Entonces llegó la segunda oleada de dolor.
No en su cuerpo.
En su mente.
Visiones. Cegadoras. Abrumadoras.
La luna se quebró.
El fuego arrasó una ciudad hecha de plata.
Los lobos gritaron, encadenados, destrozados, moribundos.
Vio a Kael.
Sangrando.
Llamándola por su nombre.
Y entonces, a sí misma.
De pie en el centro de todo. Inmóvil. Observando cómo el mundo ardía a su alrededor.
"No", jadeó. "¡No, no quiero esto!"
Pero la magia no se detuvo.
La marcó.
El brillo de su piel se condensó en un sigilo en su esternón: una luna creciente atravesada por tres estrellas. La antigua marca de los Moonborne. La marca de la profecía.
Y entonces, silencio.
Sus pies tocaron el suelo de nuevo. Las alas se plegaron en su espalda y se desvanecieron como niebla. Su piel brillante se atenuó, dejando solo vetas plateadas que latían débilmente bajo su piel.
Volvía a ser ella misma.
Pero no la misma.
En cuanto levantó la vista, nadie la miró fijamente.
La manada —su manada— retrocedió.
Le temían.
Incluso Vira parecía conmocionada.
—Elara… —dijo con cuidado, como si le hablara a una criatura salvaje—. Esto lo cambia todo.
Elara tenía la garganta seca. —¿Qué soy?
—Eres lo que nos advirtieron las historias —dijo el anciano Oryn, el chamán más anciano. Avanzó cojeando, con los ojos abiertos, entre asombro y horror—. Nacida de la Luna. Hija del Eclipse. La destinada a destruir… o a salvar.
Elara retrocedió. "No quiero esto".
"No importa lo que quieras", dijo con suavidad. "Ya está elegido para ti".
Un murmullo de voces se alzó.
"Es peligrosa..."
"Es un arma..."
"¿Fue por eso que Kael la rechazó?"
La última fue más profunda que las demás.
¿Kael sabía...?
Un recuerdo repentino la acompañó.
Una vieja conversación, mucho antes del rechazo. Unas palabras del antiguo vidente de Colmillo Nocturno: "Cuidado con quien cura con manos tocadas por las estrellas".
Pensó que era solo un acertijo.
Ahora parecía una advertencia.
"¿Es por esto que siempre he sido... diferente?", preguntó, más para sí misma que para nadie. "¿Por qué pude curar cosas que ningún otro lobo podía? ¿Por qué mi lobo nunca se calma?"
Vira asintió lentamente. "Nunca fuiste solo una sanadora. Eso era solo una parte de ti". “¿Y entonces qué debo hacer?”, preguntó Elara con la voz quebrada.
La respuesta no vino del consejo.
Sino del bosque.
Un aullido. Bajo. Largo. Lleno de dolor y anhelo.
Kael.
Elara giró la cabeza de golpe hacia el sonido.
Él estaba allí.
Observando.
Por supuesto que sí.
Siempre observando cuando ella no quería que lo estuviera.
Se giró hacia el bosque. Su sangre aún ardía. Su cuerpo aún recordaba el poder que había albergado momentos atrás. Pero su alma...
Su alma lloraba.
Corrió.
_______________________________________________________
El bosque se cerró a su alrededor, las sombras danzaban a la luz de la luna sangrienta. Respiraba con rapidez. Sus pies se abrían paso entre la maleza, sin hacer caso de las ramas que le azotaban los brazos. Su lobo volvió a guardar silencio, como si se hubiera sometido a un aturdimiento.
No sabía adónde iba.
Solo necesitaba escapar.
Pero el destino no había terminado.
Kael se interponía en su camino.
Su rostro estaba pálido.
Sus ojos estaban muy abiertos.
La miró como si fuera la luna y la espada que podía partirla en dos.
"Elara", susurró. "Cambiaste".
"No", dijo ella con voz temblorosa. "Siempre fui así. Solo que nunca lo viste".
Dio un paso al frente. "Sí lo vi. Por eso me fui".
Las palabras la golpearon como una bofetada. "¿Me dejaste por lo que podría llegar a ser?"
Elara giró la cabeza de golpe hacia el sonido.
Él estaba allí.
Observando.
Por supuesto que sí.
Siempre observando cuando ella no quería que lo estuviera.
Se giró hacia el bosque. Su sangre aún ardía. Su cuerpo aún recordaba el poder que había albergado momentos atrás. Pero su alma...
Su alma lloraba.
Corrió.
_______________________________________________________
El bosque se cerró a su alrededor, las sombras danzaban a la luz de la luna sangrienta. Respiraba con rapidez. Sus pies se abrían paso entre la maleza, sin hacer caso de las ramas que le azotaban los brazos. Su lobo volvió a guardar silencio, como si se hubiera sometido a un aturdimiento.
No sabía adónde iba.
Solo necesitaba escapar.
Pero el destino no había terminado.
Kael se interponía en su camino.
Su rostro estaba pálido.
Sus ojos estaban muy abiertos.
La miró como si fuera la luna y la espada que podía partirla en dos.
"Elara", susurró. "Cambiaste".
"No", dijo ella con voz temblorosa. "Siempre fui así. Solo que nunca lo viste".
Dio un paso al frente. "Sí lo vi. Por eso me fui".
Las palabras la golpearon como una bofetada. "¿Me dejaste por lo que podría llegar a ser?"
La Luna de Sangre latía sobre ella, como un latido. Como una promesa.
Y con cada paso que daba, adentrándose en el bosque, el mundo a su alrededor comenzaba a cambiar: las mareas del destino se doblaban, silenciosa pero irrevocablemente.
La Luna Nacida había despertado.
Y nada volvería a ser igual.