Desde las altas torres de su castillo, Azel observaba el horizonte. Cada semana encontraba una excusa distinta para salir del palacio. Que si una inspección de tierras, que si entrenamiento de campo, que si el almuerzo con nobles que nunca existieron. Pero la verdad era una sola: cruzaba los límites de su reino para ir al mercado del Reino del Sol. Y todo por unos ojos que no podía olvidar.
Ese día no era distinto. Vestido como un plebeyo -camisa suelta, pantalones simples, capa raída que no ocultaba su elegancia natural- se escabulló en un carruaje con destino a los límites del reino. Nadie debía saber. Especialmente su madre.
Caminó durante horas, recorriendo calles y pasillos como un fantasma sin rumbo. Y nada. Ninguna señal del joven que lo había embrujado. El de piel perlada, ojos traviesos y cabello dorado como el sol. Maldito fuera por ser tan hermoso e inolvidable.
Cuando el sol ya se escondía, resignado y con el corazón apretado, Azel se disponía a regresar cuando lo vio.
A lo lejos, entrando en el bosque.
Lo reconoció por la forma de andar. Por esa mezcla de descaro y despreocupación que se movía con la gracia de quien nunca ha tenido que pedir permiso para existir.
-Ahí estás... -susurró Azel, y sin pensar, sin evaluar consecuencias, lo siguió.
Era una locura. Pero Azel no era alguien que temiera a la locura.
Siguió a Elian hasta una pequeña cabaña oculta entre los árboles. Lo vio golpear la puerta. Llamar a alguien. Una mujer.
¿Una mujer? Azel sintió un calor ácido subirle por el pecho. ¿Así que era eso? ¿Tenía pareja? ¿Había caído por alguien más? Se acercó decidido.
-¿Quién es ella? -preguntó desde la entrada.
Elian se giró bruscamente, sorprendido.
-¿Tú? ¿Qué haces aquí?
-Buena pregunta. Pero mejor dime: ¿Quién es la mujer que llamas con tanta dulzura?
-¡Es la chica de mi hermano! -respondió Elian, frunciendo el ceño-. ¿Y tú qué haces siguiéndome?
-No te seguía. Solo... paseaba por el bosque. Con dirección exacta a esta cabaña. Total casualidad.
-Ajá.
El cielo rugió. Y como si el universo decidiera sumarse a la escena... comenzó a llover a cántaros.
-Genial -murmuró Elian-. Ahora estamos atrapados.
Entraron a la cabaña. Elian intentó prender el fuego. Fracasó. Tres veces.
Azel lo observaba con los brazos cruzados.
-¿No sabes ni encender una fogata?
-¡Soy más de madera emocional, no literal!
-Dame eso -dijo Azel, tomando la yesca. En segundos, había fuego. Cálido, fuerte.
-Perfecto. Además de hermoso, útil -murmuró Elian, sin querer.
Azel lo miró. Sonrió. Y se agachó junto al fuego, la capa chorreando agua.
-¿Dices que soy hermoso?
-¡No dije eso!
-Lo pensaste muy fuerte.
Se rieron. Compartieron pan seco, una manta. Hablaron de todo y de nada. Azel se quitó la capa, dejando ver un cuerpo trabajado y cicatrices viejas.
Elian desvió la mirada. Luego volvió a mirar. No podía evitarlo.
-¿Y tú quién eres realmente?
-Azel. A veces príncipe, a veces fugitivo. Siempre curioso.
-¿Príncipe?
-Dije "a veces". No hagas preguntas, aún.
La noche avanzó. La lluvia cesó. Azel miró por la ventana.
-Debo irme. Nadie puede notar mi ausencia.
-¿Volverás?
Azel se inclinó, rozó con la mano el rostro de Elian.
-Solo si prometes no olvidarme.
-Difícil tarea -murmuró Elian, con una sonrisa torcida.
Azel salió entre sombras. Elian se quedó solo, el corazón latiendo más rápido de lo normal.
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🌲 Al día siguiente, Dorian llegó a la cabaña.
-¡Elian! ¿Estás bien?
-¿Qué haces aquí?
-¡Te desapareciste! Mamá está preguntando y... ¿Por qué estás tan feliz?
-No estoy feliz. Estoy... confundido.
-Ajá. Cuéntame desde el principio. ¿La princesa? ¿Leo? ¿Qué pasó?
Elian le relató todo. Dorian escuchó, cruzando los brazos.
-O se los llevó alguien... o están en el castillo. ¿Y si Leo es ahora el yerno del Rey?
-Imposible.
-Entonces cuéntame... ¿te gusta alguien?
Elian lo fulminó con la mirada. Pero no respondió.
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