015

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El palacio olía distinto desde su llegada.

Lavanda. Canela. Y algo más... un susurro de bosque antiguo, de secretos enterrados bajo capas de polvo y tiempo.

Abela.

Así se hacía llamar la nueva cuidadora enviada -según los consejeros- por recomendación de sabios de reinos lejanos. Decían que venía para ayudar a Katheryn a adaptarse tras su "trauma". Nadie dudó de ella: era una anciana menuda, con la espalda encorvada, cabello blanco como la nieve recogido en una trenza impecable, voz de azúcar, y modales tan suaves que parecía salida de una canción de cuna.

-Te ves cansada, mi niña -murmuró mientras cepillaba el cabello enmarañado de Katheryn, sentadas junto a una ventana abierta al jardín.

-No puedo dormir -dijo Katheryn, con la voz deshecha-. No desde que no me dejan ver a Leo...

Abela suspiró con una dulzura que calaba.

-El amor es una brasa caprichosa... Calienta o consume. ¿Pero dime, princesa, si ese muchacho te ama, ¿Porque ocultar cosas?

Katheryn frunció el ceño.

-No entiendo.

La anciana se inclinó, como si compartiera un secreto prohibido.

-Tu padre... tan noble, tan fuerte... pero nunca te dijo toda la verdad, ¿no es cierto? Sobre tu madre... sobre su partida.

-Él dijo que lo hizo por mí. Que se fue para protegerme.

-¿Y si fue él quien la alejó? ¿Por dolor? ¿Por poder? Tal vez ese mismo dolor ahora lo hace encerrarte en una burbuja, lejos de lo que amas.

Los ojos de Katheryn temblaron. Su corazón también.

Y Abela... sonrió apenas. Una sonrisa que no alcanzó los ojos.

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👑 En la sala del trono...

La madre de los gemelos, alta, de cabello trenzado y mirada firme, entró sin anunciarse.

-¡Basta! Quiero ver a mi hijo.

El Rey se levantó de su trono.

-Está en custodia por traición.

-¡Está siendo torturado! ¿Eso también es justicia?

El Rey titubeó. No respondió de inmediato. Una sombra de duda cruzó sus ojos.

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Katheryn encontro a los gemelos escondidos en el jardín.

-¿Dónde está Leo?

- Lo tienen como prisionero

Elian apretó los puños.

-¡Pero es inocente!

-Lo sabemos. Pero tu padre no quiere escuchar.

Los tres compartieron una impotencia que ardía por dentro.

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🔥 En el calabozo...

Leo jadeaba. Cada respiración dolía como si tuviera astillas en los pulmones. Su piel ardía. El silencio pesaba como plomo.

Y entonces, ella apareció.

Sombra. Olor a azufre. Pasos suaves como el viento... pero más fríos.

-¿Otra vez tú? -murmuró Leo, con la voz quebrada.

-Aún puedes irte. Dejarla. Salvarte.

-No.

-Entonces te lo arrancaré. A ella. A ti. A todo lo que te importa.

Lo tomó del antebrazo. Su tacto quemó. Leo gritó. Pero en su mente, recordó el calor de Aerlyss. Su fuego. Su toque. Ese no dolía. Este... era castigo.

El fuego estalló. Los gritos se oyeron hasta los pisos superiores.

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🚨 Corrieron los pasillos. Llegaron al calabozo.

Los guardias estaban inconscientes.

Leo yacía sobre el suelo, ardiendo, la piel en carne viva.

-¡Leo! -gritó Katheryn. Su magia brotó sin permiso. Las llamas envolvieron a Leo. No para destruirlo. Para aliviarlo.

Y, por milagro, funcionó.

Las heridas comenzaron a cerrarse, no del todo, pero sí lo suficiente.

-Me lo llevo -dijo su madre, abrazándolo como a un niño.

El Rey no se atrevió a impedirlo.

Y en una esquina, Abela secaba una lágrima falsa.

-Pobrecito... Todo esto por amor.

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Katheryn lloraba en la habitación, sola....

-¿Él está bien? -preguntó Katheryn, con los ojos rojos de tanto llorar.

-No debió sufrir así -murmuró Abela, peinándola-. Nadie debería amar con tanto dolor.

-Quizás... quizás no debería volver a verlo... ni a mi padre.

-Piénsalo, mi niña. ¿Y si el rey no quiere tu felicidad? ¿Y si él es el culpable de todo esto?

-Pero él es mi padre...

-Y ella, tu madre... te espera. Yo sé dónde está. Te llevaré si lo deseas.

Katheryn la miró. Duda. Miedo. Dolor.

Y en los ojos de la anciana... una sombra bailó.