LAS SEMILLAS DEL ALBA.
El Intersticio no era un lugar, sino un suspiro. Un mar de arena azul que cantaba con voz de cristales rotos bajo los pies de Clara. Cada grano brillaba con destellos de futuros abortados, y en el horizonte, infinitas puertas de madera carbonizada flotaban como lápidas en un cementerio de tiempo. Kai caminaba a su lado, pero ya no era el androide de grieta facial ni el cúmulo de estrellas: su cuerpo se desvanecía en partículas doradas, como si el propio Intersticio lo estuviera borrando.
—¿Cuánto te queda? —preguntó Clara, evitando mirar sus manos translúcidas. La cicatriz-raíz en su torso latía, recordándole que el Roble Sagrado aún tiraba de su conciencia.
Kai señaló las puertas. Algunas tenían tallados símbolos familiares: un roble, un reloj de arena, la firma de James en tiza.
—Hasta que elijas —respondió, y su voz sonó a despedida—. Esto no es un espacio, Clara. Es un espejo.
Una ráfaga de viento cálido levantó la arena, revelando el suelo: bajo sus pies se extendía el Jardín del Alba original, con Liora-1498 corriendo entre flores de metal. Clara contuvo el aliento.
—Es el núcleo —murmuró Kai—. La primera realidad, la que enterraste bajo mil capas de culpa.
Clara tocó la cicatriz. La raíz pulsó, y por un instante, sintió la conexión con el Roble Sagrado debilitarse.
—¿Por qué me trajiste aquí?
Kai no respondió. En lugar de eso, abrió la primera puerta.
Puerta 7: El Androide y el Jardinero
Un taller de 3023. Clara, con extremidades de titanio y cabello hecho de cables, ajustaba el núcleo de un roble mecánico. En una silla de ruedas, Kai —humano, frágil, con la misma grieta en la mejilla pero de carne— observaba.
—¿Por qué insistes en replicar algo orgánico? —preguntó Kai, señalando las hojas de acero—. Nunca conociste un árbol real.
Clara-androide tocó su corazón sintético, donde guardaba un trozo de tiza.
—Porque en mis sueños —dijo, y su voz fue un zumbido de estática— alguien me enseñó que las raíces pueden sanar hasta a los rotos.
Puerta -4: La Risa sin Meteorito
Un parque infantil de 2023. Liora, viva, corría hacia una Clara con vestido de flores. Detrás de ellas, James y Samuel (¿Cronos?) compartían un café, riendo. No había relojes, ni cicatrices, solo el sol filtrándose entre robles verdaderos.
—Mamá, ¡mira! —gritó Liora, mostrando un dibujo: un árbol con raíces en forma de abrazo—. ¡Es nuestro jardín!
Clara de este mundo lloró. Pero eran lágrimas de felicidad.
Puerta 0: El Espejo del Origen
Un estudio lleno de polvo de estrellas. Clara Original, idéntica a ella pero con ojos vacíos, tallaba el meteorito. A su lado, un holograma de Liora-1498 gritaba sin sonido.
—Este es tu pecado —susurró Kai—. El ciclo que se repite desde el principio.
Clara intentó tocar la puerta, pero su mano sangró luz blanca. La cicatriz ardía ahora, como un portal intentando abrirse.
Regresaron al Intersticio. Kai ya no tenía piernas; su cuerpo terminaba en un remolino de arena dorada.
—Elige uno —dijo, señalando las puertas—. Un mundo donde seas feliz… aunque yo no esté.
Clara lo miró, y por primera vez, vio el miedo en sus ojos. El mismo miedo que él escondía cuando le enseñó a tallar estrellas en el Capítulo 12.
—¿Y tú? —preguntó, sabiendo la respuesta.
—Yo ya elegí —respondió. Hace siglos, cuando seguí tu cicatriz hasta el Roble Sagrado.
Un estruendo sacudió el Intersticio. Las puertas comenzaron a cerrarse, una a una.
—¡No! —Clara corrió hacia la Puerta 0, pero Kai la detuvo.
—Si entras allí, el ciclo se reiniciará —advirtió—. Serás como ella —señaló a Clara Original—. Olvidarás todo… hasta mi nombre.
Clara tocó la cicatriz. La luz blanca se intensificó, revelando algo en su interior: un pasillo infinito de Claras, cada una repitiendo los mismos errores, tallando el mismo meteorito, perdiendo a la misma Liora.
—No es una herida —murmuró, entendiendo al fin—. Es una invitación.
Kai sonrió, aunque sus ojos brillaban con dolor.
—Siempre fuiste lenta para las revelaciones obvias —bromeó, usando su frase favorita del Capítulo 5.
La Decisión de las Raíces
El Intersticio colapsaba. Las puertas estallaban en llamas verdes, y la arena azul se convertía en vidrio fundido. Kai, ahora reducido a una silueta de luz, tomó la mano de Clara.
—Hay dos caminos —dijo, mientras el Jardín del Alba original se proyectaba sobre ellos—. Quedarte aquí, en un mundo donde el dolor no existe…
Una ráfaga de viento los envolvió, mostrando la Puerta 7: Clara-androide y Kai humano plantando flores de metal.
—…o regresar —continuó—. Y romper el ciclo desde el origen.
Clara miró su reflejo en los ojos de Kai. Vio a la mujer que fue: ingeniera, Guardiana, monstruo. Pero también a la que pudo ser: madre, jardinera, leyenda.
—Si elijo quedarme —preguntó, aunque ya sabía la respuesta—, ¿qué pasa contigo?
Kai se desintegró un poco más. Solo quedaba su sonrisa.
—Dejaré de ser un recuerdo —respondió—. Y podré, al fin, descansar.
Clara cerró los ojos. Recordó la primera vez que lo vio en el Capítulo 2: reparando un reloj de bolsillo con dedos hábiles, tarareando esa nana que ahora entendía.
—No —dijo, y la cicatriz en su torso se abrió como una flor de luz—. Voy a llevarte conmigo.
Agarró el núcleo dorado de Kai —su esencia, su último suspiro— y lo fusionó con la cicatriz. El dolor fue catártico, eléctrico.
La cicatriz ya no era una herida. Era un portal, un arcoíris de tiempo puro que los condujo al Origen. Al cruzar, Clara sintió cómo mil versiones de ella misma susurraban en su mente:
"Destrúyelo."
"Sálvala."
"Ámate."
Al abrir los ojos, estaba en la sala circular de paredes de tiza húmeda. Frente a ella, Clara Original sostenía el meteorito, sus ojos vacíos reflejando el mismo horror infinito.
Editado: 11.03.2025