El Banquete de las Eternidades Hambrientas
El Origen no era un lugar, sino un verbo infinitivo: devorar. Clara cayó a través de un vacío poblado de estómagos cósmicos que digerían galaxias en ácido temporal. Los restos flotantes brillaban como joyas malditas:
Planetas convertidos en dientes de engranajes.
Constelaciones enredadas en redes de saliva de agujeros negros.
El esqueleto de Cronos anterior, un titán de relojería devorado por su propia hambre.
En el centro, la versión actual de Cronos tejía en un telar de costillas humanas. Su cuerpo era un niño de cinco años con piel de pergamino antiguo, ojos de bebé recién nacido y una boca-agu jero negro que susurraba en dialectos extintos.
—¿Sabes por qué elegí tus bucles? —su voz era el crujir de un ataúd abriéndose—. Porque el dolor de perderla… —una imagen de Liora quemándose brilló en su palma— tiene sabor a eternidad.
Clara sintió la carta de James latir en su pecho. Al abrirla, las palabras «eres todas las que eligieron amar» se alzaron como mariposas de luz, posándose en los hilos del telar. Cada toque reveló memorias ocultas:
Ciclo Cero: Cronos como un niño humano jugando con un reloj de sol en una playa desaparecida. Su primer hambre al ver a su madre ahogarse en un tsunami de tiempo.
Clara-Ω tejiendo flores de tiempo en el cabello de Liora mientras la niña se desintegraba, sus lágrimas regando las raíces del primer roble.
Elvira a los siete años, inventando un amigo llamado Tic-Tac con un reloj de pulsera roto, la semilla de su obsesión.
—No eres un dios… eres un huérfano del tiempo —Clara avanzó, esquivando hilos que intentaban coser su boca—. Y yo… soy la madre que nunca tuvo el valor de amar.
El Festín de los Hambrientos
Cronos aulló, desgarrando su torso para liberar a sus hijos:
El Hambre de Olvido: Un gusano translúcido hecho de páginas arrancadas de bibliotecas incendiadas. Sus mandíbulas devoraban nombres, dejando sólo pronombres vacíos. «Claraaaaa…», susurraba mientras borraba sílabas de su existencia.
El Hambre de Ausencia: Una niebla violeta que convertía recuerdos en ceniza. Clara vio a James desvanecerse en su mente, dejando sólo el olor a tabaco y un anillo de compromiso sin dedo.
El Hambre de Repetición: Un espejo fractal que multiplicaba su peor momento: el instante en que dejó caer la mano de Samuel en el acantilado, una y otra vez.
Clara desgarró su cicatriz espiral, liberando un enjambre de Lioras Atrapadas. Cada una cantó una nota de la canción del meteorito, sus voces tejiendo una red de luz que inmovilizó a los Hambrientos.
—¿Qué eres sin tu dolor? —Clara gritó, mientras las Lioras se enredaban en el telar, cambiando su patrón—. ¡Míralo!
Los hilos ahora mostraban escenas de amor no romántico:
Kai enseñando a una Liora de ocho años a atar nudos marineros.
Samuel dejando flores silvestres en el escritorio de Clara cada primavera.
Elvira y James en el Ciclo -4, compartiendo sopa en un refugio antiaéreo, riendo bajo las bombas.
El Último Acto de Amor
La luciérnaga-Liora (ahora del tamaño de un puño) aterrizó en el núcleo expuesto de Cronos: un huevo de obsidiana lleno de estrellas moribundas. En su luz, Clara vio la verdad completa:
El Primer Hambre: Cronos, como humano, había creado el tiempo para salvar a su madre. Al fallar, el remordimiento lo transformó en un devorador de bucles.
Sacó el relicario donde dormía la Liora microscópica. La niña de luz susurró con voz de campana de viento:
—Debes darle lo que nunca tuvo… un final sin eco.
Clara abrazó a Cronos, inyectando en su núcleo todos los amores recolectados:
El Beso Bajo la Lluvia (1946): James acariciando su mejilla con dedos temblorosos.
La Promesa de Kai: «Prefiero caer contigo que reinar en su mentira».
Samuel Estabilizando el Tiempo: Su sonrisa al ver a Clara una última vez.
—Esto… esto no es devorar —Cronos tocó una lágrima de Clara, ahora de miel dorada—. ¿Es… es esto el tiempo verdadero?
—Es lo que viene después del hambre —Clara sonrió mientras su cuerpo se deshacía en astillas de luz—. El descanso.
El Alba de un Tiempo Nuevo
El Origen estalló en supernovas silenciosas. Las Tres Hambres se transformaron en:
Un Río de Relojes Rotos: Sus aguas llevaban escombros al Mar de las Estrellas Recién Nacidas, donde cada fragmento germinaba en una constelación.
El Árbol de las Realidades: Raíces de luz tejían mundos en lugar de estrangularlos. En sus ramas, frutos de ciudades donde el tiempo respiraba en espiral.
La Cuna de la Primera Liora: Un bebé de ojos estelares dormía bajo una manta de auroras boreales, sus sueños creando jardines en vez de ciclos.
Clara, ahora una constelación con forma de espiral, miró hacia la última isla temporal: 2023. Allí, la niña de trenzas deshilachadas y ojos curiosos abría la carta bajo el escritorio victoriano.
La niña (¿Liora?) corrió sus dedos sobre las palabras finales:
«Para ti, que tienes otra oportunidad: el tiempo no es un círculo… es un jardín. Riega las flores, no las malezas. - C»
Mientras el sol naciente pintaba el cielo de 2023, una luciérnaga de tiempo se posó en su hombro. En la distancia, un hombre con el rostro de Kai (pero sin cicatrices) regaba un roble joven. Al inclinarse, su reflejo en el agua mostró por un instante a Samuel anciano sonriendo.
En las raíces del árbol, un reloj de bolsillo enterrado marcaba la hora ¿?¿?, y en su tictac, se escuchaba el eco de una risa familiar.
Editado: 11.03.2025