La herencia del silencio

Capítulo 11

Las raíces del olvido.

El roble crecía un metro por noche. Clara lo observaba desde la ventana del faro, su tronco brillando con runas que solo veía al entrecerrar los ojos. En sus raíces, botellas vacías surgían como frutos, cada una conteniendo ecos de risas lejanas. La carta de James yacía abierta en su escritorio, sus palabras desvaneciéndose cada vez que intentaba memorizarlas.

—¿Por qué no puedo recordar? —preguntó a Samuel, quien limpiaba lentes de aumento en la sala de mapas.

—El roble absorbe las memorias dolorosas —respondió, mostrando un fósil de caracola con la inscripción Clara + James—. Es un mecanismo de defensa. Pero cuidado: lo que guarda, puede devolverlo.

La primera aparición ocurrió al atardecer. Clara cortaba maleza junto al roble cuando una voz susurró: "¿Ves? Siempre vuelvo a ti". Al volverse, James estaba allí, con un traje de los años 50 y ojos de eclipse.

—¿Quién eres? —temblé.

—El jardinero de tus sueños —sonrió, desvaneciéndose cuando un petirrojo atravesó su pecho.

En su lugar, quedó una llave de hierro oxidado colgando de una rama.

En el faro, Clara descubrió una puerta nueva tras una estantería de mapas náuticos. La llave encajó perfectamente. Dentro, una habitación circular albergaba un modelo a escala del pueblo de Haven’s Point, con muñecos de cera representando a cada residente. Al acercarse, el modelo cobró vida:

Samuel niño enterrando una cápsula del tiempo bajo el muelle.

Eleanor joven quemando una foto de James.

Un hombre desconocido (¿el guardián?) plantando el roble original.

Una figura de cera con su rostro yacía en el centro, sosteniendo un reloj sin manecillas. Al tocarlo, visiones la asaltaron:

Una playa de arena negra donde James luchaba contra sombras con su propia cara.

Un laboratorio subterráneo con máquinas que hilaban tiempo en madejas doradas.

Un beso que sabía a sal y ceniza, bajo un cielo de relojes rotos.

—¡Basta! —Clara rompió el contacto, descubriendo que había llorado lágrimas de resina dorada.

Samuel la encontró temblando en el suelo.

—Este lugar no debería existir —murmuró, ayudándola a levantarse—. Es un mapa de culpas, creado por el guardián para torturar a los guardianes anteriores.

—¿Por qué yo puedo activarlo?

—Porque eres la primera en renacer —su mirada evitó la suya—. El roble te devuelve inocencia, pero el faro reclama verdad.

Esa noche, el modelo del pueblo se actualizó: el roble ahora abarcaba la plaza central, y muñecos de cera colgaban de sus ramas. Clara reconoció a Samuel, Eleanor, y… a sí misma.

—¿Qué demonios? —susurró, pero una mano fría la agarró desde atrás.

Era James, o algo que lo imitaba. Su piel translúcida mostraba engranajes bajo la superficie.

—El amor es la semilla, el olvido el agua —recitó con voz mecánica—. Debes podar las ramas rotas.

—¿Qué ramas? ¡Explícate!

—Las que conectan tu corazón al pasado —señaló el modelo, donde un hilo dorado unía su muñeco al de James—. Córtala, y el pueblo sobrevive.

Una tentación letal. Clara tomó unas tijeras de plata del modelo. El hilo brillaba con escenas de su vida anterior:

James abrazándola durante una tormenta.

Eleanor enseñándole a leer runas.

Samuel anciano sacrificándose en el faro.

—No puedo —dejó caer las tijeras—. Aunque no recuerde, sé que esto es cobardía.

El falso James se desintegró, escupiendo agujas de reloj. El modelo del pueblo ardió en llamas azules, revelando una escalera espiral bajo las cenizas.

El túnel olía a tierra recién cavada y lágrimas. Clara descendió con una linterna, encontrando paredes tachonadas de relojes que marcaban la hora de su nacimiento. Al final, una cámara guardaba tres ataúdes de cristal:

Eleanor, vestida de novia con un ramo de crisantemos secos.

James, con un uniforme naval y una herida de bala en el pecho.

Clara, vacío.

En el centro, un espejo de mercurio mostraba su reflejo con el vestido azul de los sueños de James.

—¿Qué soy? —gritó al vacío.

El espejo respondió con imágenes de su fusión con el núcleo del jardín: su cuerpo disolviéndose en luz, sus recuerdos plantados como semillas.

Una voz habló desde el ataúd vacío:

—Eres la cosecha. Ven a completar tu ciclo.

Clara huyó, escalando hasta colapsar en la sala de mapas. Samuel la encontró con las manos cubiertas de tierra y tiempo.

—Hay un cementerio bajo el faro —jadeó—. ¿Cuántos Claras han existido?

—Todas y ninguna —Samuel dibujó una espiral en el polvo—. Elige dejar de buscar, y vivirás en paz.

—¿Y si sigo?

—Encontrarás respuestas que destrozarán tu realidad.

Al amanecer, Clara regó el roble con agua salada. Sus hojas susurraron coordenadas: 44° 13' N, 68° 56' W. El mismo faro.

En la base del árbol, una raíz había crecido en forma de llave. Clara cavó, descubriendo un cofre con un diario de 1999 escrito en su letra:

"Querida yo:

Si lees esto, el ciclo se repite. Busca al hombre del reloj de bolsillo. Él sabe cómo liberarnos.

P.D.: Confía en el petirrojo."

Mientras leía, un petirrojo cantó en la rama más alta. En su pico, sostenía una carta sellada con cera de espiral.



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En el texto hay: misterio, viajeeneltiempo, aventura

Editado: 28.02.2025

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