CAPITULO 3
Irwin conducía por la carretera, el motor rugía suavemente mientras la noche se caía sobre el chico. Las luces de la ciudad se difuminaban en la distancia, pero la mente de Irwin seguía atrapada en la imagen de la chica, herida y desmayada en el asiento trasero de su auto. Sus manos seguían manchadas de la sangre que no era suya, y el olor metálico persistía en el aire. Apretó el volante con fuerza mientras los pensamientos se agolpaban en su cabeza.
—Si la empujaron del auto... entonces alguien quiere deshacerse de ella. —Las palabras resonaban en su mente, dándole un giro a la situación que no había considerado antes. No era solo un accidente. La chica estaba en peligro, y quien quiera que hubiera intentado sacarla del camino, podría volver por ella.
El celular vibró en el asiento del copiloto, y por un instante, pensó que sería Adriana de nuevo. Miró la pantalla, pero esta vez era un número desconocido. Ignoró la llamada y aceleró. No podía perder tiempo.
Todos estos pensamientos lo llevaron a Irwin a tomar una decisión. Sintió que no podía dejar la chica sola en el hospital. Claramente ella corría peligro. Y entonces a la dirección donde tenía que ir él era la contraria.
Irwin giró el volante, pasando a la siguiente intersección para dirigirse de vuelta al hospital. Debía asegurarse de que la chica estuviera a salvo, aunque eso significara exponerse a riesgos que aún no comprendía del todo.
Pero con algunos ítems del peligro ya podría hacer una lista.
Cuando Irwin dejó a la chica en el hospital, los médicos lo vieron, manchado de sangre y cuando pidieron su identificación Irwin se escapó. Esto lo podría implicar a lo que pasó con la chica.
Seguro que la policía ya está en el hospital y están haciendo preguntas también pidiendo la descripción de él.
Y, por último, los que empujaron la chica del auto, en cualquier momento podrían buscarla y la van a encontrar en este hospital, no cabe duda. Y allí, si Irwin la quiere proteger va a tener que enfrentarlos. Según el auto lujoso del cual la chica se voló a la carretera, se puede pensar que son gente de mucho dinero, o sea poderosa.
Y con todo eso en la cabeza Irwin se volvía al hospital sin armar todavía ningún plan.
Pero lo primero que tenía que hacer antes de regresar, es deshacerse de la ropa manchada.
De repente se acordó de un local de ropa que todavía estaba abierto. Al llegar allí, aparcó el auto a toda prisa y entró sin perder tiempo, ignorando las miradas extrañas de los pocos clientes y del vendedor que lo observaba desde detrás del mostrador. Tomó una camisa y una chaqueta de su talla, pagó rápido y regresó al auto.
Ya adentro del auto, sacó su chaqueta manchada y se cambió en el asiento del conductor, lanzando la ropa ensangrentada al asiento trasero, a la bolsa que le dieron recién al comprar la ropa nueva. Esta bolsa de plástico negra ahora era como un testigo incómodo de lo sucedido. Irwin se miró en el espejo retrovisor, notando que al menos ya no tenía el aspecto de alguien que había envuelto en una pelea.
Aceleró de nuevo hacia el hospital, con la urgencia pulsando en cada movimiento. La decisión de volver no era solo por la chica. Algo en su interior le decía que el hecho de haberla encontrado no era una simple coincidencia, sino el inicio de algo que aún no alcanzaba a comprender. En un momento se acordó de Adriana. Pero rápidamente la sacó de su cabeza. Entre estas dos mujeres la chica en el hospital estaba más vulnerable.
Al acercarse al hospital, la tensión crecía en el pecho de Irwin. Recordó los ojos del recepcionista cuando lo vio irse antes, y sabía que, si regresaba, habría preguntas. Pero ya no le importaba. La chica estaba en peligro, y eso lo arrastraba de regreso hacia ella. Tal vez era una mala idea, tal vez se estaba metiendo en un problema que no le correspondía, pero la necesidad de protegerla se había vuelto más fuerte que su propio cuidado.
Al llegar, estacionó el auto en un rincón oscuro del estacionamiento del hospital, fuera del alcance de las cámaras de seguridad. Se bajó y ajustó la chaqueta nueva, tratando de calmar los nervios mientras se dirigía hacia la entrada de la guardia. Ahora no había marcha atrás. Estaba de nuevo en el hospital, y esta vez, no se marcharía sin antes hacer todo lo posible para proteger a esta chica.
***
Carlos se acomodó en el asiento trasero de su auto. El hombre estaba muy preocupado. Los últimos minutos habían sido un torbellino de emociones. Su sobrina desaparecida de la carretera, el rastro de sangre en el asfalto, y la posibilidad de que alguien hubiera encontrado a Diana antes que él. Las cosas ya estaban fuera de control, y cada minuto que pasaba sentía que perdía más terreno.
Con el celular en la mano, comenzó a llamar a los hospitales cercanos. Su voz se mantenía firme, pero su interior se revolvía con una mezcla de impaciencia y nerviosismo.
—Sí, buenas noches. Estoy buscando a una joven, fue ingresada por un accidente de tráfico... —repitía la misma pregunta una y otra vez, en hospitales distintos, solo para recibir la misma respuesta fría y negativa.
La frustración empezaba a convertirse en un fuego en su pecho. Si Diana había sido llevada a algún hospital, debía encontrarla antes de que intervenga la policía. O peor aún, antes de que ella hablara y contara su versión de lo sucedido.
Finalmente, después de varios intentos, una voz distinta al otro lado de la línea le dio la respuesta que tanto esperaba.
—Sí, señor. Hace poco ingresó una joven con las características que Usted describe. Sufrió un accidente y ahora está siendo atendida. Su estado es delicado, pero ya está fuera de peligro inmediato —informó la recepcionista con un tono profesional.
Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por un momento, cerró los ojos y respiró hondo, como si intentara encontrar la calma perdida.