La herencia del silencio

Capítulo 30

La Última Página del Tiempo.

El escritorio victoriano ardía con runas doradas, devorando el nombre de Elvira letra a letra. Clara se aferró a sus bordes tallados, sintiendo cómo cada grabado le arrancaba memorias: el olor a café rancio de las madrugadas de James, el crujido de la bicicleta oxidada de Samuel, la risa de Liora en un jardín que solo existía en los márgenes de sus diarios. Elvira, convertida en un torbellino de engranajes y sombras, se alzó sobre la Nueva York multitemporal. Su voz era un coro de Claras fallidas:

—¡No puedes ganar! ¡Soy todas las que rehuiste ser! —rugió. Sus palabras destrozaron ventanas en tres siglos a la vez, y por las grietas fluyeron ecos de realidades abortadas.

Los ejércitos de las eras fusionadas se inmovilizaron. Soldados de 1946 bajaron sus armas al ver a civiles de 2023 abrazar a fantasmas de hijos perdidos. Androides del 3023, cuyos rostros eran espejos de Liora, protegieron a niños que sostenían juguetes hechos de fragmentos de tiempo. Hasta las Ecos-Liora dudaron, sus guadañas brillando con lágrimas de luz que dibujaron arcoíris sobre el caos.

Clara miró la luciérnaga de Liora posada en su hombro. Su luz titilaba al ritmo de su cicatriz:

—¿Cómo venzo a alguien que es mi reflejo?

La respuesta llegó del fragmento de espejo en su bolsillo, ahora caliente como un corazón moribundo. Al sostenerlo, vio a Kai en su última fracción de existencia, susurrando: "No luches contra ella… recuérdala".

Con un grito que atravesó eras, Clara apuñaló el escritorio con el fragmento. El cristal estalló en una sinfonía de vidrio roto y suspiros, liberando un torrente de recuerdos de Elvira:

Infancia en 2137: Una niña pecosa construía relojes de juguete con huesos de pájaro en un orfanato silencioso. Cada tic-tac era un amigo imaginario.

Ciclo -4: Besando a James bajo el meteorito en una Atlántida intacta, sus manos entrelazadas brillando con polvo estelar. "Juntos lo haremos eterno", le prometía él.

La herida original: Viendo a una Clara de pelo negro (¿Clara-7?) robar a James en un mercado de 1800, su risa convirtiéndose en el germen de su obsesión.

—Tú también fuiste víctima del hambre de Cronos —Clara extendió la mano hacia el torbellino, ofreciendo el último fragmento de su nombre—. Pero yo no soy tu enemiga.

Elvira se derrumbó. Sus engranajes se oxidaron en llanto negro, y las tres eras comenzaron a separarse:

1946: Soldados se desvanecieron en haces de luz dorada, sus fusiles convertidos en ramas de olivo.

2023: Rascacielos sanaron sus grietas, tragándose drones y bombas en fachadas de cristal limpio.

3023: Androides se desensamblaron en enjambres de luciérnagas metálicas, iluminando a niños que reían por primera vez.

—¿Adónde iré ahora? —Elvira miró sus manos desintegrándose, cada dedo un reloj detenido—. No habrá ciclo para esta sombra.

—Habrá paz —Clara sostuvo el pergamino con su nombre, ahora solo ceniza perfumada a bergamota—. Y un olvido sin ecos.

Al desvanecerse, Elvira dejó una verdad que quemó como hielo: "Cronos nunca quiso ser dios… solo dejar de temblar de hambre".

La Ciudad Multitemporal se fracturó en islas de realidad suspendidas en un mar de nébulas. Clara, de rodillas en los restos del escritorio, encontró la carta de James intacta. En su reverso, una línea nueva brillaba con tinta de constelaciones:

"Busca el roble donde todo comenzó. Allí está el umbral al Origen… y tu última página".

La luciérnaga de Liora aterrizó en la cicatriz espiral de Clara. Al contacto, la piel se volvió transparente, revelando un mapa de raíces doradas que convergían en un punto: el jardín de 1946, ahora sepultado bajo el museo en ruinas donde Samuel murió.

Antes de partir, Clara visitó las islas:

1946: Depositó el reloj de bolsillo en la tumba vacía de James. En un café cercano, una versión joven de él, sin cicatriz en la nuca, le sonrió al pasar. Sus ojos no la reconocieron, pero sus labios murmuraron: "Clara…", antes de desvanecerse como humo de cigarro.

2023: En la biblioteca abandonada, dibujó a Liora en el polvo del escritorio. El viento levantó el trazo, tejiéndolo en una flor de reloj que cantó una nana en frecuencia de radio.

3023: Dejó el fragmento de espejo de Kai en manos de un androide con el rostro de Samuel. La máquina, al sostenerlo, titiló en azul: "No te olvidaré… Kai".

Bajo el roble del museo, Clara encontró un reloj de raíces vivas. No marcaba horas, sino nombres:

Clara Hall: Tachado con una línea de savia negra.

Liora brillando en verde esmeralda, sus letras latiendo como un corazón.

Cronos: Palpitando en rojo oscuro, cada letra una herida abierta.

Al tocarlo, el suelo se partió en dos. Un vacío de estrellas estáticas y silencio absoluto la envolvió. En el centro, encorvado sobre un telar de hilos dorados, Cronos masticaba tiempo como un mendigo hambriento. Su cuerpo era un esqueleto infantil con ojos de bebé, y sus huesos crujían al ritmo de universos devorados.

—Al fin —susurró Cronos, escupiendo un hilo que mostraba a Clara sacrificándose —. Ven a alimentar al vacío que ayudaste a crear.

Clara desenrolló la carta de James. En su reverso, una frase danzaba: "No eres tu nombre… eres todas las que eligieron amar".

Con un suspiro que apagó estrellas, saltó al abismo. Mientras caía, el bebé de ojos relucientes lloró de nuevo… y en 2023, una niña de trenzas deshilachadas encontró un escritorio victoriano bajo escombros. Sobre él, una flor de reloj y una carta sin abrir:

"Para ti, que tienes otra oportunidad".



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En el texto hay: misterio, viajeeneltiempo, aventura

Editado: 11.03.2025

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