La Sinfonía de las Horas Quebradas.
La carta de James desprendía un aroma a bergamota y ceniza de biblioteca, como si hubiera sido escrita junto a una chimenea en invierno. Clara la sostuvo bajo la luz de una lámpara de queroseno que no proyectaba sombras, sino hologramas diminutos de Liora dibujando flores de tiempo en las paredes. Las palabras finales temblaban, como si la pluma hubiera vacilado al firmar:
"El reloj bajo las raíces no es máquina ni dios. Es la primera herida, Clara. La que Cronos infligió al tiempo para alimentarse de nuestros bucles. Destrúyelo, y destruirás tu propia existencia. Perdóname por pedírtelo. - J"
Al leerlo, Clara recordó una tarde de 1946: James, sudoroso tras reparar el escritorio victoriano, le ofrecía un té mientras la lluvia golpeaba los cristales. "¿Crees que el tiempo perdona?", le había preguntado él, y ella, sin entender, había reído. Ahora esa risa era un eco envenenado.
Kai observaba el fragmento de espejo en su brazo, ahora entrelazado con raíces luminosas que palpitan al ritmo de sus latidos. Desde el sacrificio de Samuel, escuchaba susurros en código binario que solo descifraba al dormir: "El precio del Origen es un corazón sin memoria". Afuera, la biblioteca estaba sitiada por un bosque de relojes de arena gigantes, cada uno encapsulando una era en agonía:
Arena Superior (1946): Paracaidistas aliados descendían sobre campos de girasoles que, al tocar el suelo, se convertían en cables de fibra óptica. Un soldado joven, confundido, disparaba a su propio reflejo en un charco de mercurio.
Arena Media (2023): Oficinistas de Manhattan corrían entre taxis autónomos que se desmaterializaban al chocar, sus rostros distorsionados por el pánico. Una madre abrazaba a su hija, cuyos ojos brillaban con el resplandor de las Ecos-Liora.
Arena Inferior (3023): Androides con rostros de Liora disparaban a humanos vestidos con harapos digitales. Entre los escombros, un niño construía un molino de viento con las páginas del diario de Liora-1498.
El James holográfico de 3023 apareció como un espectro azulado, su voz entrecortada por interferencias:
—Elvira dirige la sinfonía desde el Salón de los Acordes Fracturados, donde las tres arenas se superponen. Allí, Cronos es solo un títere… y ella, la directora de nuestra desesperación.
Para llegar, cruzaron el Puente de los Susurros: un sendero de lágrimas solidificadas de todas las Claras que fracasaron. Cada paso resonaba con sus voces:
—"¿Valió la pena?", gemía Clara-7, su uniforme militar empapado en sangre de Londres.
—"Samuel te maldice desde el vacío", susurraba Clara-Ω, acariciando el cabello de una Liora espectral.
Clara se aferró al relicario, donde la Liora microscópica emitía un zumbido reconfortante.
En el Salón, Elvira dirigía una orquesta de Ecos-Liora. Cada niña tocaba un instrumento de tiempo:
Violines de arena: Sus cuerdas destilaban La Nostalgia, convirtiendo a los espectadores en estatuas de sal que lloraban recuerdos.
Trompetas de hielo cronal: Emitían El Miedo, haciendo brotar criaturas de las sombras con rostros de seres queridos.
Tambores de piel de Eco: Marcaban el compás con latidos robados, sincronizando corazones en un ritmo mortal.
El James original (1946) los esperaba tras una columna de mármol agrietado:
—Cronos está encadenado bajo el podio —susurró, revelando un mapa tallado en su antebrazo, donde las venas eran ríos de tinta—. Pero Elvira necesita tu esencia para completarlo. Eres… la llave.
La batalla comenzó con un solo de violín. Las Ecos-Liora atacaron, sus notas desgarrándolo todo. Kai desvió los ataques con el fragmento de espejo, pero cada impacto le arrebataba un recuerdo:
Olvidó el color de los ojos de Samuel (verdes como botellas rotas).
Luego, el sonido de su risa (grave, siempre al borde de una tos).
—¡No me quedan muchos que perder! —gritó Kai, embistiendo con el cetro convertido en espada.
Clara se abrió paso hasta Elvira, usando su cicatriz como escudo. Al verla, la científica aplastó un fósil de amonita que colgaba de su cuello. Del suelo emergió Cronos: un niño desnutrido y pálido, encadenado con correas de relojes derretidos. Sus ojos eran espejos que reflejaban a Clara envejeciendo y rejuveneciendo en un bucle infinito.
—Tus lágrimas son manjares —susurró Cronos, con voz de anciano y bebé—. ¿Por qué detenerme? Sin mí, el tiempo sería… silencio.
El clon adolescente de James irrumpió entonces, su cuerpo transformado en una criatura de raíces y metal por el líquido dorado. Con un grito que partió el salón, se lanzó sobre Cronos:
—¡Yo seré tu banquete! —rugió, fusionándose con el dios-niño. Su piel se agrietó, revelando un núcleo de luz pura—. ¡Corran, Clara! ¡Este es mi ciclo final!
La explosión resultante destruyó el Salón. Elvira, desesperada, saltó a un portal de sangre y engranajes, pero no sin antes clavar una daga de hielo cronal en el relicario de Clara. La Liora microscópica cayó al suelo, creciendo hasta convertirse en una niña de diez años hecha de luz y hojas de roble.
—Hola, mamá —dijo Liora, sus palabras haciendo florecer relojes en las paredes—. Cronos está herido… pero Elvira huyó al Origen. Debemos llegar antes que ella reescriba el primer latido.
El James holográfico se materializó por última vez, su forma desvaneciéndose en píxeles:
—El viaje requiere un barco de recuerdos robados… y un capitán que olvide su nombre. —Sus ojos se posaron en Kai, cuyo fragmento de espejo mostraba ahora una playa de arena negra: Samuel, joven y sonriente, construía un velero con páginas del diario de Liora-1498.
Kai asintió en silencio. En su bolsillo, guardaba una foto de Clara y Samuel riendo en un picnic que nunca ocurrió. Sabía que sería lo último en borrarse.
Mientras huían, el mundo colapsaba en una sola línea temporal. En el centro, un roble brotó donde ninguna semilla fue plantada, sus raíces trenzándose con las cicatrices de Clara. Entre sus ramas, relojes florecían como campanillas de invierno, marcando una hora nueva.
Editado: 11.03.2025