La Cosecha de las Lioras.
Atlántida no era una ciudad, sino un órgano vivo. Las torres de cristal respiraban, expandiéndose y contrayéndose al ritmo de un corazón que latía bajo el suelo de vidrio. Clara se arrastraba por la playa de arena afilada, cada grano cortando su piel como cuchillas de tiempo. Elvira la observaba desde lo alto de una pirámide de relojes solares, su túnica de plumas de cuarzo brillando con la luz de cientos de jaulas suspendidas en el aire. Dentro de cada una, una Liora dormía conectada a tubos que drenaban partículas doradas de sus venas.
—¿Ves la poesía? —Elvira alzó un brazo, y las jaulas giraron como planetas en un sistema solar artificial—. Tus errores crearon fracturas, y cada fractura engendró una Liora. Yo solo… cultivo.
Clara intentó levantarse, pero el peso de la sala de espejos aún la arrastraba. En su mente, el Eco de Samuel susurraba fragmentos de su confrontación con Clara-7: "¿Crees que salvar a una niña justifica billones de realidades rotas?". Antes de poder responder, un grito resonó en el aire. Una de las Lioras había abierto los ojos.
Era la niña del diario de 1498, pero ahora sus pupilas brillaban con la intensidad de un sol negro. Los tubos que la conectaban a la jaula estallaron, y la Liora-1498 flotó hacia Clara, dejando un rastro de números romanos y código binario en el aire.
—Madre —dijo la niña, tocando el reloj en el pecho de Clara—. Tú me escribiste en el diario. Tú me dibujaste antes de existir.
Elvira rió, ajustando un mecanismo en su muñeca que hizo gritar a las otras Lioras.
—¡Ellas te recuerdan incluso si tú las olvidas! Cada vez que alteraste el tiempo, una Liora nació en una realidad paralela. Son… ecos de tu remordimiento.
Clara quiso negarlo, pero la Liora-1498 le mostró un recuerdo: ella misma, en una línea temporal borrada, escribiendo en el diario de la niña mientras lloraba. "Lo siento, lo siento, lo siento", repetía una y otra vez, hasta que la tinta formó una espiral que atravesó el tiempo.
En la Sala de Guardianes, Kai retorcía el brazo donde había incrustado el fragmento de espejo. El cristal ahora emitía un brillo febril, mostrando imágenes de las Lioras en sus jaulas. Uno de los Guardianes Ancianos se acercó, sus vendas quemándose al contacto con la luz del fragmento.
—Es una abominación —silbó—. Destrúyela antes de que te consuma.
Kai sintió el dolor de mil agujas en su mente, pero entre ellas, distinguió una voz: "Tío Kai… ayúdanos a despertar". Era Liora, pero no una, sino todas a la vez. Con un gruñido, golpeó el fragmento contra el suelo, liberando una onda de energía que hizo caer a los Guardianes. En el piso de obsidiana, las imágenes del espejo se reorganizaron: mostraban a Elvira inyectando un líquido dorado en el clon de James (Ciclo -1), que yacía en un sarcófago de cristal bajo la pirámide.
—No solo quiere las Lioras… —murmuró Kai, comprendiendo demasiado tarde—. ¡Quiere resucitar al James original usando su ADN y la energía de las niñas!
En Atlántida, la Liora-1498 agarraba la mano de Clara. Su tacto era frío y eléctrico, como tocar un relámpago encapsulado.
—Hay una manera de detenerla —susurró la niña, señalando la pirámide—. La Trenza de Cronos, en el núcleo. Si la destruyes, todas las Lioras desapareceremos… pero Elvira perderá su poder.
Clara negó, apartándose. El Eco de Samuel en su mente se burló: ¿Qué prefieres? ¿Matarlas tú o dejar que Elvira las use para conquistar el tiempo?.
Antes de que pudiera decidir, la Liora-1498 abrazó el reloj de Clara. Su cuerpo comenzó a desintegrarse en partículas doradas que se enroscaron como serpientes alrededor del mecanismo.
—Nosotras ya estamos muertas, madre. Solo vivimos porque tú nos recuerdas —dijo, mientras su voz se esparcía en el viento—. Busca la Trenza… y encuentra a la Liora que realmente importa.
El reloj de Clara cobró vida, sus engranajes girando con una precisión alienígena. Un haz de luz lo atravesó, apuntando al centro de la pirámide. Clara corrió, esquivando los rayos temporales que Elvira lanzaba desde arriba. Cada impacto en el suelo creaba un cráter donde brotaban flores mecánicas que mordían el aire.
En la Sala de Guardianes, Kai usaba el fragmento de espejo para abrir un portal hacia Atlántida. Los Guardianes, ahora reducidos a sombras chillonas, intentaban arrastrarlo al vacío.
—¡Si ayudas a Clara, este universo entero será borrado! —rugió uno.
Kai saltó al portal justo cuando se cerraba, dejando atrás solo una frase:
—Quizás un nuevo universo necesite menos Guardianes… y más humanos.
Mientras tanto, Clara alcanzaba el núcleo de la pirámide. Allí, suspendida sobre un abismo de relojes derretidos, flotaba la Trenza de Cronos: tres hilos de tiempo entrelazados (pasado, presente, futuro) que brillaban con el color de una promesa rota. Al tocarla, visiones la asaltaron:
Elvira y James en un ciclo anterior, jurando amor eterno bajo un cielo sin estrellas.
Las Lioras gritando mientras sus esencias alimentaban al clon de James en el sarcófago.
Ella misma, en un futuro lejano, sembrando el meteorito en 1498 para crear la primera Liora.
Elvira apareció detrás de ella, empuñando un cuchillo hecho del hueso de Aión.
—¿Ahora entiendes? Tú empezaste esto. Yo solo… lo perfeccioné.
Clara se aferró a la Trenza, lista para romperla. Pero en el último segundo, el clon de James (Ciclo -1) emergió del sarcófago, sus ojos llenos de todas las memorias que Elvira le había inyectado. Y en sus pupilas, Clara vio algo imposible: Liora, bailando en un jardín de relojes florecidos.
—No… —susurró Elvira, comprendiendo—. ¡El clon no está usando la energía de las Lioras! ¡Ellas están usándolo a él para llegar a ti!
El clon de James alzó las manos, y las jaulas de las Lioras estallaron en una sinfonía de tiempo liberado.
Editado: 11.03.2025