La Herencia Maldita. Libro I

CAPITULO 2

CAPITULO 2

Irwin conducía apretando fuerte el volante, mientras las luces de la carretera pasaban fugaces a su alrededor. La chica seguía inconsciente y además tenía la respiración irregular.

El sonido de celular rompió el silencio de la noche, vibrando en el bolsillo de la chaqueta de Irwin. El chico miró la pantalla:

“Adriana”

Irwin suspiró, sintiendo un nudo de ansiedad en el pecho.

—Ahora no, Adriana... —murmuró para sí mismo, ignorando la llamada. El teléfono siguió sonando por unos segundos más y se quedó callado.

Irwin centró su atención en la carretera, acelerando hacia el hospital más cercano. La urgencia de la situación lo empujaba, pero sabía que responderle a Adriana en ese momento solo traería problemas. Había prometido estar con ella esa noche, pero ahora todo ha cambiado.

Cuando finalmente llegó al hospital, frenó bruscamente en la entrada de la guardia y se bajó del auto. Cargó a la chica con esfuerzo, manchando su ropa con sangre. Entró con ella en los brazos por la puerta. Los médicos lo miraron con sorpresa antes de apresurarse a tomar a la chica de sus brazos.

—¿Qué le pasó? —preguntó un médico mientras estaba acostando a la chica en la camilla.

—La encontré en la carretera, estaba... —Irwin dudó un momento, pero sabía que no tenía tiempo para explicaciones detalladas—, estaba inconsciente.

Se acercó una enfermera, asintió, ocupándose del papeleo, mientras el médico estaba revisando a la chica. Al mismo tiempo, un asistente administrativo se dirigió a Irwin, sosteniendo un formulario en la mano.

—Necesitamos algunos datos para registrarla. ¿Podría darnos su identificación, señor? —preguntó con la mirada fija en la carpeta.

Irwin asintió rápidamente, pero lo único que estaba pensando en salir de acá más pronto posible. No podía ficharse en este lugar. Fingió buscar en sus bolsillos antes de excusarse.

—Está en mi auto, vuelvo enseguida —dijo. Miró al hombre como asegurándole que ahora vuelve y salió por la puerta fingiendo que no está apurado.

De camino al estacionamiento el corazón le saltaba en el pecho. Subió al auto, cerró la puerta de un golpe y encendió el motor. Apretó el volante con fuerza y, sin mirar atrás, salió del hospital, acelerando hacia la noche. Sabía que no podía quedarse allí. Si lo vinculaban con la situación, las preguntas no pararían, y allí Irwin tendría que desaparecer por un tiempo.

***

Mientras Irwin avanzaba por la carretera, el celular volvió a sonar. Esta vez, el chico no pudo ignorarlo más. Miró la pantalla y, con un suspiro pesado, contestó.

—¿Dónde estás, Irwin? —la voz de Adriana sonaba tensa, preocupada—. Te estoy esperando, hace rato que deberías haber llegado.

Irwin mantuvo la mirada en la carretera, buscando las palabras adecuadas.

—Adriana, mi amor, perdóname, no pude llegar. Me pasó algo.

—¿Qué fue? — en la voz de la chica se despertó la preocupación.

—Encontré a una chica herida en la carretera. Estaba mal, sangraba mucho. La llevé al hospital.

Del otro lado del teléfono se hizo un silencio.

Pasaron varios segundos hasta que Adriana habló de nuevo, esta vez con un tono más agudo, casi furioso.

—¿Qué chica? ¿Qué estás diciendo? Irwin, sabes que no podemos meternos en problemas. ¿Te diste cuenta de lo que has hecho?

Irwin frunció el ceño, sintiendo la presión de las palabras de Adriana y la urgencia en su voz.

—Lo sé, Adriana. Pero apenas la dejé salí del hospital, no hablé con los policías y a nadie mostré mi identificación… —miró su camisa y las manchas de sangre que empezaban a secarse—. Ahora tengo mi ropa y el auto cubiertos de sangre. No puedo ir a tu casa así. Necesito bañarme, cambiarme, y lavar todo antes de que alguien haga preguntas.

Adriana tomó aire con fuerza al otro lado de la línea, y por un momento solo se escuchó su respiración contenida.

—Está bien, haz lo que tengas que hacer, pero no tardes. Trata de evitar las avenidas, si te para la policía y te ve manchado de sangre, ya sabes…

Irwin asintió, aunque Adriana no podía verlo. Miró por el espejo retrovisor, imaginando a la chica en la camilla, rodeada de médicos que trataban de salvarla. Sentía una mezcla de culpa y un sentido de responsabilidad extraño que no podía explicarse.

—No me demoraré, Adriana. Llego en cuanto pueda —dijo, antes de cortar la llamada.

Aceleró hacia su casa donde podría limpiar el auto y cambiar la ropa. La adrenalina seguía recorriendo su cuerpo, y en su mente, la imagen de la chica herida y la forma en que había sido arrojada del auto no dejaba de perseguirlo. Sabía que, al haber tomado la decisión de intervenir, había cruzado un límite.

Y ahora, tanto su vida como la de esta chica estaban a punto de entrelazarse de una forma que él jamás había imaginado.

***

Carlos se recostó contra el asiento trasero del auto, observando la carretera pasar rápidamente mientras intentaba recuperar el control de su respiración. El enojo se había disipado, pero en su lugar, una inquietud creciente se apoderaba de él. Cerró los ojos por un instante, tratando de justificar sus acciones. La imagen de Diana cayendo y rodando por el asfalto se le giraba como un video imparable en la mente. El recuerdo era más vívido de lo que quería admitir.

—Detente un momento —ordenó al chofer, con la voz más serena.

El conductor, sorprendido por el cambio de tono, giró la cabeza ligeramente hacia su jefe.

—¿Qué dijo, señor? —preguntó, tratando de confirmar lo que había oído.

—Regresa al lugar donde dejamos a Diana —dijo Carlos, apretando los labios—. Necesito asegurarme de que... que esté bien.

El chofer asintió sin hacer preguntas, aunque la duda asomaba en su rostro. Dio la vuelta en la carretera, acelerando al principio, pero luego reduciendo la velocidad a medida que se acercaban a la zona donde todo había sucedido.




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