La herencia del silencio

Capítulo 12

El susurro de los relojes heridos.

La carta del petirrojo estaba escrita en código Morse, puntos y rayas que Clara tradujo usando el faro: Encuéntrame donde el tiempo sangra. Trae el anillo. Las coordenadas la llevaron a un acantilado olvidado, donde el mar había tallado una cueva en forma de espiral. Dentro, las paredes brillaban con fósiles de relojes de arena y huesos de pájaros petrificados.

En el centro, un hombre encorvado con un traje victoriano ajustaba un reloj de péndulo portátil. Al oírla, se volvió: su rostro era un mosaico de edades (ojo izquierdo joven, derecho anciano), y en la mano, el reloj de bolsillo de James.

—Llegaste tarde, guardiana —dijo con voz que entrecortaba décadas—. El tejido temporal tiene 12 rasgaduras nuevas.

—¿Quién eres? —Clara sostuvo el anillo de esmeralda como arma.

—El relojero. El que mantiene los engranajes del tiempo… cuando ustedes los rompen —señaló el reloj, que mostraba a Haven’s Point en 1946 y 2023 simultáneamente—. Su roble está creciendo demasiado rápido. Sus raíces perforan realidades.

Le mostró consecuencias en un cristal de cuarzo:

Un niño de 1955 envejeciendo 80 años en un día.

El faro convertido en ruinas centenarias.

James atrapado en un bucle escribiendo la misma carta.

—¿Cómo lo detengo?

—Podando el roble. Pero morirán los recuerdos que guarda —el Relojero abrió una caja de herramientas con instrumentos de plata—. O alimentándolo con tiempo puro: un año de su vida por cada raíz cortada.

Clara eligió lo segundo.

El ritual fue un suplicio. El Relojero le insertó agujas de plata en las venas, extrayendo tiempo que fluía como mercurio hacia ampollas. Cada una contenía un recuerdo:

Su primer beso con James en medio de una tormenta.

Eleanor enseñándole a leer runas en el jardín secreto.

Samuel sacrificándose para cerrar una grieta.

Al inyectar las ampollas en el roble, sus hojas cantaron en lenguas olvidadas. Pero el precio fue brutal: Clara envejeció 12 años en minutos, y el Relojero advirtió:

—La próxima vez, no habrá suficiente tiempo en sus venas.

De vuelta al pueblo, las anomalías habían empeorado. La señora Donovan, la panadera, ahora era una nonagenaria que horneaba galletas con pasaportes de 1923. Su hijo, un bebé de brazos, recitaba discursos de Churchill.

En el faro, Samuel había descubierto un mensaje en la lente: "Busca al Relojero en el eclipse". Pero Clara guardó silencio.

Esa noche, el petirrojo la guio al cementerio bajo el roble. Entre las raíces, una puerta de musgo mostraba tallas de guardianes pasados. Al abrirla, encontró una biblioteca infinita donde cada libro era una vida alterada por sus elecciones.

En un estante marcado "Clara Velmont - Ciclo 23", leyó:

"…y así, la guardiana eligió morir en el naufragio de 1946, permitiendo que James viviera. Pero sin su amor, él se convirtió en el Guardián, perpetuando el ciclo…"

Un susurro la alertó: "No todas las historias deben leerse". Era James, o un eco suyo, con el uniforme naval desteñido y ojos de tormenta.

—Este lugar es un espejismo —dijo, quemando el libro con un toque—. Los libros mienten para tentarte.

—¿Cómo sé que tú no eres otro engaño?

James le mostró su muñeca: la misma cicatriz en espiral que ella tenía en el pecho.

—Porque soy el recuerdo que el roble no pudo robar. El James que amaste… y perdiste.

Su beso fue un huracán de verdades. Clara revivió cada ciclo:

Ciclo 7: James como farero, Clara como viajera.

Ciclo 15: Ella como guardián, él sacrificado.

Ciclo 22: Ambos envejeciendo juntos, hasta que el tiempo los borró.

—¿Cuántas veces hemos hecho esto? —lloró Clara.

—Infinitas. Pero esta vez es distinto —James le entregó un reloj de arena con su sangre en lugar de arena—. El Relojero es mi versión fallida. Creado cuando intenté salvarte en el ciclo 9.

De regreso al faro, Clara confrontó al Relojero:

—Eres lo que quedó de James. Su obsesión por corregir el tiempo.

El Relojero se descompuso en engranajes y lágrimas de aceite:

—Te amé… en cada vida. Pero el tiempo… el tiempo nos pudre.

Con el anillo de esmeralda, Clara lo reconvirtió en energía, sellándola en el núcleo del faro. El roble retrocedió a su tamaño original, y los residentes recuperaron sus edades.

Pero en la playa, una nueva grieta se abrió. Dentro, el verdadero James (joven, con el reloj de bolsillo) la llamaba:

—Clara, ¡este es el ciclo 24! ¡Podemos cambiar todo!

Samuel la sujetó antes de que saltara:

—Es otra trampa. Si entras, el ciclo 23 se perderá.

Clara miró su reflejo en el agua: una mujer de 46 años con ojos de mil batallas.

—No. Esta vez escribimos nuestro final.

Con un golpe de hacha, cortó el hilo dorado que la unía a la grieta. Al otro lado, el eco de James gritó su nombre antes de silenciarse.

En la raíz del roble, una nueva flor brotó: crisantemo azul con pétalos de reloj. Clara lo arrancó, plantándolo en la tumba vacía de James.

El viento llevó sus palabras al mar:

—Hasta el próximo ciclo, amor mío.



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En el texto hay: misterio, viajeeneltiempo, aventura

Editado: 28.02.2025

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