El aire de la ciudad era denso aquella mañana, como si las nubes cargaran secretos entre sus vapores.
Dorian caminaba por la avenida principal rumbo al hospital. Llevaba una bufanda cruzada al cuello, la camisa medio desabotonada y cara de pocos amigos. Era su turno para cuidar a Leo, como cada día desde que cayó inconsciente hace casi una semana. Él y Elian se turnaban, durmiendo en sillas incómodas, sobreviviendo con café frío y empanadas sospechosas.
Entonces lo vio.
-¿Tú? -dijo Azel, con una sonrisa ladeada mientras salía de una tienda de dulces, con una bolsita de golosinas mágicas que chispeaban en colores pastel.
Dorian lo miró de arriba a abajo.
-El acosador elegante -dijo con una ceja en alto-. Qué sorpresa.
-¿Acosador? A Elian le gusta llamarlo "compañía inesperada con encanto". Pero puedo aceptar "acosador elegante". Suena sexy.
Dorian resopló, divertido.
-¿Qué haces por aquí? ¿Vigilando el mercado en busca de corazones distraídos?
-Por hoy no -respondió Azel, metiéndose una gomita chispeante a la boca-. Pero si me cruzo con alguno, no me hago responsable. ¿Hacía dónde vas?
-Al hospital. A cuidar a mi hermano. Leo sigue inconsciente. Aunque no sé si estás al tanto...
La sonrisa de Azel se desvaneció un poco.
-¿Leo? ¿El hermano que arrestaron por amar a una princesa?
Dorian asintió. Bajó un poco la cabeza.
-Está grave. Casi no responde. Elian y yo... no lo dejamos solo. Hoy es mi turno.
-Entonces voy contigo. Quiero visitar a mi... futuro cuñado -dijo Azel, guiñándole el ojo con teatralidad.
Dorian no pudo evitar reírse. Elian había tenido razón: este sujeto era imposible de ignorar.
-Vamos entonces. A ver si no lo despiertas del susto.
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🏥
En el hospital, Elian estaba recostado en una silla de madera, con la cabeza apoyada cerca de la cama de Leo. Tenía el rostro agotado, los ojos entrecerrados, y una manta sobre las piernas. El cuarto olía a hierbas curativas, incienso de lavanda y algo metálico. Leo, pálido, respiraba con lentitud.
-¡Elian! -dijo Dorian al entrar-. Te relevo. Te traje compañía.
Elian alzó la cabeza... y suspiró con suavidad.
-¿Azel?
-Sorpresa -dijo el joven, ya con una flor robada del pasillo entre los dedos-. Para Leo. Porque las visitas no deberían llegar con las manos vacías.
-Qué generoso... robas flores para un chico inconsciente. Seguro eso te parece romántico -respondió Elian con una sonrisa cansada pero genuina.
Azel dejó la flor en la mesita y se acercó a Elian.
-Te ves cansado.
-Lo estoy.
-Entonces te secuestro -declaró Azel-. Vamos a comer algo decente. Tu hermano está en buenas manos.
Elian dudó, miró a Leo, luego a Dorian, que asintió con la cabeza.
-Ve. Necesitas respirar.
Elian aceptó en silencio. Se despidió de su hermano con un toque en la mano y salió junto a Azel, sin imaginar que aquella caminata sería el primer paso hacia algo más dulce.
🌇
Azel lo llevó a un pequeño local escondido, donde servían pan relleno con quesos derretidos, frutas flameadas y dulces de agua de luna. Era acogedor, cálido, y nada caro. Todo lo que Elian no se esperaba de un príncipe.
-¿Cómo conoces este lugar? -preguntó, tomando un bocado-. Está... increíble.
-Lo descubrí una vez que me escapé del castillo para probar la vida real. Luego volví. Por la comida... y por otras cosas -dijo mirándolo divertido.
-¿Siempre hablas así? -preguntó Elian entre risas-. Como si sedujeras incluso a los cubiertos.
-Solo cuando me importan.
Hubo un silencio. No incómodo. Intenso.
Azel se inclinó, su codo sobre la mesa.
-No sé qué pasa contigo, Elian. No sé si me gustas por cómo me miras cuando crees que no te veo... o por cómo te preocupas tanto por los demás que olvidas cuidar de ti.
Elian desvió la mirada, pero sonreía. Y ese pequeño gesto lo delató.
-Gracias -dijo-. Por traerme aquí. Por hacerme reír.
Azel alargó la mano, tomo su rostro y le plantó un beso en la mejilla.
-Cuando sonríes... pareces más tú. Y me gusta ese tú.
Elian no respondió. Solo se quedó ahí, con las mejillas color cereza y el corazón acelerado.
Y por primera vez en mucho tiempo... no se sintió culpable por ser feliz.
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🏰
Mientras tanto, en el palacio, Katheryn se sentía más sola que nunca. Su padre estaba siempre ocupado, los gemelos habían desaparecido, y Leo...
Leo ya no estaba.