La Heredera del silencio

Capítulo 6: La Promesa rota

La lluvia cesó, pero la tormenta se había mudado al interior de la casona. El viento azotaba las ventanas, no como un presagio, sino como un eco de la violencia del beso y de las verdades a medias. Yumi se quedó de pie en medio del salón, empapada, con el sabor de Elías todavía en los labios, una mezcla de fuego y ceniza. Él se había esfumado en la oscuridad del cafetal, dejándola sola con una pregunta que la quemaba por dentro: ¿había huido de ella, o del hombre que era cuando estaba con ella?

No tuvo que esperar mucho por una respuesta. Deslizado por debajo de la puerta principal, como una serpiente de papel, había un sobre. El mismo sobre que había visto en la mano de Nicolás. Su santuario había sido violado. Con un nudo de hielo en el estómago, lo recogió.

Dentro, una única hoja, la caligrafía de Nicolás era una mezcla de elegancia y prisa.

"Yumi,
Un beso no borra un juramento. Tu padre no es un fantasma. Es un hombre al que traicionaron por cobardía y por un amor retorcido. Elías lo sabe todo. Carmen lo supo siempre. Sigue buscando y lo encontrarás. Pero ten cuidado, porque hay verdades que, una vez descubiertas, no dejan a nadie con vida para contarlas."

A la mañana siguiente, Yumi subió al mirador. La neblina cubría Santa Esperanza con un velo, difuminando los contornos del pueblo como si fuera un recuerdo febril. Necesitaba ver las cosas desde la distancia para poder respirar.

—Un paisaje perfecto para una huida —dijo una voz a su espalda.

Nicolás estaba allí, recostado contra un árbol, su sonrisa ladeada intacta. Pero sus ojos no sonreían; eran dos pozos de ámbar oscuros y calculadores.

—No voy a ninguna parte —replicó Yumi, su voz carente de emoción—. Voy a encontrar a mi padre.

—Valiente. O insensata —dijo él—. ¿Sabías que yo lo vi? La última vez.

El corazón de Yumi se detuvo.

—¿Qué viste?

—Yo era un niño. Lo vi cuando lo obligaron a marcharse. El pueblo entero lo despidió con piedras y silencio. No porque fuera un criminal, sino por ser quien era. Y porque alguien lo quería lejos. A veces, el amor es la jaula más cruel.

Sin esperar respuesta, le tendió una hoja de papel amarillenta y frágil. Era un documento notariado.

"Yo, Elías Rojas, juro ante Carmen Morales y ante Dios, guardar silencio sobre el pacto que nos une. Juro alejarme de Yumi Valentina Morales y no volver a buscarla, ni interferir en su vida, entendiendo que este juramento garantiza su seguridad y la protege de aquellos que la quieren silenciada."
La firma de un joven Elías era temblorosa, casi rota.

El mundo se inclinó bajo los pies de Yumi. Un juramento. La frialdad de Elías, su distancia, su ira… no eran rechazo. Eran las rejas de una celda que él mismo había construido.

—Entonces, ¿por qué…? ¿Por qué me besó? —susurró, más para sí misma que para él.

—Porque el amor es más fuerte que cualquier juramento —respondió Nicolás, su voz ahora grave—. Pero eso no cambia el hecho de que te ha mentido cada segundo desde que volviste.

Horas después, lo encontró en la finca "El Cielo", bajo el enorme ceibo donde habían tallado sus iniciales dentro de un corazón cuando eran niños. Las cicatrices en la corteza del árbol eran ahora casi invisibles. El sol poniente teñía el cielo de un rojo sangre.

Elías la vio llegar y supo que no había escapatoria. Se quedó quieto, aceptando su sentencia.

—Un juramento, Elías —dijo ella, su voz un témpano de hielo para no romperse—. Me juraste al olvido.

Él asintió, incapaz de mirarla. La palabra “Sí” murió en su garganta.

—Carmen me obligó —dijo al fin, su voz rota—. Dijo que era la única forma de mantenerte a salvo. Que si el secreto de tu padre salía a la luz, sus enemigos te matarían para asegurarse de que el linaje muriera contigo.

—¿Qué enemigos? ¿Quiénes son?

Elías finalmente levantó la vista, y la agonía en sus ojos era un abismo.
—No lo sé, Yumi. Solo sé que no es una sola persona. Y que sus raíces en este pueblo son más profundas que las de este árbol.

—Y me besaste… aun sabiendo todo eso.

—Besarte fue lo único verdadero que he hecho en años —confesó, con una desesperación que la desgarró.

Ella sacó la hoja del juramento, el papel frágil en su mano firme.
—Entonces, dime, Elías… esta promesa rota… ¿quién la rompió primero? ¿Tú con tu beso, o yo con mi regreso?

Antes de que él pudiera responder, un sonido ajeno a la paz del campo desgarró el aire. No fue un disparo lejano. Fueron tres campanadas. Urgentes, caóticas, disonantes. Las campanas de la iglesia no estaban llamando a misa. Estaban gritando.

Se miraron, el pánico reemplazando al dolor. Sin decir palabra, corrieron hacia el pueblo. La plaza era un caos de gente corriendo y gritando. Varios guardias rodeaban la casa del juez.

Una mujer pasó a su lado, con el rostro pálido de terror.
—¡El juez! ¡Ha desaparecido!

Un hombre, más cerca del tumulto, leyó en voz alta una nota clavada en la puerta con un cuchillo:
—"El silencio de los justos se paga con sangre inocente".




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