La herencia del silencio

Capítulo 4

El eco de las olas.

La respuesta de James llegó con el amanecer. Clara encontró el cajón abierto, una carta y una fotografía en blanco y negro dentro. En la imagen, James posaba junto a un automóvil antiguo, sosteniendo el dibujo del smartphone que ella había enviado. Su sonrisa era tensa, los ojos oscuros cargados de esperanza y miedo. En el reverso, su letra temblaba:

"18/10/1946

Querida viajera del tiempo,

Tu “teléfono” es fascinante, aunque los muchachos del pub piensan que me burlo de ellos. ¿En serio las mujeres usan pantalones en tu época? -Perdona mi atrevimiento-. Por favor, dime más. ¿Sigues habiendo guerras? ¿Las estrellas siguen siendo las mismas? Anoche miré la Osa Mayor y pensé: quizás ella también la ve".

Clara sonrió por primera vez en días, acariciando la foto. La soledad de James resonaba en su propio pecho. Le escribió durante horas, describiendo internet, los aviones surcando cielos sin fronteras, la música que brotaba de dispositivos sin cuerda. Cada palabra que compartía borraba algo en su presente: su laptop ahora tenía un teclado con letras en alemán, y el retrato de su bisabuelo en el recibidor mostraba a un desconocido con uniforme militar. Hasta su café matutino sabía a cenizas, como si el mismo pasado de James contaminara su realidad.

Pero lo más aterrador fue el pueblo. Al salir a comprar víveres, Clara notó que la tienda de conveniencia había sido reemplazada por una lechería de los años 50. Un cartel oxidado colgaba sobre la entrada: «Alden’s General Store». El tendero, un hombre con overol y gorra de periódico, la miró con recelo:

—¿La nieta de Eleanor Velmont, verdad? —escupió al suelo—. Su familia siempre trae desgracias.

Clara huyó con una bolsa de manzanas podridas y una botella de leche sin pasteurizar. Al regresar a la casa, encontró el buzón lleno de cartas fechadas en 1946. No eran para ella, sino para Eleanor: facturas de un hospital, avisos de deuda y una nota garabateada: "Deja de escribirle a James. No es tuyo".

En el ático, una maleta de cuero con iniciales E.V. escondía más secretos: cartas de amor de James a su abuela en 1942, selladas con lágrimas y tachones furiosos. "Mi querida Eleanor: Hoy operé a un soldado de 19 años. Murió gritando el nombre de su novia. Prométeme que no me dejarás morir así. J.". Otra carta estaba rasgada: "¿Por qué me obligaste a elegir entre tú y el mar? No puedo dejar de escribirle a Clara. Ella es… diferente".

El estudio se convirtió en su refugio. Una noche, tras enviar un dibujo del Hubble capturando nebulosas, James respondió con una confesión borracha:

"20/10/1946

Querida Clara,

La guerra me dejó cicatrices que no se ven. A veces, siento que el hombre que amó a Eleanor (sí, tu abuela y yo fuimos… algo breve) se ahogó en el Canal de la Mancha. Tú me haces sentir vivo otra vez. Pero temo que este juego del destino nos destruya. Anoche soñé que el mar me tragaba, y tu nombre era el último en mis labios".

Clara intentó advertirle. Escribió una carta frenética: "No vengas a Maine. El mar te matará". Pero el cajón se negó a abrirse. En su lugar, el escritorio regurgitó una nueva foto: James de pie en un muelle, con un abrigo empapado y una maleta. En el fondo, un barco llamado Eternity se balanceaba en aguas turbulentas.

El sonido de olas rompiendo con furia la sacó de su trance. Bajó al estudio, donde el escritorio brillaba bajo la luna llena. El cajón estaba semiabierto, una nueva carta asomando como una lengua de papel. James había escrito:

"21/10/1946

Clara,

No puedo dejar de pensar en ti. He alquilado un barco para ir a Maine. Si todo sale bien, estaré ahí el 1 de noviembre. Encuéntrame en el muelle al amanecer. Si no vienes, entenderé que eras solo un sueño…

Tuyo, J.".

Clara palideció. 1 de noviembre de 1946. La fecha de su muerte en los registros históricos. Corrió a su laptop, ahora escrita en francés, y buscó frenética: "Naufragio Cabo Elizabeth 1946". Un artículo confirmó sus peores temores: "El Dr. James Alden desapareció en una tormenta cerca de Haven’s Point. Su cuerpo nunca fue recuperado".

En el espejo del estudio, su reflejo se desdobló: Clara con un vestido de los 40, llorando frente al escritorio, y Clara moderna con el smartphone en mano. Ambas susurraron al unísono: "No puedes salvarlo".

La casa cobró vida esa noche. Las paredes sudaban agua salada, el reloj de péndulo marcaba horas invertidas, y en el sótano, un mapa náutico de 1946 apareció clavado en la pared con un puñal. Clara lo arrancó, descubiendo una nota detrás: "Perdóname, Clara. El tiempo solo permite un final. -Eleanor, 1955".



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En el texto hay: misterio, viajeeneltiempo, aventura

Editado: 28.02.2025

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