad el Rey del Reino del Sol -dijo el guardia-, usted, Leo D'Argent, queda formalmente arrestado.
Leo entrecerró los ojos.
-¿Por qué?
-Por múltiples delitos. Entre ellos, el secuestro de la princesa Katheryn... con fines de venganza ancestral.
-¡¿Qué?! -gritó Aerlyss, avanzando-. ¡Eso es mentira! ¡Yo vine por mi voluntad! ¡Nadie me obligó!
El guardia la miró con respeto.
-La princesa puede dar su versión... pero ante el Rey.
Las esposas encantadas ya brillaban. Leo levantó las manos. Su mirada no se apartó de la de ella.
-Aerlyss...
-¡No se lo lleven!
-Lo siento, Alteza. Las órdenes son claras.
Leo fue esposado. Y en silencio... llevado.
El fuego del bosque, por primera vez, pareció apagarse.
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🌑 Desde una colina lejana, una figura esbelta, envuelta en sombras y perfume de azufre, observaba la escena. No dijo nada.
Solo sonrió.
Y esa sonrisa... no prometía nada bueno.