CAPITULO 4
A mitad de camino al hospital a Carlos se le ocurrió una idea.
—Para el auto—dijo al chofer.
Había solo una manera de salvar la situación. Y había que actuar rápido.
Su mente giraba en torno de la única solución viable. En su mundo, las decisiones eran rápidas y letales. Carlos tomó el teléfono y marcó el número de un contacto que consiguió hace poco para ocasiones muy especiales.
—Hola Marco. Necesito que hagas algo por mí.
—Hola Carlos, te escucho.
—En el hospital Santa Teresa hay una chica, se llama Diana. Hay que encargarse de ella —dijo Carlos, su voz firme y fría.
—¿Trabaja en el hospital?
—No. Está internada en un estado delicado después de un accidente de auto. Por eso es más conveniente que parezca que no sobrevivió. Esto será la versión oficial. Y este trabajo es urgente.
—Entiendo. ¿Estas al tanto de mis honorarios?
—Si.
—Te aviso —dijo Marco y sin nada más cortó la llamada.
***
Irwin estaba vigilando a Diana mientras su mente luchaba entre la preocupación y la urgencia. En su teléfono, la pantalla brilló al recibir una llamada de Adriana. No podía dejar que su relación se interpusiera en lo que estaba sucediendo, pero al mismo tiempo, sabía que necesitaba su ayuda.
—¿Dónde estás? —preguntó Adriana con la voz tensa y ansiosa.
—Volví al hospital a ver el estado de la chica que... te conté—Irwin dudó, filtrando las palabras—. Creo que su vida corre peligro. La empujaron del auto, y no sé quién está detrás de esto.
Adriana frenó el auto de golpe. La respiración de ella se aceleró al escuchar las palabras de Irwin. La rabia la envolvía, pero no podía dejar que eso la paralizara.
—¿Estas allí, mientras yo te estoy esperando, como es esto?
—Adri, escúchame, creo que esta chica está en peligro.
—¿Y qué te hace pensar esto?
—Porque la tiraron del auto a toda la velocidad.
Adriana se quedó procesando la información nueva.
—¿Y tú sabes quién es esta chica? Capas que lo merecía.
—Pero Adri…
—¿Por lo menos has pensado en escanear sus huellas digitales? Quizás podamos averiguar quién es —sugirió, tratando de mantener la calma en medio de la creciente ansiedad.
La idea resonó en la mente de Irwin. Era una buena estrategia. Se apresuró a acceder a su celular y, utilizando una aplicación que tenía instalada, escaneó las huellas digitales de la chica. Mientras la imagen se procesaba, su mente no podía evitar pensar en las implicaciones. Si se descubría quién era ésta chica, podría abrir una puerta que revelaría la verdad detrás de su accidente.
—Ya está. He escaneado sus huellas —informó Irwin, enviando la imagen a Adriana.
—Despues tenemos que hablar—dijo Adriana con la voz fria y cortó la llamada.
***
El sonido suave del monitor cardíaco rompía el silencio en la pequeña habitación del hospital. Diana estaba inmóvil sobre la camilla con la respiración pausada, pero irregular. En sus muñecas quedaban rastros del accidente: pequeñas heridas, raspones que hablaban de una caída frenética, de un peligro del que apenas comenzaba a tomar conciencia. Su rostro, pálido bajo la luz fluorescente, parecía atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
Irwin sacó su celular y, sin perder tiempo, tomó su mano con delicadeza. Era fría y frágil bajo sus dedos. Con una eficiencia calculada, apoyó la pantalla sobre la palma de la mano de la chica.
En ese momento, Diana abrió los ojos de golpe.
—¿Qué…? —murmuró, todavía mareada. Sus pupilas se contrajeron, y la habitación, con su olor a desinfectante y sus luces brillantes, pareció girar a su alrededor.
Sus ojos, llenos de confusión y miedo, se posaron por el chico, quien sostenía su mano con firmeza, manipulando sus dedos de una manera que parecía extraña, invasiva. Se tensó de inmediato.
—¡¿Qué estás haciendo?! —Su voz salió rota, pero con una urgencia clara. Trató de apartar la mano, pero no tenía fuerzas suficientes. El miedo creció dentro de ella como un fuego descontrolado—. ¿Quién eres tú? ¡¿Qué está pasando?!
El chico levantó la mirada, sorprendido por su súbito despertar, pero intentó mantener la calma.
—He escaneado sus huellas —dijo el chico hablando por el celular. Un pitido anunció que del celular salió un mensaje.
El chico guardó el celular y soltó su mano con un movimiento suave, consciente de que cada segundo que pasaba era una batalla por su confianza.
—Tranquila, por favor. Estás a salvo ahora. —Su tono intentó ser tranquilizador, aunque sabía que sus palabras no lo serían lo suficiente—. Te caíste de un auto… alguien te empujó. Te encontré en la carretera y yo te traje al hospital.
—¿Me empujaron? —Diana trató de procesar lo que estaba escuchando, pero las palabras no tenían sentido. Todo en su cabeza era un caos. La última imagen que recordaba era la del rostro de su tío, Carlos, gritándole en el auto mientras todo se volvía borroso—. ¿Qué...? ¿Dónde estoy?
—Te dije, en el hospital. —el chico trató de suavizar su voz—. Te desmayaste por el golpe. El auto que te dejó allí se dio a la fuga, pero yo te encontré. Solo quiero ayudarte. Me llamo Irwin y tu ¿cómo te llamas?
Pero Diana no le creía. Algo en su mirada, en la manera en que la había estado tocando, le gritaba que no debía confiar en él. Sus manos temblaban cuando empezó a buscar frenéticamente el botón de emergencia. Cada segundo que pasaba su respiración se hacía más agitada, el terror en su mirada se transformaba en pánico.
—¡Aléjate de mí! —gritó Diana.
—Pero escúchame —empezó a decir el chico e hizo un paso adelante.
—¡Ayuda! ¡Alguien, por favor, ayúdeme!
Irwin dio un paso atrás, con las manos en alto, intentando mostrarle que no representaba una amenaza.
—Espera, no tienes que asustarte así. No quiero hacerte daño, solo estaba asegurándome de que estuvieras bien.