La herencia del silencio

Capítulo 3

El cajón de las doce campanadas.

El reloj de péndulo golpeó la primera de las doce campanadas cuando Clara decidió enfrentar al escritorio. La luna llena filtrándose por las ventanas dibujaba sombras de gárgolas danzantes en las paredes. Se arrodilló frente al mueble, observando cómo la séptima cerradura desaparecía ante sus ojos, dejando solo seis. El aire olía a cobre, como antes de una tormenta, y el tic-tac del reloj se aceleraba, sincronizado con su pulso.

—¿Juegas conmigo? —susurró, tocando la madera caliente que vibraba bajo sus yemas. Algo dentro del escritorio resonó, un latido profundo que hizo temblar el suelo.

Un chasquido metálico resonó. El cajón se abrió unos milímetros, exhalando un suspiro de aire viejo mezclado con salvia quemada. Dentro, sobre un paño de terciopelo azul desteñido, reposaba una carta. El sobre estaba sellado con cera roja marcada con un símbolo: una espiral dentro de un reloj de arena. Igual que las llaves. Clara rozó el sello, y una corriente de imágenes la invadió: un faro parpadeando en la oscuridad, olas rompiendo contra un barco de madera, una mano masculina escribiendo "alma gemela" con tinta azul.

«Para mi alma gemela, dondequiera que estés».

La letra era elegante, masculina, y olía a tabaco y salvia. Clara desdobló el papel con dedos trémulos, notando que las palabras brillaban levemente bajo la luz de la luna:

«16 de octubre de 1946

Querida desconocida,

Anoche soñé que caminabas por el muelle con un vestido color del mar al amanecer. No vi tu rostro, pero sé que eras tú. Los médicos dicen que la guerra me dejó loco, pero yo sé que estás ahí, en algún tiempo que mis manos no pueden alcanzar. Si esta carta llega a ti… respóndeme. Quémala en el fuego al terminar de leer. Confío en que el tiempo sabrá llevarte mis palabras».

Clara soltó una risa nerviosa que resonó en el estudio vacío. ¿Era una broma de su abuela? Revisó el papel: auténtico, con marcas de oxidación en los bordes y un sello postal de 1946 desvanecido. El nombre del remitente estaba tachado con rabia: "Dr. James Alden, Cabo Elizabeth, Maine". Caminó hasta la chimenea, donde restos de ceniza se acumulaban desde décadas atrás. Siguiendo las instrucciones, acercó la carta a los carbones fríos.

—Esto es ridículo —murmuró, pero encendió un fósforo con manos temblorosas. La llama bailó en su dedo antes de tocar el papel.

Las llamas lamieron el pergamino, y por un segundo, juró ver letras doradas brillando en el humo: «Gracias». Entonces, un golpe seco en el escritorio la hizo volverse. El cajón estaba abierto de par en par, y dentro, una pluma estilográfica de plata con el mismo símbolo de la espiral brillaba bajo la luz lunar. La punta de oro tenía una inscripción: "Tempus mutat, amor manet" (El tiempo cambia, el amor permanece).

Al tomarla, una descarga eléctrica le recorrió el brazo. Visiones fragmentadas la embistieron: James Alden escribiendo en una buhardilla con ventanas rotas, vendas en las manos y botellas de whisky vacías; su abuela joven rompiendo un anillo de compromiso frente al mismo escritorio; el reloj de péndulo marcando la una de la madrugada en dirección contraria.

—¡Basta! —Clara soltó la pluma, que rodó hasta detenerse sobre un bloc de notas vacío con la fecha 16/10/1946 impresa en la esquina.

Sin pensarlo, escribió con letra temblorosa:

"James, no estás loco. Estoy en el 2023, y tu carta llegó a mis manos. ¿Cómo es esto posible?".

Al terminar, arrancó la hoja y la colocó en el cajón. Este se cerró solo, tragándose el mensaje con un gemido que resonó en toda la casa. Clara esperó, conteniendo la respiración, pero solo el viento respondió, colándose por las rendijas.

—Estoy perdiendo la cabeza —se recostó en el suelo frío, riendo con histeria mientras las sombras del estudio se retorcían en las paredes.

Al día siguiente, el cajón contenía una nueva carta y una fotografía descolorida: James posaba frente a un barco de pesca, sosteniendo su mensaje con ojos desorbitados. La nota decía:

"17 de octubre de 1946

Clara, ¿puedo llamarte así?,

Ayer quemé tu respuesta en la chimenea, como me pediste, pero las palabras reaparecieron en mi cuaderno. ¿Eres un ángel… o un demonio? Si esto es real, demuéstramelo: describe tu mundo. Muéstrame que el futuro vale la pena".

Clara corrió a su bolso y sacó el smartphone. Lo fotografió junto a la carta, escribiendo: "Esto es un teléfono. Con él, hablamos con personas en cualquier parte del mundo". Incluyó un dibujo detallado del aparato, añadiendo: "En 2023, las mujeres no solo usamos pantalones: gobernamos países, viajamos al espacio y escribimos nuestra propia historia".

Al depositar la respuesta en el cajón, una vibración sónica recorrió la casa. El reloj de péndulo se detuvo, sus manecillas girando locamente. En la ventana, el mar visible desde la colina había cambiado: donde antes había un faro moderno, ahora solo había rocas desnudas y un mástil de madera podrida.

James había recibido su mensaje. Y el tiempo empezaba a resquebrajarse.



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En el texto hay: misterio, viajeeneltiempo, aventura

Editado: 28.02.2025

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