Las Ocho Caras de Clara.
El jardín del que hablaba Aión no era un lugar, sino un espejo roto. Cuando Clara intentó sanar la fractura de San Brandán, el meteorito-lágrima estalló en su mano, liberando un remolino de ecos que la arrastraron a una sala infinita. No tenía paredes ni techo, solo fragmentos de espejos flotando en la oscuridad, cada uno reflejando una versión distinta de ella misma. Algunas eran sutiles: Clara con cabello más corto, Clara con una cicatriz en el labio. Otras, aberraciones grotescas: un torso con seis brazos de engranajes, un rostro compuesto de relojes sangrantes. Pero ocho reflejos brillaban con intensidad letal. Las Ocho Caras.
La primera en hablar fue Clara-7, cuyo espejo emitía un brillo ácido. Llevaba un uniforme militar de 1988 y olía a pólvora y mentiras.
—¿Crees que sanar fracturas te redimirá? —escupió, señalando los espejos rotos a sus pies—. Yo purgué toda una era para salvar el flujo temporal. Convertí a Londres en un cráter, ¿sabes? Ahora es un lago tan quieto que refleja las estrellas como agujas de un reloj.
Clara intentó retroceder, pero otro espejo la atrapó. Clara-Ω emergió, arrastrando una niña de cabello blanco: Liora, pero con ojos de mercurio que goteaban sobre el suelo irreal.
—Ella no puede existir en ninguna línea estable —dijo Clara-Ω, acariciando la cabeza de la niña, cuyos dedos se deshacían en partículas de luz—. Pero la salvé. La guardé aquí, donde el tiempo no puede alcanzarla.
Antes de que Clara respondiera, un estruendo sacudió la sala. Clara-3, una figura cubierta de vendas impregnadas de ecuaciones cuánticas, había volado su nave temporal contra el espejo de Clara-7.
—¡No escuches a las fanáticas! —gritó, mientras su nave se desintegraba en símbolos alquímicos—. ¡Busca el Eco que llevas dentro! ¡Él es la llave para...!
Un disparo de energía temporal de Clara-7 la silenció. En el caos, Clara sintió que algo se movía en su mente. Samuel. No su forma humana, sino el Eco que quedó tras su muerte, un susurro de culpa que ahora tomaba forma en su conciencia.
—¿Lo sientes? —Clara-7 caminó hacia ella, pisando los restos del espejo de Clara-3—. El Eco de Samuel es un cáncer. Mátalo, y te daré el secreto para controlar las fracturas.
Mientras Clara forcejeaba con la decisión, una melodía surgió desde el fondo de la sala. Clara-12, la más joven de las Caras, tocaba un violín cuyas cuerdas eran hilos de tiempo. Cada nota mostraba un recuerdo:
Samuel enseñándole a Clara a montar en bicicleta (1989), sus manos temblorosas sosteniendo el sillín mientras ella reía.
James besándola bajo la lluvia horas antes de morir (1946), sus labios sabiendo a café y a despedida.
Liora dibujando un jardín en el margen de su diario, con flores que crecían en espiral hacia un sol hecho de relojes.
—No puedes confiar en nosotras —dijo Clara-12, mientras su violín se convertía en polvo—. Pero tampoco en ti.
Fue entonces cuando Clara-Ω lanzó a su Liora hacia el centro de la sala. La niña estalló en una supernova silenciosa, abriendo un portal hacia una Atlántida flotante sobre Nueva York. Las torres de cristal de la ciudad se alzaban sobre rascacielos modernos, sus cimientos perforando edificios como garras. Clara-Ω se volvió hacia la protagonista con lágrimas de aceite:
—Ve. Antes de que Elvira convierta a todas las Lioras en pilas para su imperio.
El sacrificio de Clara- Ω desestabilizó la sala. Los espejos comenzaron a chocar, y Clara-7 aprovechó para disparar al Eco de Samuel dentro de Clara. El dolor fue físico: un agujero negro creciendo en su estómago, devorando recuerdos. Vio a Samuel cayendo de un acantilado, pero ahora sus ojos eran los de Kai, y su grito no era de miedo, sino de traición.
—¡No eres mi amiga! —rugía el Eco de Samuel, mientras el agujero absorbía los fragmentos de su infancia—. ¡Solo eres otra Guardiana hambrienta de control!
En el último segundo, Clara se arrojó al portal. Mientras caía hacia Atlántida, oyó a Clara-7 reír:
—Corre, niña rota. Pero tu alma ya es nuestra.
Al otro lado del tiempo, Kai despertó en la Sala de Guardianes con un grito ahogado. El reloj de Clara en su pecho marcaba ERROR, y en su mano, sin saber cómo, sostenía un fragmento del espejo de Clara-Ω. En él, vio a Liora (¿su Liora?) sentada en un trono hecho de relojes, cantando una nana que heló su sangre:
—Duerme, Guardián, en tu lecho de espinas. Mamá viene pronto... para arrancarte las mentiras.
Los Guardianes Ancianos lo observaban desde las sombras, sus vendas de pergamino ahora marcadas con runas que antes no estaban. Uno de ellos extendió una mano esquelética:
—El precio por desafiar el orden es la memoria, Kai. Entrega el fragmento, o perderás lo que más amas.
Kai apretó el cristal hasta que le sangró la palma. En su mente resonó la voz de Clara desde algún lugar del multiverso: "Nunca les des lo que piden". Con un movimiento brusco, se clavó el fragmento en el antebrazo, fusionándolo con su piel. El dolor fue eléctrico, pero en su cabeza, por un instante, escuchó a Liora reír.
Mientras tanto, Clara aterrizó en una playa de Atlántida. La arena era de vidrio molido, y el mar olía a aceite quemado. Ante ella, una versión de Elvira con ropas de sacerdotisa atlante sostenía un cristal pulsante: dentro latía el corazón de una Liora de ocho años, sus ojos cerrados como botones de obsidiana.
—Bienvenida a la cosecha, Clara —dijo Elvira, y el cristal emitió un destello que hizo sangrar el cielo—. Tus hijas son semillas. Y yo, la jardinera.
Editado: 11.03.2025