El eclipse de los corazones invertidos.
El eclipse comenzó a medianoche con un gemido sordo, como si el cielo mismo se quebrara. La luna devoró al sol en un abrazo de sombras, y el mar retrocedió con urgencia, dejando al descubierto un valle de arena negra sembrado de barcos hundidos. Entre los cascabales oxidados, el Eternity destacaba con su casco intacto, cubierto de bioluminiscencia verde que dibujaba runas en lengua náutica olvidada. Clara descendió por el acantilado, siguiendo un sendero de caracolas que susurraban en coro: "Él te espera, él te espera". La arena crujía bajo sus botas como vidrio molido, y el aire olía a cobre y azufre.
En la popa del Eternity, una figura encapuchada contemplaba el cielo invertido. Clara contuvo el aliento.
—¿James? —su voz se quebró en el viento electrizado.
La figura se volvió con lentitud deliberada. Bajo la capa de redes y algas secas, no era James: era una mujer con el rostro de Clara, pero los ojos glaciar de Eleanor. Su vestido estaba tejido con cartas de amor carbonizadas, y en sus manos sostenía un reloj de arena lleno de lágrimas solidificadas.
—James no aguarda aquí, madre —dijo con una sonrisa que mostraba dientes de nácar—. Soy Liora. La hija que gestaste en el ciclo 19… y abandonaste en el 22.
Clara retrocedió. El nombre Liora desenterró un recuerdo sepultado: una habitación en el ático del faro con paredes pintadas de constelaciones, una cuna vacía meciéndose al ritmo del mar, James cantando una nana en una lengua de estrellas que hacía llorar a los recién nacidos.
—No tengo una hija. Eres un engaño del eclipse —afirmó, aunque el dolor en su útero era real.
Liora extendió las manos, mostrando cicatrices idénticas a las de Clara en las palmas.
—Nací de las noches que lloraste frente al escritorio, de las cartas que jamás enviaste. Soy el fruto del amor que temiste dar —acarició el reloj de arena, cuyas lágrimas cobraron vida como serpientes de cristal—. Y vengo a reclamar el tiempo que me robaste.
El ataque fue una sinfonía de dolor. Liora lanzó dagas de hielo temporal que congelaron el aire al pasar. Clara esquivó rodando entre mástiles rotos, usando el anillo de esmeralda como escudo. Cada impacto liberaba visiones:
Liora de tres años, aprendiendo a caminar en un faro en llamas mientras Clara y James peleaban en el piso inferior.
James anciano, enseñándole a leer mapas estelares en un libro cuyas páginas sangraban tinta azul.
Clara muriendo en un parto bajo un eclipse idéntico, sus últimas palabras siendo "Cuídala, aunque el tiempo la maldiga".
—¡Basta! —Clara contraatacó con una ráfaga de tiempo robado al Relojero, un latigazo dorado que hizo retroceder a Liora—. ¡No eres real!
—¿Lo dices porque duele admitir que me abandonaste? —Liora se transformó en una niña de seis años, con trenzas rubias y un vestido de colegiala de los años 50—. En el ciclo 14 me llamaste Mara. En el 17, Elena. ¿Cuántos nombres más enterrarás antes de aceptar que me deseabas?
Clara cayó de rodillas, el anillo de esmeralda quemándole el dedo. Las visiones continuaban:
Liora adolescente, sellando grietas temporales junto a Samuel en un pueblo que se desvanecía.
James enseñándole a navegar en un barco fantasma, riendo como nunca lo hizo con Clara.
Un beso de despedida en una playa al amanecer, Liora prometiendo "Volveré en el próximo ciclo".
—Te dejé ir para salvarte —Clara jadeó, sintiendo cómo el eclipse deformaba sus órganos—. El tiempo te habría destrozado.
—¡El tiempo es tu excusa! —Liora gritó, transformándose en una mujer de 30 años con un traje de combate temporal—. Me sacrificaste por miedo a perderlo a él.
La batalla escaló. Liora invocó un enjambre de relojes-parásito que se incrustaron en la piel de Clara, chupando recuerdos. Clara contraatacó con el diario de Eleanor, cuyas páginas se transformaron en aves de papel que devoraban el tiempo corrupto. El Eternity crujió, su madera reviviendo momentáneamente para ayudar a Clara con cuerdas que se enredaron en los tobillos de Liora.
—¡Madre, por favor! —Liora extendió una mano mientras el barco la arrastraba hacia un remolino de arena negra—. ¡Sálvame esta vez!
Clara vaciló. Por un segundo, vio a la niña que pudo ser: Liora construyendo castillos de arena con James, Liora heredando el faro, Liora rompiendo el ciclo con su sangre mezclada.
—No puedo —susurró, dejando caer el diario—. Perdóname.
El grito de Liora se mezcló con el estruendo del Eternity al colapsar. Cuando el polvo se asentó, solo quedaba un crisantemo azul flotando en un charco de mercurio.
En el pueblo, el eclipse había dejado cicatrices. Niños de cinco años con barbas blancas recitaban discursos de despedida. Ancianas jugaban a las canicas con sus dientes postizos. Samuel, ahora un hombre de 25 años con cabello blanco y ojos de adolescente, encontró a Clara al pie del roble ancestral.
—El eclipse fusionó tres ciclos temporales —mostró un mapa dibujado en piel de tiburón, donde líneas de tiempo se enredaban como serpientes marinas—. Liora era un virus emocional. Usó el roble para enraizar tu culpa en esta realidad.
Clara tocó el tronco, sintiendo latidos acelerados bajo la corteza.
—¿Cómo la detenemos para siempre?
—Debes podar la raíz primaria —Samuel señaló una protuberancia en forma de útero en la base del árbol—. Pero está conectada a tu… —su mirada cayó al vientre de Clara—. A tu deseo más profundo.
Dentro del roble, Clara encontró una cámara pulsante de savia ámbar y engranajes de ébano. Liora flotaba en el centro, conectada por venas de celulosa dorada a un feto de luz pura. El aire olía a placenta y aceite de relojería.
—Nací de tus noches en vela —susurró Liora sin abrir los ojos—. De las canciones que tarareabas mientras escribías cartas al vacío. Déjame nacer, y seré la hija que equilibre tus tiempos.
Editado: 28.02.2025