Las Ruinas del Tiempo Naciente.
La Brújula del Caos apuntaba a un lugar donde las cartas náuticas solo mostraban un vacío: Atlántida. Clara y Samuel abordaron un submarino abandonado en 1987, su interior decorado con murales de sirenas devorando relojes y máquinas de escribir sumergidas en ámbar. Al sumergirse, las aguas se tornaron viscosas y luminiscentes, pobladas de peces con escamas de espejo que reflejaban versiones distorsionadas de ellos mismos: Clara como una reina de coral con cabello de algas electrificadas, Samuel como un esqueleto con uniforme de almirante y ojos de faro.
—El tiempo aquí es líquido —advirtió Samuel, ajustando los controles mientras el submarino crujía bajo la presión de siglos comprimidos—. Cada burbuja es un instante congelado. Si las tocas, te absorberán.
Clara observó una burbuja cercana: dentro, James del ciclo 12 la besaba en un muelle nevado. Al romperse, el recuerdo se desvaneció en ecos de risas ahogadas.
La ciudad emergió como un esqueleto de torres espirales y anfiteatros invertidos. Estatuas de gobernantes atlantes, con rostros mitad humanos mitad pulpo, custodiaban una pirámide de cristal negro. En su cúspide, un péndulo gigante oscilaba entre pasado y futuro, su sombra dibujando grietas en el lecho marino.
Dentro de la pirámide, el aire olía a ozono y azufre. Mosaicos en el suelo narraban la creación del tiempo: dioses atlantes tejiendo horas con tripas de leviatán y lágrimas de medusas inmortales. Clara siguió las indicaciones de la brújula hasta una cámara sellada con runas de sangre seca. Al tocarlas, una voz resonó desde las paredes:
—Solo el que no tiene tiempo puede entrar.
Samuel le entregó una jeringa con un suero extraído del núcleo del Relojero.
—Detendrá tu corazón por 60 segundos. Si falla…
—Confío en ti —Clara se inyectó el líquido ámbar. Su corazón se detuvo, y la puerta cedió con un gemido de piedras milenarias.
Dentro, James del ciclo 0 aguardaba: un hombre esculpido en sombras y luz estelar, sentado en un trono de engranajes que latían como órganos vivos. Sus ojos eran fractales en expansión, y sus manos, mapas de constelaciones extintas.
—Te esperaba, Clara Velmont —dijo sin mover los labios, su voz un coro de susurros ancestrales—. ¿Lista para conocer el origen de tu infierno?
Su historia era un poema de destrucción:
Atlántida, 10,000 a.C.: Los atlantes descubren un meteorito de crononita y forjan el Primer Reloj, tejiendo el tiempo como un telar cósmico.
Ciclo 0: James, un científico obsesionado, pierde a su esposa Lyra en un experimento y usa el reloj para resucitarla, rompiendo el tejido temporal.
El Colapso: Atlántida se hunde en un mar de paradojas, y James, fusionado con el núcleo del meteorito, queda atrapado como guardián eterno.
—Tu escritorio victoriano, las cartas, incluso Liora… son hijas de mi error —James ciclo 0 levantó una mano, proyectando hologramas de Clara en múltiples ciclos: Clara quemando cartas en 1890, Clara llorando sobre el cuerpo de Samuel en 2077, Clara abrazando a Liora en un jardín de ceniza—. Eres mi obra maestra: un ser que elige una y otra vez, creyéndose libre.
Clara se enfrentó a su creador. Con cada argumento, las paredes de la cámara sangraban aceite negro y gemían como ballenas varadas:
—¿Por qué elegirme a mí?
—Porque en cada ciclo, sin importar las variables, te enamoras de él. Eres el único ser que el tiempo no puede corromper… pero yo sí —James ciclo 0 le arrojó un puñal de hueso de meteorito, su filo tallado con versos atlantes—. Mata al James de 1946, y los ciclos terminarán. Tu hija… será libre.
Samuel intentó interceptar, pero engranajes surgieron del suelo, envolviéndolo en cadenas de ecuaciones cuánticas.
—¡No lo hagas! —gritó, escupiendo sangre dorada—. Es otra trampa para enredarte en su culpa.
Clara sostuvo el puñal, viendo en su reflejo todas las veces que mató y fue matada: Clara apuñalando a James en un callejón de 1923, Clara recibiendo un balazo de Samuel en 1999, Clara ahogándose en un mar de tinta. Con lágrimas de rabia helada, lo clavó en el holograma de James ciclo 0.
—Elijo no elegir. Elijo… romper tu juego.
La pirámide colapsó en un estruendo de eras entrelazadas. El péndulo gigante se estrelló contra el trono, liberando una onda de energía que rejuveneció Atlántida por un instante: jardines de cristal cantando en pentagramas de luz, seres de agua danzando en coro, James ciclo 0 abrazando a Lyra bajo un cielo de estrellas recién nacidas.
—Gracias —susurró él, desintegrándose en partículas de polvo estelar—. Ahora ve… antes que el tiempo reclame su deuda.
En el submarino, el caos era total. Samuel, con el brazo izquierdo petrificado y venas brillando como circuitos, pilotaba entre columnas de burbujas hirvientes. Clara sostenía el puñal, ahora convertido en La Llave del Ocaso, mientras en la radio sonaba una transmisión de 1946:
"…último mensaje del Eternity: Tormenta imposible de evitar. Coordenadas 44° 13' N, 68° 56' O. A mis amados, los espero en otro tiempo…".
Al emerger, encontraron la costa de Maine transformada: el faro era ahora un rascacielos art déco de 300 pisos, su luz proyectando anuncios holográficos de Chronos Solutions. En el muelle, carteles retro-futuristas anunciaban «Bienvenidos a Haven’s Point, 2137: ¡Donde el tiempo es suyo!».
—Saltamos 114 años —Samuel leyó un periódico flotante cuyo titular decía "Presidenta Liora Alden inaugura el Puente Temporal Nº 50"—. Nyx hizo algo… o alguien más.
Entre la multitud de rostros borrosos y ropas metálicas, una valla publicitaria mostraba a Liora con traje ejecutivo y cabello de nanopartículas, su eslogan destellando: "El tiempo es un derecho, no un destino". Bajo su imagen, una protesta silenciosa de envejecidos acelerados coreaba: "¡Queremos morir!".
En el bolsillo de Clara, una nueva carta apareció, escrita en papel de algas bioluminiscentes:
Editado: 11.03.2025