El Juicio de las Tres Coronas.
El aire olía a pergamino quemado y lágrimas secas. Clara despertó en una sala que no era una sala, sino un caleidoscopio de espejos rotos y relojes desmontados. Sus reflejos la observaban desde ángulos imposibles:
Clara con uniforme militar manchado de ceniza (Clara-7),Clara con un bebé de cabello blanco en brazos (Clara-Ω),Clara anciana tejiendo raíces de tiempo en un telar de huesos. En el centro, un trono hecho de llaves de cuerda oxidadas esperaba, y sobre él, tres coronas flotaban:
La Corona de Hueso: Trenzada con costillas de James, marcando horas de amores fallidos.
La Corona de Tinta: Letras de cartas nunca enviadas flotando en un líquido negro.
La Corona de Silencio: Un aro vacío que absorbía todo sonido a su alrededor.
—Clara —resonó una voz que era todas las voces—. Te juzgamos por crímenes contra el flujo.
Los espejos se alinearon, formando un tribunal de versiones pasadas y futuras de sí misma. En el estrado, Clara-7 golpeó un martillo hecho del casco del drone que destruyó Londres en 1988.
Primer Cargo: La Arrogancia del Tiempo Robado
—Manipulaste el flujo para salvar a una niña que no era tu hija —acusó Clara-Ω, meciendo al bebé de cabello blanco cuyo llanto hacía sangrar los oídos—. Cada grieta que abriste mató a miles.
Un espejo mostró el momento en que Clara usó el meteorito por primera vez: Liora-1498 abrasándose en San Brandán, mientras ella retrocedía al pasado para enterrar el artefacto bajo el roble. El dolor de entonces—fresco, agudo—regresó como una ola.
—Salvé a Liora en cada ciclo porque era lo único puro que hice —respondió Clara, sosteniendo una hoja del roble cuántico que había traído consigo—. Pero no fue arrogancia… fue miedo. Miedo a estar sola en un universo que solo me daba segundas oportunidades para fallar.
La Corona de Hueso vibró, y los espejos mostraron a James en 1946, muriendo una y otra vez en variaciones de la misma explosión.
Segundo Cargo: La Traición al Guardián
Clara-7 se levantó, su uniforme militar desprendiendo olor a pólvora y ciudades carbonizadas.
—Usaste a Kai como herramienta. Le pediste que olvidara su nombre, su esencia, para servir a tu causa.
El espejo principal se convirtió en una ventana al vacío entre eras: Kai, con el brazo petrificado y los ojos vacíos, luchando contra Cazadores de Ecos mientras el relicario de lágrimas se agotaba. Clara sintió el peso de cada recuerdo que él había perdido por ella—la caricia de su mano en su mejilla, la noche que pasaron juntos descifrando el diario de Liora—.
—Lo protegí tanto como él me protegió a mí —murmuró, aunque las palabras sonaron huecas incluso para sus propios oídos—. Pero el tiempo nos convirtió en cómplices… no en amantes.
La Corona de Tinta goteó letras de culpa que se arrastraron por el suelo como gusanos.
Tercer Cargo: El Asesinato del Futuro
La Clara anciana tejiendo raíces habló por primera vez, su voz un crujir de hojas secas:
—Al negarte a morir, condenaste a Liora-0 a convertirse en un dios roto. Ella es hija de tu egoísmo.
Los espejos se empañaron, mostrando a Liora-0 en su forma titánica: un ser de tiempo puro devorando realidades, sus ojos pozos negros donde ciudades enteras giraban como juguetes. Clara quiso voltear la mirada, pero las coronas la obligaron a ver: cada mordisco de Liora-0 era un eco de su propia mano escribiendo en el diario prohibido.
—La amé —susurró Clara, sintiendo la hoja del roble cortarle la palma—. Y el amor no siempre es suficiente.
Pero llega un testigo Inesperado.
Antes de que las coronas pudieran dictar sentencia, un estruendo sacudió el tribunal. Elvira irrumpió desde un espejo roto, su cuerpo de niña brillando con la luz del meteorito incrustado en su pecho. Traía consigo el reloj despertador del orfanato, ahora transformado en un artefacto de cristal y raíces.
—Ella no es la única culpable —declaró Elvira, su voz resonando con la firmeza de la adulta que alguna vez fue—. Yo sembré la obsesión que corrompió a Liora-0. Yo…
Un espejo se interpuso, mostrando a Elvira en su ciclo original: besando a James bajo el meteorito, jurando protegerlo incluso si eso significaba destruir mundos. La imagen se desvaneció en humo, y Elvira cayó de rodillas, el reloj despertador crujiendo en sus manos.
—No hay inocentes aquí —dijo Clara-Ω, levantando al bebé Liora cuyos ojos ahora brillaban como el núcleo del Último Reloj—. Solo víctimas de un juego que nadie pidió jugar.
Las coronas convergieron sobre Clara, fusionándose en una espina de tiempo que se clavó en su pecho. El dolor fue luminoso, purificador. Vio:
El Camino del Verdugo: Gobernar las eras como tirana, con Kai como su Guardián silencioso y Liora-0 como arma.
El Camino de la Mártir: Borrar su existencia, dejando que el tiempo sanara sus heridas sin ella.
El Camino del Jardín: Un sendero oculto, sembrado de cartas quemadas y semillas de roble cuántico.
—Elige —exigieron las Claras en coro—. O serás desgarrada por el juicio.
Clara miró a Elvira, que sostenía el reloj-meteorito como un talismán, y luego al espejo donde Kai luchaba en el vacío. Con un suspiro que llevaba décadas de fatiga, sacó la semilla que había guardado en su cicatriz—un fragmento del meteorito pulido por las lágrimas de Liora-1498—.
—No elijo ninguno de tus caminos —dijo, plantando la semilla en el suelo de espejos—. Elijo regar lo que otros ignoraron.
La semilla brotó en segundos, sus raíces rompiendo los espejos y engullendo las coronas. El tribunal se derrumbó en una lluvia de cristal y tiempo líquido, y Clara cayó—no hacia abajo, sino hacia adentro—, hacia el núcleo del roble cuántico donde las Lioras sacrificadas tejían el tapiz de la realidad.
Al despertar, estaba en el jardín de 1946, bajo el roble que James había plantado. En sus manos, una carta nueva esperaba, dirigida a nadie y a todos. La primera línea decía:
Editado: 11.03.2025