Las Lágrimas del Guardián Sin Nombre.
El vacío entre eras era un océano de silencio perforado por gritos que nunca existieron. Kai flotaba en la nada, su cuerpo atravesado por filamentos de luz que lo cosían a realidades ajenas. El fragmento de espejo en su brazo petrificado latía como una herida abierta, mostrando destellos de Clara en 1946: escribiendo cartas que se desvanecían al secarse la tinta, abrazando un roble cuántico cuyas hojas susurraban secretos en lenguas muertas. Pero aquí, en este no-lugar, hasta los recuerdos eran prestados.
La primera lágrima lo encontró antes que él a ella.
Era una perla de líquido dorado suspendida en el aire, brillando con la intensidad de un sol en miniatura. Dentro, Kai vio una escena que no reconocía: un parque infantil en 2023, donde una versión más joven de Clara empujaba a una niña de cabello blanco en un columpio oxidado. La risa de la niña—aguda, musical—lo atravesó como un cuchillo. Al tocarla, la lágrima se fundió en su piel, dejando una cicatriz en forma de espiral gemela a la de Clara.
—Son ecos de dolor —dijo una voz a su espalda—. Cada uno contiene un instante que el tiempo no pudo digerir.
El Androide-Liora emergió de la oscuridad, su cuerpo de metal bruñido cubierto de enredaderas que crecían hacia atrás. Tenía el rostro de Liora-1498, pero sus ojos eran esferas de cuarzo talladas con ecuaciones que Kai no podía leer. En una mano sostenía un relicario vacío; en la otra, una daga de hielo temporal que emitía vapor azulado.
—¿Por qué ayudas? —preguntó Kai, desconfiando. Su brazo petrificado emitía un zumbido de advertencia al acercarse.
—Porque tú llevas su nombre en la sangre —respondió el Androide, señalando las cicatrices espirales—. Y porque ella te ama, incluso en los tiempos donde no existes.
El camino hacia el Roble Cuántico estaba sembrado de lágrimas. Cada una era un eco de dolor cristalizado:
La Lágrima del Primer Adiós: Un hombre idéntico a Samuel llorando frente a una tumba sin nombre en 1988.
La Lágrima del Último Beso: Clara y James bajo la lluvia en 1946, sus labios separándose para siempre.
La Lágrima del Jardín Olvidado: Elvira, niña, enterrando un reloj despertador bajo un roble que aún no era cuántico.
Kai las recolectó en el relicario, ignorando el ardor en sus venas. Cada lágrima le costaba un recuerdo de Clara:
Olvidó el día que la rescató de las Sombras Lógicas en el Museo de Errores.
Olvidó la melodía que tarareaba mientras reparaba el escritorio victoriano.
Olvidó el sabor de su nombre en sus labios.
Pero lo peor no era la ausencia… era lo que la reemplazaba.
En el lugar de cada recuerdo robado, crecía una mentira:
Clara traicionándolo con Samuel en una línea temporal alternativa.
Clara susurrando órdenes a Elvira para manipularlo.
Clara riendo mientras el Reloj Primordial devoraba ciudades.
—Tus heridas sangran ficciones —advirtió el Androide-Liora, destruyendo una lágrima corrupta que intentó adherirse a Kai—. El tiempo enfermo inventa historias para rellenar vacíos.
Al tercer día (si es que los días existían allí), alcanzaron el lago de tiempo estancado. Era un mar de mercurio negro salpicado de islas flotantes—restos de Nueva York 2023 congelados en su caída—. En el centro, el Roble Cuántico se alzaba como un dios herido, sus raíces expuestas latiendo con luz irregular. Las aguas del lago no eran líquido, sino segundos solidificados: pisarlos equivalía a vivir mil instantes ajenos en un parpadeo.
—Las últimas lágrimas están allí —señaló el Androide hacia el roble—. Pero los Cazadores de Ecos las protegen.
Los Cazadores eran criaturas nacidas del miedo del tiempo a morir. Tenían cuerpos de relojes derretidos, cabezas giratorias con tres rostros (pasado, presente, futuro), y garras que extraían recuerdos como médulas de huesos. Al ver a Kai, emitieron un sonido que era campanada y grito a la vez:
—Guardián sin nombre… tu dolor alimentará al árbol.
La batalla fue una danza de sombras y mentiras. Kai usó la daga de hielo temporal para congelar los segundos a su alrededor, creando barreras que los Cazadores no podían cruzar. El Androide-Liora lanzó pulsos de energía desde sus ojos de cuarzo, desintegrando las criaturas en nubes de números romanos. Pero por cada Cazador caído, dos más emergían de las aguas.
Fue entonces cuando Samuel apareció.
No era el Samuel real—su cuerpo había sido devorado por el Reloj Primordial —, sino un Eco estable, una versión residual con rasgos desdibujados y voz de radio mal sintonizada. Llevaba el uniforme de Guardián, pero las insignias estaban torcidas, y en lugar de ojos, tenía dos relojes de arena que marcaban el tiempo que le quedaba.
—No puedes ganar aquí —dijo Samuel, bloqueando el golpe de un Cazador con su brazo convertido en espada de luz—. El Roble se alimenta de tu culpa.
—¿Y tú qué eres? ¿Otra mentira del tiempo? —espetó Kai, recogiendo una lágrima que brillaba bajo las raíces.
—Soy lo que queda de tu hermano… y de todos los Samueles que fallaron.
La verdad fue un puñal: Samuel se había ofrecido como ancla para los Ecos redimidos, permitiendo que su conciencia sobreviviera fragmentada. Pero cada acto de ayuda lo desgastaba, convirtiéndolo en poco más que un susurro en el viento.
—El Roble está podrido por dentro —explicó Samuel mientras luchaban—. Clara está atrapada en un bucle de 1946, escribiendo cartas que nunca enviará. Para liberarla, debes…
Un Cazador lo atravesó desde atrás, sus garras de tiempo robado absorbiendo los últimos segundos de Samuel. El Eco se desvaneció en una sonrisa triste, sus últimas palabras pegadas al aire como miel espesa:
—…debes olvidar tu nombre.
Kai gritó, pero el sonido se lo llevó el viento. El Androide-Liora lo arrastró lejos de los Cazadores, hacia una cueva bajo las raíces del Roble. Allí, en las entrañas del tiempo, encontraron la última lágrima:
Editado: 11.03.2025